“Erraríamos al tomar la gratitud por un imperfecto consuelo. La gratitud es lo que cuenta” Jesús Bengoechea.
Corría el año 2015 cuando inicié mi trabajo como analista de los datos recabados por SABA Consultores. Muchas veces de manera privada, otras con difusión pública. Este artículo será, estimados lectores, el último que haga bajo ese esquema. En aquel entonces gobernaba México Peña Nieto, parece que haga una eternidad. Se iniciaba un deterioro rápido de su imagen a partir del caso Ayotzinapa, y de algunas otras cosas, que fueron manejadas pésimamente al interior de su equipo, y utilizadas con mucha habilidad por el entonces opositor López Obrador. Con la inestimable ayuda, eso sí, de una legión de intelectuales, cuya mayoría hoy calla. Su responsabilidad en lo que ha venido después es inexcusable. Algunos hacen ahora crítica como si antes no hubieran hecho alabanza, aunque hay un grupo no muy nutrido que ha reconocido su craso error de 2018, cosa que les honra. De modo que empecé con EPN, seguí bajo la égida de AMLO y termino en pleno legado de la 4T, bajo la presidencia “científica” de Sheinbaum.
Ese legado es, en primer lugar, un México aún más inseguro que el de los sexenios de Calderón y Peña, una plusmarca, sobre todo la del panista, difícil de batir. “Sensible fallecimiento”, decía la Secretaría de Salud y no la de Gobernación, sobre los asesinatos de los asesores de Brugada. Quizá sea lo adecuado, que se tome la inseguridad como un problema de salud pública. Claro que, a juzgar por la herencia recibida en materia de salud, tampoco sería muy halagüeño: un grave y recurrente problema de desabasto de medicamentos, y una gestión criminal de la pandemia, a manos de un López, Obrador, al que le vino “como anillo al dedo”, y otro López, Gatell, que declaró la inmunidad al virus del presidente por el mero hecho de serlo. En otro orden de cosas, aquellos que clamaban por la desmilitarización nos entregan un ejército con más poder e intervención de la deseable, sobre todo en el plano de las concesiones económicas. Una dependencia que, a medio plazo, será un problema de primer orden, y a corto, genera muchas preguntas sobre la compra de lealtades y silencios.
La separación de poderes ha sido vilmente atropellada. Después de desaparecer el legislativo como tal, reducido a mero palmero del ejecutivo, en breve desaparecerá también el judicial, con la farsa del próximo día 1. Un inusitado refuerzo del poder presidencial que suena a lo que es: una regresión, un retorno al pasado, una herencia autoritaria que nos habla a gritos sobre la procedencia de los individuos que la protagonizan. Corrupción económica para la élite que ocupa el poder; represión o silencio para los medios y la casi desaparecida oposición que se enfrente a sus desmanes y a su voluntad explícita (Noroña, antier mismo) o implícita de no dejar el poder. ¿Qué les recuerda? Nos dejan una ciudadanía extremadamente dependiente de las ayudas sociales, que se han convertido en un fin y no en un medio. Un fin para sostener y maquillar lo que en realidad es un aumento de la pobreza, y de paso para asegurar fidelidades electorales, en una operación de clientelismo que nos remite a épocas pretéritas. Pero no un medio para la permeabilidad y el ascenso social, que se ha reducido más que nunca a través de un empobrecimiento agigantado de la clase media.
Esto de las dádivas me recuerda un proverbio, creo que ruso: el único queso gratis está en la trampa para ratones. Una imagen viva de lo que significa igualar por abajo, de aquel tristemente famoso par de zapatos que para AMLO era más que suficiente que tuviera cada mexicano. Cuando dijeron que primero los pobres, quizá querían decir que se trataba de conservar o aumentar su número. Por legar, han legado hasta una marca comercial, una denominación que ha hecho fortuna: la 4T. Una transformación que, finalmente, se ha hecho cierta en un modelo que ha significado hacer radicalmente lo contrario de lo que se dice. Ni los pobres han ido primero, ni se ha combatido la corrupción, ni hay mejoras económicas visibles, ni hay avances en calidad democrática, ni mucho menos un México más seguro, ni nada de nada.
Y con eso ya hoy digo basta, basta de hablar de la amarga política. Por una vez, me van a permitir extenderme algo más de lo habitual para platicarles sobre el legado que yo recibo, que es, al contrario, muy valioso. La tónica de estos artículos, en base a mi vinculación profesional con SABA, ha consistido en analizar datos, exponerlos como tales, y a partir de ellos analizar la opinión pública y exponer, cómo no, la mía al respecto. Esta no ha representado necesariamente en ningún momento la de SABA Consultores, y he tenido plena libertad en ese sentido. Y por supuesto ustedes no han tenido por qué estar de acuerdo en todo, ni aun en nada. Me invade cierto sentimiento de nostalgia, pero dicen que la nostalgia es la alegre tristeza. O viceversa.
Nos recuerda el filósofo José Antonio Marina que aquello de que todas las opiniones son respetables es una falacia: lo único respetable es el derecho a expresarlas en libertad, del cual, en SABA, he gozado a plenitud. Espero haber hecho honor a ese privilegio haciendo también respetable lo que he dicho en estos años. Desde luego lo he intentado. En todo caso, mi crecimiento personal y profesional durante ellos ha sido tan evidente que de una trayectoria un tanto errática he pasado a ser historiador, y he encontrado en la escritura una vocación perdida u olvidada que me ha dado gran satisfacción. Esa reorientación profesional y vital se la debo, en primer lugar, a mi familia, en particular a mi esposa Claudia. Justo es reconocer también a Margarita Riojas, que fue quien inicialmente pensó que yo podía estar capacitado para la realización de estos análisis. Y cómo no, y he de agradecérselo siempre, a la persona del Dr. Salvador Borrego. Que te muestren cómo encontrar un camino no es poca cosa.
Siempre dije, y seguiré diciendo, que la metodología de SABA Consultores, la que creó Salvador Borrego, es la única solución al problema que presentan las encuestas desde hace al menos tres décadas. El porqué de la falta de reconocimiento a ambos, método y creador, es un enigma que tiene muchas interpretaciones. Sólo señalaré dos. Por un lado, el nulo interés por parte de la clase política en comprender el método en sí, a veces por incapacidad, a veces por soberbia, salvo honrosas excepciones. Por otro, tristemente y quizá en relación con lo anterior, que la honradez profesional es cada vez menos compatible con el éxito, porque en el mundo de la demoscopia se prima más el cuchareo y el lambisqueo que el mérito y la precisión metodológica. Hay más motivos para que los monitoreos de SABA no sean famosos a nivel mundial, pero se los dejo a su análisis y criterio. En todo caso, por mi parte, he de insistir en que el legado personal, profesional y vital que me entregan esos diez años de trabajo con SABA es un tesoro de valor incalculable. Si en un futuro no se reanudara esa relación laboral, jamás perderé la personal, que es una joya de mayor tamaño. Intentaré administrar ambos caudales con el mayor entendimiento y sabiduría que pueda.
Seguiré escribiendo, de un modo u otro, porque me llena y me enriquece. Echaré, eso sí, de menos mis rutinas: el seguimiento de las noticias, su recopilación, la recepción y análisis de los datos, el intento de relacionar estos con aquéllas. Pero de algún modo lo seguiré haciendo. Amén del legado recibido, permítanme un momento de pequeña vanidad para decirles que albergo, a su vez, la esperanza de haber dejado yo algo. No hablo de posteridades, la inmortalidad y esas cosas se me hace que me quedan lejos y grandes. Hablo de haber podido aportar a SABA un enfoque crítico y un análisis certero, y que eso haya contribuido a iluminar los derroteros siempre cambiantes de la opinión pública. Me valdría tan sólo con que alguna vez haya acertado con ello en términos de utilidad y difusión, esto último aquello que tanto sería necesario para un método que es mexicano y que no tiene igual en el mundo. No he de considerar este cambio un infortunio, y aun si así lo hiciera, ya nos advirtió Séneca que “no hay nadie menos afortunado que el hombre a quien la adversidad olvida, pues no tiene oportunidad de ponerse a prueba”. Hace pocos días, un buen amigo de allende los mares me lo recordaba: toda crisis es, en última instancia, una oportunidad. Así que, he de insistir: gracias por tanto. Si algo debemos aprender en la vida, es que la vida nunca deja de enseñarnos. Nos seguiremos leyendo.