Viejas lecciones políticas: atacar por sistema al adversario

Con Alemania en ruinas, lo primero que buscaron los nacionalistas fueron culpables, y los hallaron pronto: los gobiernos anteriores. Una sola idea anidaba en los nazis: atacar públicamente a sus adversarios.
23/11/2020

En su libro Mi lucha, Adolf Hitler escribió el siguiente enunciado: “Pronto me di cuenta de que el uso de la propaganda es un verdadero arte que ha permanecido prácticamente desconocido para los partidos burgueses”.

Arte; léase bien: crear, producir, expresar, pero no cualquier manera de expresar. El arte, según una idea clásica, revela lo excelente, lo único, lo grandioso.

El líder nazi concedió esta tarea a Joseph Goebbels, doctor en literatura, filólogo y editor. Durante su actividad política, este hombre se hacía llamar entre los suyos “doctor Goebbels”.

Hitler y él formaron la pareja perfecta para convertir un partido de nueva creación en un monstruo electoral alimentado por el pueblo. Porque Hitler tenía lo suyo: era carismático. Los propios corresponsales de Londres y Nueva York lo reconocían; solo le faltaba la envoltura precisa para maravillar los ojos del pueblo.

Con una receta inaudita, Hitler conquistó el Parlamento Alemán (Reichstag) en cinco años. En las elecciones de 1928, el partido NSDP (precursor del Nazi) obtuvo 810 mil votos y 12 diputaciones. En 1932, con Goebbels como jefe de propaganda, los nazis sumaron 14 millones de sufragios y 230 escaños. Luego, en 1933, en comicios definitivos, amasaron 17.2 millones de votos y 288 diputaciones; lograron la mayoría, mas no la absoluta, con el 44 por ciento por ciento de la votación. Como la mente criminal se justifica a sí misma, Hitler presionó a los legisladores hasta quedarse finalmente con todo.

¿Sobre qué terreno descansaba la lucha política? Sobre seis millones de desempleados deambulando por el país, hiperinflación, escasez de escuelas y hospitales. Estos problemas se cebaban en las familias alemanas, muchas de ellas rotas por la Primera Guerra Mundial. En ese contexto, todos los partidos de centro, izquierda y derecha se presentaron en las elecciones con ofertas para sacar al país de la quiebra, pero solo los nazis aglutinaron las esperanzas de la mayoría. Habían echado a andar un método de persuasión que les aseguraba seguidores más que votantes, fanáticos más que miembros, hasta borrar de sus mentes la idea de democracia o volverla odiosa. 

Todo comenzó con un plan sencillo pero tenaz: atacar a los adversarios políticos.

MANIPULACIÓN A LA VISTA

Adolfo Hitler era chismoso, y la gente cobarde lo es. Vea cómo una persona insidiosa habla mal día y noche de otra; cómo la caricaturiza, la deforma y la pinta para que la desprecien; cómo la denigra para que la rechacen a donde vaya. Viene entonces la satisfacción ansiada: alejar a la víctima de toda simpatía o afecto. Si después desaparece de la vista, mejor. Sin decirlo, tal es el propósito del que ataca con insistencia a otro.

El chisme, las habladurías, la difamación, si persisten, diezman la moral del señalado. Son como un virus: se reproducen de persona a persona y su final es impredecible. ¡Tantas veces se ha comparado la lengua humana con un veneno! “Miren cómo una pequeña llama basta para incendiar un gran bosque”, dice San Pablo en una carta. “También la lengua es un fuego: un mundo de maldad puesto en nuestros miembros”. Pues bien, tal es el daño que se propusieron los nazis en sus campañas contra los opositores políticos, y esta experiencia es más cercana a todo mundo que disertar sobre intolerancia y autoritarismo.

Con Alemania en ruinas, lo primero que buscaron los nacionalistas fueron culpables, y los hallaron pronto: los gobiernos anteriores, representados por la República de Weimar; los tacharon de corruptos, ineptos y traidores. Este mensaje fue amplificado por el descontento y la frustración de la gente, y tuvo gran acogida. El Tratado de Versalles fue otro. Animaban a la muchedumbre a añorar “los tiempos gloriosos” que les fueron despojados por ese ordenamiento, que significó la reducción del territorio alemán.

Las condenas pasaron después a los comunistas, los liberales y los judíos; en la fantasía nazi, los tres eran lo mismo: lo antigermánico, lo extranjero, lo peligroso. Este mensaje lo potenciaban con un estilo sensacionalista y del gusto más declamatorio. De los tres, los judíos llevaron la peor parte, y bien pudiéramos extraer de ello una lección existencial: después de los insultos, vienen las hachas.

Una sola idea anidaba en los nazis: atacar públicamente a sus adversarios.

Para su difusión, el nacionalsocialismo contó con un propio periódico, el Völkischer Beobachter (Observador del pueblo). Sus prejuicios pasaron sin resistencia a la calle, de ahí volaron de boca en boca y, finalmente, caldearon el antisemitismo por todo el país.

Contagiado del impulso difamador, apareció otro semanario, Der Stürmer (El Atacante), dirigido por Julius Streicher, un seguidor nazi. Su frase de cabecera “Los judíos son nuestra desgracia” era una abierta descalificación. Nadie se atrevió a protestar, quizás por un equivocado respeto a la libertad de expresión. En el combate político, el Atacante no ahorró en humor, obscenidades y amarillismo.

A continuación vino Der Angriff (El ataque), editado por Joseph Goebbels en 1927. Su divisa era “Por los oprimidos, contra los explotadores". A partir de 1940, con los nazis en el poder, se volvió diario. Haciendo honor a su nombre, llenó las páginas de vituperios contra los gobiernos pasados, los judíos y los capitalistas.

Y las personas corrientes, las del mercado, las plazas y los barrios, ¿qué podían pensar de los judíos y los comunistas sino las mismas patrañas que los nazis y sus periódicos? En aquella Alemania, nadie sabía discernir con la verdad sino acusar con ligereza.

Por cierto, también en México hubo una estrategia para manipular a los ciudadanos en contra de los movimientos de 1968. El gobierno de entonces influyó en la publicación de una columna llamada Granero Político y en un falso diario escrito por un universitario, conocido como “El Móndrigo”. Ambas publicaciones promovían la idea de que los estudiantes planeaban un golpe de Estado, y que su objetivo era instaurar un régimen comunista.

Según algunos investigadores, el autor de Granero Político y del diario “El Móndrigo” eran la misma persona: Emilio Uranga. Como Goebbels, Uranga era doctor en Filosofía, erudito y gran escritor. Se ha dicho que su genio era mayor que el de Octavio Paz y Carlos Fuentes. Por ahora, son especulaciones. Uranga tuvo el infeliz encargo de justificar la matanza de Tlatelolco (consúltese a Jacinto Rodríguez Munguía).

SALIDA

¿Ha escuchado usted, recientemente, voces agresivas contra grupos de oposición? No tema; se trata de una estrategia política, de un señuelo para agitar a la gente. Podemos estar tranquilos de que nada pasará. 

¿Podemos…?

julian.javier.hernandez@gmail.com



JULIÁN J. HERNÁNDEZ ha sido editor y colaborador en periódicos de Monterrey, Guadalajara y la Ciudad de México. Actualmente es asesor en temas de comunicación y copywriting. https://medium.com/@j.j.hernandez

Las opiniones expresadas por el autor no reflejan necesariamente el punto de vista de MOBILNEWS.MX

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