Si el Presidente insulta, ¿qué puede esperarse de los demás?

Andrés Manuel López Obrador es dado a injuriar a aquellos que lo critican o lo contradicen. Él, situado en la cima del poder, se comporta como un tipo de la calle cuando lo critican.
14/09/2020

Bien pudiéramos definir la vida como un “estado interminable de solución de conflictos”. Desde que nacemos, nos acucian necesidades no resueltas como el alimento, el sueño o la higiene; la impotencia de no conseguirlos suscita nuestros primeros conflictos. Pero mamá, si tenemos suerte, está ahí para arreglarlo.

En la edad adulta, dependemos solo de nosotros mismos y de algún auxilio temporal (de los amigos, con frecuencia). Después, nos queda claro que atravesaremos por crisis de todo tipo, y que debemos aprender a manejarlas. Serán enfrentamientos, si no luchas, con las personas del entorno familiar, con la pareja, el hermano, los padres, el jefe y el vecino.

Porque los años nos dictan que todos somos diferentes en el modo de sentir y en el modo de pensar. Podemos reconocer afinidades o coincidencias con éste o con aquel; podemos, incluso, unirnos con otros en proyectos de trabajo para alcanzar triunfos mayores; podemos amar y ser amados. Y a pesar de estos acuerdos, en el fondo, nos diferenciamos sutil pero inequívocamente de las personas y no estamos dispuestos a renunciar a ello. Por eso, un día, chocamos con alguien, rechazamos lo que representa o lo que hace. Si su trato nos resulta indispensable, nos esforzamos en remediar el conflicto y lo superamos. Pero la paz dura poco; viene detrás otro conflicto y otro y otro, a veces juntos, a menudo sin provocarlos, sin justificación, y pasamos la vida dedicados a salir de animosidades casi hasta morir.

Al fin humanos, mucha gente pasa a las agresiones en los momentos de mayor tensión en una querella. ¿Cómo vamos a culparla? Expresar improperios trae un verdadero descanso. La agresividad es natural, es común, es normal. Eso, precisamente, también empeora la situación, alarga la amargura. Los adultos no podemos comportarnos como niños; las personas ineducadas son rabiosas, intolerantes, desconfiadas. Es fuerza razonar, negociar con el adversario. De hecho, una vez en movimiento la máquina mental, la sonda de la objetividad, cae deshecha la idea de “adversario”, se ve el mundo bajo una nueva luz, y se disipan rencores. Si queremos ser parte de la sociedad civilizada, si queremos dar ejemplo a los menores, estamos comprometidos a mantener el control de nosotros mismos.

Ahora, piensen en la responsabilidad de un Presidente en el manejo de controversias, en la confrontación de ideas.

El de México acaba de subir un peldaño más en su aversión a la prensa; ha llamado al periódico Reforma “pasquín inmundo”. Mucho odio y mucho orgullo hay detrás de esas palabras. Dejemos asentado que toda publicación está sujeta a crítica, que no hay libro ni gaceta inapelable o irrefutable. De hecho, una de las funciones del periódico es esa: abrir la discusión. Un periodismo sin reacciones es un periodismo muerto: nadie lo escucha. Tal discusión, necesariamente, ha de girar sobre el valor de la información, sobre la calidad de la misma, que puede ser falsa o verdadera. Como personas pensantes o, bien, con criterio, se puede rechazar a Reforma por la pobreza de la información, siempre y cuando se demuestre analíticamente ese defecto. Se le puede rechazar también por razones políticas o ideológicas, pero ésta se desacredita sola por negarse conscientemente a revisar la veracidad.

En Resumen, Reforma publicó que en Macuspana, lugar de nacimiento del Presidente, se declaró un faltante de 223 millones de pesos al gobierno local. Añadió que todo el Cabildo, junto con el alcalde, había renunciado, y que estaban sujetos a investigación. Por último, que la síndico Concepción Falcón, una de las involucradas, era cuñada del mandatario del país. Para documentar el caso, el periódico se basó en una auditoría del Congreso de Tabasco.

Más que el informe financiero, el Presidente se ha ofendido por la elección del tema como noticia principal; también, por incluir una fotografía de él y su cuñada.

“Miren el Reforma, un pasquín inmundo… Es el caso, clásico, del hampa del periodismo”. Con esta salutación, el Jefe del Ejecutivo ha sacado nuevamente todo su enojo y frustración. Ha acusado a la casa editora de promover a Carlos Salinas y al conservadurismo. Del asunto de fondo, el faltante de 223 millones en Macuspana, ha callado.

No es necesario defender a Reforma o exigir respeto a la libertad de expresión. En este momento, no es importante. A todos, como sociedad, en medio de una pandemia de consecuencias funestas, afectados por la crisis económica, nos interesa un gesto de unidad, una señal de reconciliación para hallar una salida a tantas desgracias. Volteamos al Presidente porque el problema es muy serio. Al hacerlo, amargamente, nos llevamos un fiasco.

¿Cómo vamos a comunicarnos con el hospital que nos demora el servicio? ¿Cómo vamos a tratar al comerciante que nos vende más caro o nos exige compras mínimas? ¿Cómo vamos a lidiar con el taxista grosero, con el policía abusivo, con el alcalde irresponsable? Con insultos, claro; con descalificaciones. Esa es la manera de arreglar nuestras diferencias: maldecir, vituperar. Les podemos decir, por ejemplo, “inmundos”; el término está autorizado por el hombre más fuerte del país. Dígalo.

El Presidente es dado a injuriar a aquellos que lo critican o lo contradicen. No parece el mandatario más civilizado de la historia si entendemos por civilizado al hombre que resuelve sus diferencias por medio de la razón. Vale decir que los más educados son los que ceden. Sí, que ceden ante lo minúsculo, lo transitorio, lo trivial. Porque eso de querer ganar una discusión es sumamente trivial y sumamente infantil. Él, situado en la cima del poder, se comporta como un tipo de la calle cuando lo critican.

Algunos analistas llevan la cuenta de los improperios lanzados por el Presidente contra la prensa. Copio solo algunos: alcahuete, momia, vendido, lambiscón, pelele, payaso, ladrón y piltrafa moral.

¡Qué lejos está el Presidente de un Séneca, de un Marco Aurelio! Los estoicos, en su búsqueda de la serenidad y la templanza, no permitían que los insultos los lastimaran. Enojarse por un riña verbal era de lo más indecoroso para ellos. “Nadie puede dañarte sin tu consentimiento”, decía Epicteto. El Ejecutivo mexicano ha consentido que la crítica lo dañe. Acto, seguido, decide dañar a otros, insultarlos.

El rencor actúa como fuego en el bosque y nada lo detiene. Hace poco, Gibrán Ramírez, destacado defensor del Presidente, al comenzar su campaña para dirigir al partido Morena, se quejó de los insultos que recibe de sus propios compañeros. “Se mofan de mi aspecto, de mi físico, de mi vello facial, de mis rasgos indígenas”, ha escrito en Milenio.

La falta de educación de la gente, incluida la clase política, no es culpa del mandatario. De la suya hablan sus actos. Uno pensaría que la investidura presidencial proporciona fortaleza de carácter y alto sentido del honor. Acaso se relacione, más bien, con una idea de Paul Valéry: “La violencia es siempre un acto de debilidad y generalmente la operan quienes se sienten perdidos”.

julian.javier.hernandez@gmail.com



JULIÁN J. HERNÁNDEZ ha sido editor y colaborador en periódicos de Monterrey, Guadalajara y la Ciudad de México. Actualmente es asesor en temas de comunicación y copywriting. https://medium.com/@j.j.hernandez

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