“La verdad es para mà más importante que la vidaâ€, Gennadii Smelov.
La frase anterior es la contestación que dio un prisionero ruso, en 1960, a la pregunta de por qué estaba en huelga de hambre. Dicha respuesta debió parecerle al fiscal de tal incongruencia que, de inmediato, el preso fue ingresado en un hospital psiquiátrico, porque para la fiscalÃa “padecÃa sÃntomas de esquizofreniaâ€. Esto sucede cuando hay una verdad oficial cuya puesta en duda epata de tal modo a quienes la promulgan que, sencillamente, les parece cosa de locos. Todos los dÃas nos están vendiendo un insistente discurso, el permanente alegato que justifica todo, eso sÃ, por nuestro bien. En realidad, no es más que un continuo agiotismo de Estado, del que la principal conclusión es que más vale que no te quedes fuera de este benevolentÃsimo sistema, porque tus empequeñecidas vida y hacienda lo van a sufrir, y de qué modo. Escucha lo que te dice el lÃder, escucha sus prédicas y diatribas, porque ese es el único camino, la única verdad y la única vida. Es la nueva religión, el aletargante opio que debes aceptar a cambio de tu plato de lentejas.
Toda esa prosopopeya, esa afectada gravedad con que nos hablan de democracia y de instituciones (que ahora, ya, no deben irse al diablo, claro), mientras conculcan las leyes a placer, es común a todo régimen totalitario. Porque, por más que nos vistan a la mona de seda, mona se ha de quedar: si no hay contrapesos, si no hay separación de poderes, y si hay una casta gobernante que dispone de privilegios legales, no nos encontramos ante otra cosa. La palabra privilegio, por cierto, proviene del latÃn “privilegiumâ€, que a su vez se forma de “privus†(privado) y “lex†(ley). Con lo que, en esencia, se refiere a una ley particular que sólo afecta a un individuo o a un grupo determinado. La traducción práctica es la impunidad de una casta, mientras usted ya puede andar con cuidado si se le pasa, simplemente, la fecha de un impuesto.
Ahora gobierna México un “movimientoâ€, un término que de por sà es un truco para alejar lo que define de los tradicionales actores polÃticos (los partidos), para mostrarse como algo mejor, mayor y por encima de dichos actores. “Movimiento†es un término muy común en los sistemas totalitarios, porque necesitan distinguirse como algo superior moralmente, y por tanto, intocable. ¿No estará usted en contra de nuestro movimiento?, punto a partir del cual se significará usted como un elemento disonante y, en consecuencia, peligroso. Porque el “movimiento†pasa a identificarse con el gobierno, éste con el Estado, y este último, a su vez, con la Nación. Ya ve, de una simple y sana disensión ha pasado usted a ser enemigo nada menos que de la patria. Será señalado y apartado. Pónganse alerta cuando, en polÃtica, nos vendan que algo es “integradorâ€, porque muchas veces eso significa “totalitarioâ€.
Este tipo de movimientos suelen ir, desde su propio nombre, acompañados de otros adjetivos y/o sustantivos que enriquecen premeditadamente su descripción. Por supuesto, el movimiento es “nacionalâ€, y de ese modo todo lo que no esté circunscrito en él será ajeno, como se ha dicho, a la Nación. En el caso mexicano (que no es el único), en el nombre se incluye la intención: nada menos que la regeneración. Vuelta a empezar: ¿No estará usted en contra de la regeneración nacional? ¿Acaso es usted partidario de los viejos vicios, de los viejos defectos, de todos los males que hasta ahora nos han aquejado? Es la antesala, quizá ya la propia sala, del “conmigo o contra mÃâ€, el denominador común de cuantas tiranÃas en el mundo han sido. En los tiempos que vivimos, además, con un repulsivo aliño de corrección polÃtica y el insoportable hedor de una impostada superioridad moral.
Eso sÃ, los integrantes del “movimiento†se manejan muy pagados de sà mismos. A veces parecerÃa casi que se la creen. Todo lo aprueban con sobresaliente. No hay dato ni relato que no les favorezca. Todo va perfecto, mejor incluso de lo previsto. México es el pasmo del planeta, la “promise land†de la inversión y el crecimiento. La inseguridad, pues se está combatiendo, qué quieren ustedes, es la herencia de la mafia del poder, del PRIAN, de los fifÃs y de los malvados aspiracionistas de las clases medias que aún querÃan creer en aquello de la permeabilidad social. ¿La maestra Hernández Cruz? En el peor de los casos, una cosa aislada. Es más, nada de eso, ya dijeron que fue un infarto. Todos cada vez más iguales (eso sÃ, por abajo), más dependientes, más zombificados, a la mayor gloria del amado lÃder de Tabasco y de su sucesora, la cientÃfica. Dinamarca quedó atrás, muy atrás, en el paÃs nórdico son meros aprendices del bienestar, porque aquà el bienestar se ha hecho tangible: frijoles y chocolate.
Tengo amigos, a ambos lados del océano, que a veces me sugieren que suavice el tono de la crÃtica, por aquello de no despertar antipatÃas. No es que me de igual, pero tampoco me interesa agradar a nadie. Lo cierto es que, hasta hoy, nunca he dependido de la dádiva de aquellos que ensalce o que critique, con lo cual gozo al menos de la sagrada libertad del pensamiento independiente, por más que éste sea escasamente retribuido. No ayer, sino hace 23 siglos, nos contó Diógenes Laercio que en una ocasión Platón le gritó: “¡Si tú sirvieras a Dionisio, no tendrÃas que lavar lechugas para comer!â€, a lo que el filósofo que preferÃa los toneles a los palacios para vivir, tan sólo le contestó: “Y si tú lavaras lechugas, Platón, seguro que no tendrÃas que servir a Dionisio para comerâ€. Asà que, además de con Diógenes, yo estoy con Quevedo, y digo con él: “No he de callar, por más que con el dedo, ya tocando la boca o ya la frente, silencio avises o amenaces miedoâ€. Yo seguiré lavando mis lechugas, porque si nos quitan la palabra libre, ¿qué nos habÃa de quedar?