Cuando aprender ciencia nuclear es más fácil que comunicarse

A muchos candidatos no les han faltado excelentes discursos y promesas de campaña, pero fracasan. También han exhibido sus méritos profesionales sin mayores resultados.
10/08/2020

En la mansión Darlington Hall gobierna el rígido mayordomo. Todos lo llaman Mr Stevens. Es severo, escrupuloso y obsesivo con el orden. La residencia brilla bajo su mirada. En consecuencia, su amo está feliz.

Bajo el cielo que los cubre solo cambian las estaciones, el tiempo de calor y de frío, los meses y los años. En la casona todo sigue igual gracias al señor Stevens. Un día, llega la señorita Kenton, la nueva ama de llaves, y se desatan los acontecimientos.

En el ambiente solemne de Darlington Hall la señorita Kenton es luz y frescura. Se acopla al equipo de trabajo y despliega su eficiencia en cada tarea. La mansión es como una ciudad en pequeño que necesita atenciones y numerosos servicios. Casi no hay tiempo para descansar. Ahora, con la nueva ama de llaves, la carga ni se siente.

El enigmático Stevens la mira con gusto. Sus ojos brillan. En medio de las continuas actividades de ambos, de pronto coinciden en lapsos, apenas minutos, fuera del trabajo. De cerca, la señorita Kenton es aún más hermosa. Cuando ya están ahí, cara a cara, solos, el señor Stevens se limita a hablar de sus responsabilidades y los arreglos de la propiedad. Es como si estuviera en medio de los empleados o en los grandes salones, y no en privado.

Ella, en tanto, también se muestra interesada en el seco mayordomo y lo alienta, sutilmente, a acercarse. Pero es todo. Espera de él una palabra tierna, un gesto delicado. Stevens debe expresar sus sentimientos antes que nada.

Y así, de vez en cuando, por espacio de unos minutos, ambos quedan a solas y pueden hablar. Por intuición, la señorita Kenton sabe que Stevens se ha enamorado de ella. Por eso, en cada oportunidad, cree que le pedirá su amor. Él también parece resuelto, sus ojos destellan frente a la ama de llaves pero nada más. Cuando abre los labios, con ella expectante, su discurso gira en torno a los quehaceres y bagatelas de la casa.

A pesar de su intensa pasión, a pesar de sus deseos, Stevens es incapaz de articular una palabra galante a la señorita Kenton. Su lengua no lo obedece. Stevens siempre termina abatido después de ahogar sus mejores sentimientos.

Una historia sin lucha, sin sangre, sin muerte y, no obstante, trágica: la persona que ve enfriarse los años de su vida por no saber conectar emocionalmente con alguien. El final, naturalmente, es la amargura más siniestra. Quien desee recorrerla, incluso disfrutarla, busque la novela Lo que queda del día (Remains of the day), de Kazuo IIshiguro. O, en su caso, vea la película dirigida por Jeremy Irons, del mismo nombre, actuada por Anthony Hopkins y Emma Thompson. Creo obrar bien si recomiendo mejor la cinta.

La tensión poética de la película deja al espectador absorto en mil pensamientos. Es el tema, también, de una canción de Atahualpa Yupanqui, mitad súplica y mitad lamentación: “Le tengo rabia al silencio/ por lo mucho que perdí./ Que no se quede callado/ quien quiera vivir felizâ€.

Estos trabajos son la expresión artística de un problema real: el mundo de los hombres y mujeres reprimidos que sienten emociones pero no pueden transmitirlas. Hasta los existencialistas, filósofos enemigos de toda trascendencia, tenían por bandera la frase “El paraíso son los otrosâ€, para exaltar la búsqueda de los afectos humanos. Los callados, los introvertidos, también saben esto pero no pueden realizarlo. Ojalá fuera un asunto de timidez, de soltar la lengua.

Un convencido de eso es Ildefonso Guajardo, ex secretario de Economía. El regio parece metido en una campaña de imagen personal. De hecho, siempre ha gozado de buena reputación aunque ahora da señales de querer convertirse en líder social, en conductor de masas. Para conseguirlo, le ha preguntado el periodista José Luis Guerra si no le hace falta suscitar emociones. Sonriente, como si lo esperara, Guajardo ha respondido con soltura: “Creo que no es ciencia nuclear poder desarrollar las habilidades de comunicación necesarias para entrar a una elecciónâ€.

No dudamos de la dureza de las ciencias nucleares como tema de estudio frente a la oratoria, por ejemplo, o la redacción. Pero dudamos que un retraído pueda aprender a ser simpático. Se nace introvertido o extrovertido, decía Carl G. Jung. A personas como míster Stevens, mayordomo de Darlington Hall, no les hace falta un curso de superación personal o coaching para vivir en plenitud; les hace falta psicoterapia. Gente de este tipo, incluso más adaptada, es diestra para instruirse y mala para socializar o, al menos, ermitaña. Amigos de esta categoría aceptarían gustosos estudiar ciencias nucleares antes que comunicación social.

En el amor, además de trampas, la vida pone oportunidades incluso a los adustos. En la política, sobre todo en el proselitismo electoral, pasan a segundo plano por aburridos. El periodista andaba en lo correcto cuando interrogaba a Guajardo sobre emocionar al público. Porque el ex secretario de Economía parece adentrarse en la candidatura a gobernador de Nuevo León; ostenta las cartas académicas para ello; magnetismo popular, menos. Eso tampoco lo asusta y lo explica a su modo: “La emoción no es más que la chispa que resulta cuando tienes una visión y tienes la fuerza para generar consensos. Y en esa ecuación tienes la emociónâ€. Después de estas palabras, ¿cómo no verlo lejano y tieso? Quizás habla a especialistas.

Pero los días pasan como en la película del mayordomo. Las emociones se manifiestan en el vecino, el compañero de trabajo, el amigo y el desconocido de la calle. Más aún: se vive de ellas, no de pensamientos lógicos. Nadie, ni el más intelectual, escapa a las ideas subjetivas. Virtualmente, llueven dentro de uno. Ponen a la gente alegre, triste, orgullosa, enfadada, celosa, feliz. Y, de estas emociones, el miedo parece reinar sobre las otras porque la vida, en rigor, es vulnerable. Todos ansían seguridad, pisar tierra firme. De ahí que, en ciertas circunstancias, un leve estímulo puede llevar al frenesí.

De este modo, ninguna idea resulta más estimulante que la de cambiar de vida sin gran esfuerzo. Primero, se debe pedir una acción sencilla, por ejemplo, comprar un billete de lotería, votar por un candidato. En gran medida, este es el significado de las elecciones para la mayoría de la gente. La democracia es casi mágica: elegir gobiernos es poder controlar el futuro. Antes, reyes, papas y tiranos (los autócratas) decidían por uno. Ahora, hasta el simple y el buhonero pueden influir en la investidura de un presidente. Su sola motivación es mejorar en lo personal, tener buena vida. Díganles que su voto no sirve para eso y verán vaciarse las casillas. Llámenlos, en cambio, a una nueva era, una de riqueza, paz y fraternidad, y encenderán emociones. Y a mayor intensidad, mayor votación.

CIERRE

Y sin embargo, no basta. A muchos candidatos no les han faltado excelentes discursos y promesas de campaña, pero fracasan. También han exhibido sus méritos profesionales sin mayores resultados. Ildefonso Guajardo cree que eso se aprende por ahí: no es ciencia nuclear. Si no lo es, tampoco aciertan a descifrarlo. La respuesta, posiblemente, no está en las universidades sino en la calle. Podríamos equiparar la habilidad de ganar amigos (o electores) con el baile. Por gustada, alguna verdad debe encerrar esa vieja canción: “Para bailar la Bamba / se necesita / una poca de gracia. / Una poca de gracia y otra cositaâ€.

julian.javier.hernandez@gmail.com



JULIÃN J. HERNÃNDEZ ha sido editor y colaborador en periódicos de Monterrey, Guadalajara y la Ciudad de México. Actualmente es asesor en temas de comunicación y copywriting. https://medium.com/@j.j.hernandez

Las opiniones expresadas por el autor no reflejan necesariamente el punto de vista de MOBILNEWS.MX

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