Las grandes ciudades mueren por falta de visión

A Nuevo León le sobra talento para crecer en equilibrio, en armonía. Y cuanto más talento acoja, mejor.
20/07/2020

¿A dónde más podría ir un napolitano, un portugués o un polaco sin fortuna, en el siglo XVII, sino a los Países Bajos? Ahí, los puertos rebosaban de navíos, las calles se llenaban de gente y el mercado lucía en abundancia legumbres, carnes y alimentos. Señal distintiva de su riqueza eran el banco y la bolsa.

Artesanos, marineros, artistas, científicos, cualquiera en situación difícil encontraba en Amsterdam una segunda y, quizás, una tercera oportunidad en la vida.

Un día, aquella prosperidad decreció o, más bien, se niveló con la de otros pueblos, y las personas se dispersaron por distintos caminos.

Casi doscientos años después, cuando el sol amaneció sobre Manchester y Londres, en el Reino Unido, aparecieron las primeras fábricas que maravillaron por su fuerza y trabajo. Y llegaron, otra vez, los desheredados, los vulnerables, los aventureros, en busca de un lugar propio dentro de aquella riqueza.

Como las aves migratorias, así viajan las huestes humanas de una zona a otra, donde les sea propicio. Los afortunados –pues algunos fracasan aunque lo intenten-, fijan su hogar en la nueva vecindad, se casan y tienen hijos. Se convierten así en parte del pueblo receptor.

La causa de esa migración se halla, quizás, en las leyes mismas de la naturaleza, como se alcanza a observar, pero la riqueza de algunas sociedades, breve o larga, se opone a veces a la relación causa y efecto. Muere primero una ciudad antes que la presencia de personas en el mundo.

Esta historia adopta un falso color rosa si no abarca más que nacer, migrar y radicar en tierra próspera. En medio hay días de tristeza, semanas de maltrato y noches de pesadilla. El nuevo residente, muchas veces, sufre rechazo. En medio de tanta gente, se siente solo.

Porque el paraíso, con frecuencia, comienza primero como infierno.

El recién llegado, crecido en una cultura diferente, siente el impacto de lo extraño. La manera de hablar, la comida, las creencias, lo desconciertan. Si quiere hacerse de un lugar, debe adaptarse lo antes posible. Atraviesa por barrios, calles y mercados con aire de desconfianza. A fuerza de aprender, de asimilarse al entorno, va ganando presencia. Abstraído, solo piensa en sí mismo y no advierte los rumores a su espalda: ve a todos como extraños pero el único extraño es él.

¿GRANDES O GIGANTES?

En las ciudades fuertes es común oír a los locales expresar su orgullo por el suelo natal. Y este es un amor tan obsesivo y loco como el de las parejas. Todo aquel nacido fuera de sus límites es un extraño. Y hay que decírselo, repetírselo y restregárselo. 

Este supremacismo de bolsillo es latente en varios puntos de Estados Unidos según el testimonio de paisanos mexicanos. De hecho, ni las ciudades europeas están libres de este prejuicio. Pero, hallarlo en Monterrey es una mala broma. Este sería, más bien, supremacismo de rancho. Un ejemplo concreto lo da a menudo el periódico El Norte cuando cita los siguientes términos: “En la parte de Nuevo León que ahora se llama Tamaulipas…”

Como la frase es muy reiterada, convendría tantear algunos significados. Primero, a Nuevo León le pertenece todo el territorio oriental hasta el Golfo de México; segundo, nunca va a olvidar el reclamo de tierras fronterizas de 1891; tercero, es un error imperdonable la superficie reducida de Nuevo León. A fin de cuentas, es un juego, no más… un juego para Nuevo León, como los niños inconscientes que se creen grandes, poderosos o inmortales.

A veces, los sueños de grandeza conducen a la perdición. A Nuevo León le sobra talento para crecer en equilibrio, en armonía. Y cuanto más talento acoja, mejor. ¿No vino Celedonio Junco, patriarca de los Junco de la Vega, dueños del periódico El Norte, de Matamoros, Tamaulipas? Don Celedonio creció, estudió y se hizo adulto en su ciudad natal. A Monterrey llegó a los 25 años según la semblanza de José Luis Martínez para la Academia Mexicana de la Lengua. Poeta (escribió buenos sonetos) y fino periodista, nunca negó sus orígenes. ¿Por qué sus nietos, que han creado algunos de los mejores diarios mexicanos, parecen avergonzarse, sentir apatía o menospreciar la tierra de sus mayores? Ellos, quizás, solo retratan el espíritu del lugar.

A Nuevo León, en particular a Monterrey, lo ha atacado un gigantismo en varios ámbitos. Todo se hace a lo grande, a lo monumental, a lo ampuloso. Para ciertos intereses hay mucho dinero; para otros, ni un centavo. Acá, los éxitos lucen tan enormes como los fracasos: A la luz, flujos de Inversión Extranjera Directa de 3 mil millones de dólares anuales, y expansión global de empresas como Cemex, Femsa, Arca-Continental o Gruma. A la sombra, la participación de la banca regiomontana en la crisis financiera de 1995 a 1997, con los ejemplos de Grupo Serfín y Banca Confía. De nada sirvió la inyección de 58 mil millones de pesos, con fondos públicos, para sanear al primero; el gobierno decidió intervenirlo. A Confía le ocurrió lo mismo para sacarlo de la quiebra y reponer un fondo de inversión de 170 millones de dólares que, simplemente, desapareció. Jorge Lankenau, presidente de Grupo Financiero Ábaco, pasó ocho años en la cárcel por este desfalco.

A pesar de todo, a esta noble capital la sostiene la energía de sus innovadores y sus creativos, todos ellos hombres y mujeres templados en el esfuerzo.

Pero hay como una pérdida de visión que empuja a la ciudad a lo grotesco y lo deforme, a un crecimiento desbalanceado y destructor. No tiene por qué ser así. Si los foráneos encuentran aquí una oportunidad de hacer un buen trabajo (y una buena vida), con mayor razón los regiomontanos.

julian.javier.hernandez@gmail.com



JULIÁN J. HERNÁNDEZ ha sido editor y colaborador en periódicos de Monterrey, Guadalajara y la Ciudad de México. Actualmente es asesor en temas de comunicación y copywriting. https://medium.com/@j.j.hernandez

Las opiniones expresadas por el autor no reflejan necesariamente el punto de vista de MOBILNEWS.MX

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