El ser humano vivimos en un estado donde estamos rodeados de imprecisiones de todo tipo. No sabemos, por ejemplo, si nuestra salud es la adecuada o si estamos al borde de un colapso fisiolĂłgico o de uno emocional o mental. No lo sabemos.
Creemos que tenemos una buena salud, basándonos únicamente, en la idea de que, si no nos duele nada, entonces estamos bien.
Además, tenemos que luchar contra algunas ideas que nos fueron heredadas por las abuelas que nos decĂan: “si puedes evitarlo no vayas al doctor, no vaya a ser que te encuentren algo”. Es algo asĂ como creer que “si no lo veo no existe”.
Y por eso han tenido tanto éxito las visitas que hacemos a los médicos que consultan en las farmacias. Es una especie de ir y no ir al doctor. El diagnóstico es un poco por “filling”, no hay necesidad, ni tiempo, ni dinero, para hacerse análisis. La recomendación del médico se puede seguir o no, dependiendo como nos sintamos.
Normalmente, esos diagnósticos son bastante acertados, pues, proceden de un médico que tiene muchos años de experiencia. Ellos se dan cuenta, de primera mano, si hay una “pandemia” de diarrea en la ciudad. O si hay un virus en el ambiente, que afecta el sistema respiratorio de mucha gente y que está “matando viejitos”. O también si hay mucha gente con una gripa que se les está complicando. Son médicos que buscan los medicamentos más económicos para sus pacientes. Porque normalmente les visitan personas con recursos limitados.
Funcionan como termómetros sociales. Muchos de esos médicos trabajaron en el IMSS o en el ISSSTE y ahora que están jubilados no se pueden mantener quietos en casa.
El problema sigue siendo la salud. El problema sigue siendo el desconocimiento del estado en que nos encontramos.
Muchos estamos pasados de peso, con dolores en las articulaciones, con problemas para digerir ciertos alimentos (que no sabemos cuáles son), con alergias recurrentes, con afecciones provocadas por el estrés o por los estados emocionales. Muchos más padecemos de enfermedades que no retroceden, como la diabetes, la artritis, los problemas de próstata o de tiroides.
Pero, además, si pierden los Rayados nos sentimos deprimidos. Si muere una tĂa de manera inesperada, nos invade una profunda tristeza. Si pasamos por una calle donde vivimos hace algunas dĂ©cadas, nos entra una nostalgia duradera.
Las emociones nos afectan fisiolĂłgicamente y no sabemos cĂłmo controlarlas, ni sabemos cĂłmo evitamos su impacto en la salud.
AsĂ estamos. Muchos de nosotros lo sabemos, nos damos cuenta de que ahora no es fácil subir escaleras, ni es fácil levantar un garrafĂłn de agua de 20 litros, como lo hacĂamos antes.
El tiempo no pasa en balde. Pero además tenemos que tolerar las locuras que ocurren en nuestra ciudad. Un gobernador que se va, pero regresa porque no quiere dejar en manos de “sus enemigos” el gobierno y los “amarres” que tanto le han costado preparar.
La ciudad está enferma. Respiramos aire muy contaminado, las vialidades están estranguladas, la seguridad está cada vez peor. La naturaleza no se da abasto para reparar todo lo que destruimos los humanos. Vivir aquà es vivir bajo una constante amenaza.
TendrĂamos que hacer algo. Desgraciadamente, seguimos siendo apáticos ante lo que nos sucede.
Cuando menos deberĂamos de cuidar mejor nuestra salud. Caminar más, alimentarnos mejor. Comer a nuestras horas hace una diferencia. Adoptar hábitos de vida saludables.
Si ya sabemos que nuestro sistema digestivo batalla más para procesar la carne, que el pollo o la carne de cerdo, ¿Por qué insistimos en comer tacos a todas horas?
Mientras tengamos salud podemos luchar contra todo lo demás. Sin salud nos volvemos dependientes de todo, ya sea de las personas que nos ayudan a sobrevivir, o de los medicamentos que tenemos que tomar diariamente.
Existen muchas opciones para atendernos. No todo se resuelve con la medicina tradicional, la que busca atacar los sĂntomas que revelamos al mĂ©dico. “Si te duele toma un analgĂ©sico, si está hinchado el mĂşsculo toma un antiinflamatorio”.
Hay una medicina que busca atacar las causas y no se enfoca Ăşnicamente en los sĂntomas. Pero eso tampoco nos gusta, porque muchas veces la soluciĂłn es cambiar el rĂ©gimen alimenticio.
DecĂa el mĂ©dico griego HipĂłcrates “que tu medicina sea tu alimento y tu alimento, tu medicina” y lo dijo hace 2 mil quinientos años. Pero no aprendemos.
No perdamos la esperanza, ni la fe, hasta la prĂłxima.