Los gobiernos de México informan mucho pero convencen poco

La incertidumbre de la gente, a pesar de la masa de videoconferencias, encuentra una sola explicación: la comunicación oficial es un fiasco.
22/04/2020

Un periodista le preguntó a Billy Wilder:

-¿Es necesario saber escribir para ser director de cine?

-En absoluto –respondió él–. Basta con saber leer.

Wilder era un cineasta de humor fino y su respuesta encajaba perfectamente con su perfil; no se proponía compartir experiencias o dar consejos a jóvenes aspirantes. Pero sus  mismas palabras, leídas con otro sesgo, podrían arrojar un significado distinto.

Si lo tomáramos en serio, nos estaría informando de cierta novedad. Ahí dice que el director cinematográfico debe saber leer y, aunque suene pueril, nos señala una habilidad necesaria para ejercer su profesión. Habrá muchos que no la tengan. Como todo en la vida, sin una preparación básica no se puede hacer nada o se falla en el intento.

Me siento tentado a parafrasear a Billy Wilder para cambiar sutilmente el tema: ¿Es necesario saber escribir para ser comunicador? Claro que no, responderíamos. Basta con saber leer.

Estoy seguro que Wilder, bromas aparte, coincidiría en lo siguiente con uno: para ser cineasta hay que saber leer y escribir. Y lo mismo apuntaríamos nosotros: para ser comunicador es indispensable ambas habilidades.

Veo una ráfaga de videos en redes sociales, como si nos ametrallaran por los cuatro costados, con mensajes políticos. Por aquí, un gobernador le responde al presidente; por allá, un diputado reta a un senador. Acullá, un alcalde se presenta como conocedor de pandemias. ¿Creerán estos funcionarios que hemos adaptado nuestras mentes a ver todos los post como si fueran Netflix, y que babeamos cada vez que suben un audiovisual de 60 segundos?

Graban y graban sin preguntarse un momento si su rostro gusta, si su voz agrada, si caen bien y, sobre todo, si resultan convincentes.

Algo parecido le sucede ahora al Presidente, una figura de gran arrastre en todas las capas sociales hasta hace poco. En sus recientes mensajes se deslizan crasos errores, muchos de ellos involuntarios. Ha comenzado a cansar por exceso. Incluso aquellos signos interpretados positivamente antes de su victoria (las canas, la edad, las ideas religiosas), hoy son vistos con desgana o franco rechazo.

Él, los senadores, los diputados y los líderes políticos hablan frente a la cámara sin pensar en los observadores. Cometen pleonasmos, transgreden normas, se contradicen sin reparos. Son malos comunicadores de su propio trabajo.

¿Hablar es comunicar?

Los videos de nuestros funcionarios nos hacen pensar que se sienten satisfechos con hablar en público. Se permiten ciertas licencias como usar giros coloquiales o lenguaje callejero, con el fin de ganar simpatías. Pero el resultado, en general, es chocante, pesado y aburrido.

El colmo de la torpeza llega cuando publican un mensaje para desafiar a un rival; incluso se expresan en segunda persona. Los demás quedamos rebajados a meros espectadores. ¿Para qué lo abren al interés de todos si sólo quieren discutir entre ellos? Los problemas de la gente son económicos, de seguridad, de salud, no políticos. En esas grabaciones no se comunican con nosotros.

En verdad, tanto el Presidente como las demás autoridades están desperdiciando un tiempo valioso para convencer de sus planes a los ciudadanos. Hoy, más que nunca, las personas buscan respuestas fiables ante la pérdida del empleo y la crisis económica. Algunos todavía dudan si aislarse en sus hogares es correcto o si deberían salir a ganarse unas monedas. 

La incertidumbre de la gente, a pesar de la masa de videoconferencias, encuentra una sola explicación: la comunicación oficial es un fiasco.

Hasta el 15 de abril, López Obrador ha encabezado 346 conferencias matutinas en 502 días de gobierno. Ningún otro estadista en el mundo ha tenido tanta exposición. A pesar de eso, el Presidente no ha convencido a gran parte de la sociedad (ni a los actores económicos) de su estrategia anticrisis. Ha persistido en un tipo de discurso motivacional y relativista. Y cuando esto falla, vuelve a la polarización política, en la que habla de un grupo de choque contra su gobierno, la ley o los pobres.

En provincia, diputados, gobernadores y líderes locales tampoco logran conectar con los temas de la gente. A propósito de la pandemia, han recurrido por lo general al miedo y al chovinismo; llaman a defender “el orgullo de casa”. Con mínimos logros en su gestión, muchos resultan insinceros en sus argumentos de contraer deuda, castigar la desobediencia y romper el pacto federal como salida a los estragos del Covid-19.

De estos temas hay un exceso de información, pero el ánimo social sigue crispado. Sólo puede ser consecuencia de la falta de estrategia. 

Aplicando la regla de Billy Wilder

Así como el cine no sería nada sin los escritores (ni arte, ni cultura ni negocio), las sociedades no serían viables sin la comunicación. De hecho, en estricto sentido, la cinematografía también es un medio de comunicación.

Desde el auge de periódicos en el siglo XIX, con el aumento de la población urbana en Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos, los escritores cumplieron un papel fundamental en la difusión de las ideas. Figuras como Charles Dickens, Anton Chéjov, Mark Twain y Gustavo A. Bécquer comenzaron a trabajar en la prensa antes de alcanzar el éxito literario.

Hoy como ayer, el objetivo de la comunicación es simple: persuadir, convencer, motivar. Para los mencionados arriba, sería una tarea fácil. Pero, en la práctica, es un proceso complejo que no se resuelve solamente con hablar y escribir (ni grabar videos). Un escritor procede con las palabras como el químico con los elementos volátiles. Cada paso lo piensa dos o más veces.

Por esta habilidad, las empresas se han servido de hombres de letras para promover sus productos con eficacia. Han sido publicistas, en algún momento de su vida, Óscar Wilde, Álvaro Mutis, Gabriel García Márquez y Michel Tournier, por citar algunos. Don Eulalio Ferrer, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, fue también director de la agencia Ferrer Comunicación.

Desde luego, no es necesaria la ayuda de un Premio Nobel para resolver un discurso o publicar un mensaje. Es suficiente con la colaboración de un comunicador con experiencia.

En las democracias modernas, comunicar con claridad es casi un asunto de seguridad nacional. En momentos como el actual, en que se juega el patrimonio, el futuro y la vida, un mensaje confuso o banal, en el mejor de los casos, ofende la inteligencia de las personas.

Hasta hoy, veo una intensa actividad en redes sociales de los funcionarios públicos, una gran efervescencia. Pero todavía no se comunican con la mayoría.

julian.javier.hernandez@gmail.com



JULIÁN J. HERNÁNDEZ ha sido editor y colaborador en periódicos de Monterrey, Guadalajara y la Ciudad de México. Actualmente es asesor en temas de comunicación y copywriting. https://medium.com/@j.j.hernandez

Las opiniones expresadas por el autor no reflejan necesariamente el punto de vista de MOBILNEWS.MX

Más artículos del autor

Contenido reciente