“Tus hijos no son tus hijos, son hijos e hijas de la vida, deseosa de sí misma.
No viene de ti, sino a través de ti, y aunque estén contigo, no te pertenecen”.
Estas primeras dos líneas son parte del texto de Gibran Khalil Gibran, de su libro “El Profeta”, cuando le da respuesta a una mujer que le pide “Háblenos de los hijos”.
Khalil Gibran, poeta, filósofo, pintor, novelista y ensayista libanés (1883, 1931).
Khalil también dijo, en otro de sus libros: “El ruiseñor se niega a anidar en la jaula, para que la esclavitud no sea el destino de su cría”
Estos textos reflejan de una manera muy poética cuál es la tarea de los padres.
Primero entender que tus hijos no son tuyos, no te pertenecen. Nunca lo fueron y nunca lo serán, no vienen de ti, sino a través de ti.
Segundo, que tu tarea para con ellos, es asegurarte de guiarlos para que se den cuenta de que su vida les pertenece solo a ellos. Dice Khalil: puedes darles tu amor, pero no tus pensamientos.
Ellos tienen su propio pensamiento, están destinados a escribir su propia historia. Si tienes suerte, verán como vives, como respondes a la vida y tomarán de ahí lo que les parezca adecuado a sus propios pensamientos.
Son como una flecha destinada a cruzar el firmamento y encontrar su propio destino. Tú como padre solo eres el flechador, y al mismo tiempo, el arco del que partirán a buscar su camino.
Y quizá, por la forma que muestra el arco, que eres tú, y cómo se tensa la cuerda, podría ser que le des fuerza y dirección a su vuelo, para que su destino sea la felicidad.
Muy poética la visión de Khalil. Y al mismo tiempo muy real.
Nadie puede asegurar el éxito de un hijo, ni puede sentirse responsable de su fracaso. Es una ilusión que la mente gusta de alimentar.
Nos encanta enorgullecernos de sus éxitos. Se nos llena el pecho de orgullo cuando los vemos triunfar y viajar por la vida de un éxito a otro. Cuando los vemos formar una familia fuerte, unida alrededor de la fe y la compasión. También cuando los vemos felices con su vida, y los vemos amasar grandes fortunas con su trabajo y su inteligencia. Es muy difícil evitar esa emoción, nos dejamos llevar por el ego.
Y luego, porque también sucede, se nos rompe el corazón al verlos tropezar y envilecerse cuando sus debilidades resultan ser más fuertes que su espíritu y su entereza vital.
Y caemos en el sacrificio, nos volcamos en su ayuda, sin darnos cuenta de que tratamos de resarcir la castración al que sometimos a ese, ahora, un hombre, que falla en todos los órdenes.
Muchas familias han perdido todo, no solo lo material, sino lo espiritual también, cuando se vuelcan sin medida tratando de reescribir la historia de un hijo.
Cuando este eligió un camino que lo llevó al despeñadero destruyendo su matrimonio, abandonando a la mujer a la que le prometió su compañía “hasta que la muerte los separe” y sacrificando a sus hijos, sus sueños y esperanzas.
Difícil tarea la del padre y más difícil si vivimos con creencias equivocadas. Tus hijos no te pertenecen. Son hijos de la vida y ellos tienen que escribir su propia historia y hacerse responsables de las decisiones que tomen.
Y nosotros, bueno, nosotros tenemos que transitar en las distintas edades. Del adulto maduro al adulto mayor y luego a la edad dorada. Y tenemos que darnos cuenta de que cada edad tiene un propósito, un aprendizaje y una, o muchas, oportunidades.
Tenemos que ser lo suficientemente despiertos para saber que al final de nuestro camino llegaremos solos, como lo iniciamos. Pero ahora, cargados con una sabiduría, qué ojo, no viene con la edad, viene con el crecimiento espiritual y el abandono del ego y sus triquiñuelas.
Y que aún, en ese último trayecto, solo podremos depender de nosotros mismos y de nuestra pareja, si es que aún vive.
Y si alguno de nuestros hijos está cerca, será por su propia decisión y no por obligación.
Será porque en su alma anidó la compasión y el amor. Aunque muchas veces eso es lo último que anima a un hijo interesado en su propia conveniencia.
Recuerda tus hijos, no son tuyos, son de la vida. Están escribiendo su propia historia y tendrán que responder por lo que escriban.
No perdamos la esperanza, ni la fe, hasta la próxima.