Un Nuevo León dividido y un Padre Mier decepcionado

Rumbo a las elecciones de este año nos han impuesto la idea de que hay diferencias “esenciales” entre mexicanos, diferencias que nos obligarían a ir por caminos separados.
04/01/2021

Hoy se ven rostros preocupados en todas partes; puede adivinarse lo que preguntan en silencio: “Si caigo enfermo, ¿habrá medicinas en el hospital?; después de la universidad, ¿hallará empleo mi hijo?; sin ahorros, ¿alcanzará mi jubilación para vivir?”. Cunde la incertidumbre como nunca antes, y a muchos se les hace patente la inestabilidad de sus vidas, que de un momento a otro pasa de sólida a frágil. Si todos se juntaran, si coincidieran en una misma acción, podrían hallar una causa común a sus problemas, una luz para comprenderlos. Eso sucede simbólicamente cuando acuden a votar por un gobernante o representante. Y dentro de 150 días, habrá elecciones.

Otra opción para superar la crisis es consultar las propuestas de los candidatos durante sus campañas de promoción. Ellos deben ser los primeros que conozcan la realidad política, social y económica del territorio en cuestión. Se entiende que no harán magia: construirán o echarán los cimientos de una prosperidad futura; algo sólido, seguro y perdurable. Bien pudiéramos decir que analizar su agenda es como analizar su espíritu, su inteligencia; el político se nos presenta de cuerpo entero cuando formula su compromiso de trabajo. Elegir, entonces, se vuelve un asunto delicadísimo: no votamos por ideas; votamos por un ser humano. Pero tampoco podemos separar a uno de otro porque las ideas no existen por sí solas; son de quien las expresa, de ahí que se conviertan en un rasgo de identidad personal como el color de los ojos o el tipo de cabello.

En Nuevo León, ya se pasean con fines políticos Samuel García, Adrián de la Garza, Clara Luz Flores, Víctor Fuentes, Fernando Larrazábal. Detrás de ellos vienen algunos aspirantes que buscan competir como candidatos independientes, pero están en trámite. Aunque es prematuro hablar de planes de trabajo, comienzan a publicar cuáles serían sus temas de interés o sus prioridades de llegar a los cargos públicos, y esto es una pista sobre el rumbo por donde llevarán a la sociedad. Sin importar si llegan a cumplir o a creer en lo que dicen, esos tópicos nos revelan un rasgo de su mentalidad.

Y Samuel García anuncia a su militancia: “Ponte nuevo, ponte león: ponte nuevo Nuevo León”. Ninguna solución; más bien, una crítica a políticas viejas o gobernantes anticuados. El de Adrián de la Garza, en cambio, nada trasluce salvo un tono de autoayuda o motivacional: “Juntos Vamos Fuerte”. La ex alcaldesa priista de Escobedo, Clara Luz Flores, hoy en Morena, ha dado un golpe espectacular: renuncia a gastar en anuncios panorámicos para promoverse; donará ese dinero, según dice, a hospitales. Luego, Víctor Fuentes comunica apenas con su frase “Es tiempo de ganar”. Tampoco hallaremos indicios de una voluntad admirable en la etiqueta “Reacciona Nuevo León”, que utiliza el conservador Fernando Larrazábal.

Este catálogo de simplezas quizá sea consecuencia de la poca intensidad de las campañas intrapartidistas a las que se dirige; se comprende la sola intención de hacerse notar. Pero, así sea fantasmalmente, ya asoman posturas, visiones, modos de ver la realidad. Al oírlos, parece haber más de un Nuevo León, y lo mismo sucede en la competencia federal por la Cámara de Diputados, en la que hablan de diferentes Méxicos, el de los pobres, los empresarios, los jóvenes, los modernos y los tradicionales. Y los mensajes políticos atizan aún más la división entre la sociedad a tal grado que, hace un par de meses, se discutía si algunos estados pudieran “romper” el pacto federal para regir su propio destino. Nadie advirtió el momento en que el país caía en una especie de inquisición moralista, en la que solo un bando ha de tener razón, honor y respeto, mientras al otro se le lapida con vergüenza, desprestigio y odio. Lejos de estas contiendas, de estas peleas virulentas, se amontonan en las calles rostros preocupados que sufren un presente negro y temen un futuro igual para sus familias.

Nos han impuesto, otra vez, el dilema de unión o libertad, de federación o soberanía (mejor dicho, autonomía) y peor aún: la idea de que hay diferencias “esenciales” entre mexicanos, diferencias que nos obligarían a ir por caminos separados.

Hace días, disfruté la lectura de uno de los discursos más importantes en la historia de México. A la ciudad de Monterrey le corresponde la cuna del ilustre varón que lo dijo. Por supuesto, no se trata de ningún industrial sino de Fray Servando Teresa de Mier, dictado en 1823 ante el primer Congreso Constituyente, apenas iniciada la independencia; con justicia se le conoce como Profecía de la Federación. Ahí, Teresa de Mier señala uno por uno los peligros de copiar la carta magna de Estados Unidos y sus principios doctrinales en un país pobre, incipiente y dividido como el México de entonces.

Dejo aquí fragmentos de aquel célebre mensaje.

“Ellos eran ya Estados separados e independientes unos de otros, y se federaron para unirse contra la opresión de la Inglaterra; federarnos nosotros estando unidos es dividirnos y atraernos los males que ellos procuraron remediar con esa federación”.

“Ellos habían vivido bajo una constitución que con sólo suprimir el nombre de rey es la de una república. Nosotros, encorvados 300 años bajo el yugo de un monarca absoluto, apenas acertamos a dar un paso sin tropiezo en el estudio desconocido de la libertad; somos como niños a quienes poco ha se han quitado las fajas”.

“Aquél era un pueblo nuevo, homogéneo, industrioso, laborioso, ilustrado y lleno de virtudes sociales, como educado por una nación libre; nosotros somos un pueblo viejo, heterogéneo, sin industria, enemigos del trabajo y queriendo vivir de empleos como los españoles, tan ignorante en la masa general como nuestros padres, y carcomido de los vicios anexos a la esclavitud de tres centurias”.

“Querer desde el primer ensayo de la libertad remontar hasta la cima de la perfección social, es la locura de un niño que intentase hacerse hombre perfecto en un día”.

"Se necesita valor, dice un sabio político, para negar a un pueblo entero; pero es necesario a veces contrariar su voluntad para servirlo mejor. Toca a sus representantes ilustrarlo y dirigirlo sobre sus intereses o ser responsable de su debilidad”.

“Al pueblo se le ha de conducir, no obedecer. Sus diputados no somos mandaderos que hemos venido aquí a tanta costa y de tan largas distancias para presentar el billete de nuestros amos”.

“El pueblo siempre ha sido víctima de la seducción de los demagogos turbulentos; y así su voluntad numérica es un fanal muy obscuro, una brújula muy incierta”.

“Lo que ciertamente quiere el pueblo es su bienestar, en esto no cabe equivocación; pero la habría muy grande y perniciosa si se quisiera, para establecerle este bienestar, seguir por norma la voluntad de hombres groseros e ignorantes, cual es la masa general del pueblo, incapaces de entrar en las discusiones de la política, de la economía y del derecho público”.

(No se malinterpreten estas breves citas: Teresa de Mier era un verdadero republicano, pero postulaba el principio de unidad y un federalismo moderado como armas contra los demagogos de provincia. Ya notaba el daño que pueden causar los “voceros” del pueblo.)

julian.javier.hernandez@gmail.com



JULIÁN J. HERNÁNDEZ ha sido editor y colaborador en periódicos de Monterrey, Guadalajara y la Ciudad de México. Actualmente es asesor en temas de comunicación y copywriting. https://medium.com/@j.j.hernandez

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