En el año 2000, después de que se anunciara el triunfo de Vicente Fox en las elecciones presidenciales, llame a un amigo, panista él, para felicitarlo por el triunfo del partido al cual pertenecía y en el cual creía firmemente. Durante la charla me preguntó si, en mi análisis de bote pronto, a la llegada de un panista a la presidencia podría seguir la extinción del PRI y la hegemonía del blanquiazul.
Mi respuesta fue que no, que no veía desaparecer al tricolor y que pensaba que, dadas las características panistas lo más probable es que su llegada al poder derivaría en un desgaste partidista muy acelerado, sobre todo por la falta de cuadros profesionales que debían ser cubiertos por improvisados que se verían atraídos por el poder y no por los principios que el PAN había enarbolado durante años.
A diferencia del PRI que tenía una estructura partidista y una disciplina en torno al presidente, en el PAN no se podía apreciar tal cosa. Sí pensé en aquél momento y así lo dije, que quizá el tricolor se podría balcanizar y quizá vivir lo que Manuel Villa Aguilera llamaba el “archipiélago mexicano” dado el papel que podrían jugar los gobernadores.
Traigo a colación este tema porque me parece que Morena, el partido de Andrés Manuel López Obrador, durante este sexenio puede enfrentar un desgaste semejante al que en su momento tuvo el PAN con Fox, sobre todo ahora que la figura que servía para aglutinar a los militantes de este partido gracias al liderazgo unipersonal que ejercía, ya no se encuentra en la misma posición que en el sexenio anterior.
Hoy se notan ya los jaloneos entre quienes se sienten con derecho a ocupar espacios de poder, ya sea en el Senado, en la Cámara de Diputados, o en instancias como la CDMX, los gobiernos estatales, las Secretarías de Estado y, por supuesto, la presidenta Claudia Sheinbaum.
Es aquí donde viene a colación Daniel Cosío Villegas, quien señalaba que al PRI hegemónico solo lo podía derrotar un desgajamiento propio, como casi sucedió en 1988 precisamente cuando la Corriente Democrática se desgajó de ese partido y peleó fuertemente la presidencia, tanto así que se habló de un fraude orquestado desde el poder.
Por otra parte, como lo señaló Lorenzo Meyer en un artículo escrito para Letras Libres en 2001: “La tesis de El estilo personal de gobernar (el libro de DCV) era clara: en un sistema presidencialista sin límites, los defectos personales del jefe del Ejecutivo se vuelven características del sistema mismo y se amplían y multiplican hasta afectar la vida misma de la sociedad” que al parecer fue también lo que sucedió durante el sexenio pasado y podría suceder ahora dado el gran poder que en teoría tiene la presidenta Sheinbaum, lo cual podría cobrar facturas.
Así que estamos a punto de saber cómo se presentan los jaloneos, comenzando con la integración de los comités de selección de los candidatos a formar parte del Poder Judicial y, todavía de manera más expedita, en el nombramiento de la Ombudsperson. Son tiempos recios, como diría Vargas Llosa, para Morena.