La armadura de Aquiles

Adolfo González

EL SEXTANTE
Su trayectoria demuestra que no es invulnerable, y que por lo tanto no es Aquiles, ni es invencible, y la arrogancia con la que se conduce es precisamente la que lo pone en peligro.
11/05/2020

“Como pago al contado, nunca me falta un beso, y siempre que me confieso, me doy la absolución”, Joaquín Sabina, “Con dos camas vacías”.

Es tan maravilloso el relato de Homero en su “Ilíada”, que, aun a caballo entre la historia y la mitología, casi tres mil años después de su redacción sigue proporcionando hermosos ejemplos que tienen su aplicación práctica en la actualidad. Hoy, al abordar los datos de SABA Consultores del 9 de mayo, vamos a hablar también de la osadía, de la inconsciencia y de la temeridad. Aquiles, como muchos de ustedes quizá sepan, es el héroe guerrero de la mitología griega por excelencia, al cual se suponía invencible. Tal era su influencia en la moral de las tropas, que su sola presencia daba por sentado el éxito en la batalla, y a ese efecto fue convocado a la expedición contra Troya. Sin embargo, en un momento del largo asedio, sus desavenencias con el rey le hicieron negarse a acudir a un combate. Ante el desasosiego que cundió en la milicia griega, su amigo y primo Patroclo se vistió con su armadura para solventar el desánimo. Consiguió su objetivo en ese sentido, pero encontró la muerte en su combate con Héctor, demostrándose así que la invencibilidad de Aquiles no residía en su armadura, sino en su propia capacidad de combate.

AMLO, tras años de derrotas, se ha convertido en el Aquiles de la 4T, inicialmente más por demérito de sus rivales políticos que por mérito propio. Más por cansancio y hastío de los ciudadanos, que votaron como reacción a una interminable sucesión de errores de bulto y a la oportuna propaganda que los magnificó, que por el análisis detenido de sus propuestas y su capacidad. Se ha revestido de una armadura, a lo que parece infranqueable, construida con elementos muy sencillos: insistencia en el combate a la corrupción, aprovechamiento de la crisis de confianza en la clase política, discurso populista y señalamiento de unos adversarios, reales o imaginarios, que lo convierten en el paladín del “pueblo bueno” ante una serie de malvados abusivos cuyo tiempo camina hacia su fin. El resultado en cuanto a respaldo, por ahora, es brillante: los promedios de la encuesta, que en este momento son muy confiables, muestran una imperturbable aprobación de un 62 por ciento de los ciudadanos, con una estabilidad máxima en todos sus indicadores. Seguimos, en consecuencia, sin que sufra desgaste alguno y atraviesa esta grave crisis a causa del Covid19 con suficiencia.

AMLO se siente, pues, encantado de haberse conocido porque su aspiración única es “el amor de su pueblo”, aunque este sea ciego. Si quieren comprobar tal ceguera, les animo a intercambiar opiniones, o más bien a intentarlo, con un seguidor acérrimo de la 4T. Hace pocos días, con motivo de mi anterior artículo, y en concreto de las inconsistencias que señalaba yo en ciertas láminas de Gatell, un amable lector me lanzaba el siguiente sofisma: si el gobierno manipulara la cifra de contagios mediante el concepto “contagio activo” se perjudicaría a sí mismo, puesto que la tasa de letalidad resultaría más alta. Buen intento, pero fallido. El concepto de “contagios activos” no elimina el de contagios acumulados, lo que hace es ponerlo en segundo plano: no varía la tasa de letalidad, que se calcula en base a los contagios acumulados, sino la imagen visual que se pretende comunicar, lo que es fácil observar incluso en los colores empleados, verde para los activos y rojo peligro para los acumulados, cuando lo lógico es pensar que fuera al revés. Finalmente, le hice notar la comodidad con la que consideraba la sola posibilidad de la manipulación de las cifras. Ante esos razonamientos, su respuesta final fue acusarme de desear que hubiera muchos muertos en México, porque así saldría ganando en la comparación “mi amada patria”, que es España. Con respecto a la gestión gubernamental en mi país, solo diré que está siendo criminalmente desastrosa y espero sinceramente que el resultado de la de México ni se le acerque. Aparte de ello, la acusación del lector no puede ser más infame, pero tampoco cabe demasiado reproche. El propio Andrés Manuel insiste a diario en el interés de todos sus adversarios en que esta crisis se salde con muchas muertes, ¿cómo no esperar que sus seguidores esgriman lo mismo, si es el argumentario de cabecera de su líder?

Uno de los problemas del uso de esa armadura por parte de AMLO es que es un disfraz. Su trayectoria demuestra que no es invulnerable, y que por lo tanto no es Aquiles, ni es invencible, y la arrogancia con la que se conduce es precisamente la que lo pone en peligro. La valentía, nos enseñan, no es la ausencia de miedo: eso es temeridad. El arrojo consiste en el autodominio y en la conciencia de la situación, que obligadamente debe conllevar la consideración de la realidad que nos rodea y no de una fantasía, por mucho que nos aplaudan una insensatez. Sin embargo, muchos de los funcionarios de la 4T, y a la vista del éxito de su caudillo, han abrazado con fruición la estrategia de la armadura de la invulnerabilidad. Veamos sólo un par de ejemplos.

López-Gatell, la estrella mediática del momento, se ha subido a ese carro. Y al hacerlo pasa con frecuencia a convertirse, del Dr. Gatell, en una especie de Mr. Hyde en versión política que lo vuelve inusitadamente soberbio, replicando el discurso de su líder. Ayer mismo, al hilo de las dudas generadas por publicaciones internacionales sobre la realidad del número de muertes y contagios, especialmente en Ciudad de México, y de las posibles disensiones entre Sheinbaum y el Gobierno Federal, corrió a ponerse la armadura y nos regaló seis minutos estelares. En el más puro estilo presidencial, consiguió no detallar ninguna explicación al respecto, pero sí se ocupó de lanzar la sospecha y la oportuna relación de enemigos interesados. A saber: un contubernio casi sincrónico integrado por el New York Times, el Wall Street Journal, el Washington Post y El País. Casi nada. Y los encargados de darle difusión, pues protagonistas de las redes sociales (recuerden que Twitter ya dejó de ser bendito), “individuos” de administraciones anteriores, oscuros intereses de la industria farmacéutica, y “unos cuantos” con aspiraciones políticas. Buen guión para una película, siempre que reconozca que la autoría no es suya, porque ese argumento se escucha cada mañana en Palacio Nacional. Le siguió inmediatamente Claudia Sheinbaum, que para no salirse de las instrucciones del guionista, nos deleitó afirmando que no iba a poner en duda ni a los reporteros ni a los medios, pero que lo que decían no era verdad, porque estaban en perfecta coordinación. ¿Y luego? ¿Sobre las cifras? Ninguna aclaración. Yo me permito sugerirles algo. Cualquier especialista en estudios demográficos sabe que, en circunstancias catastróficas, la fuente más fiable son los registros de defunción. Se puede inferir, incluso décadas después, la incidencia de un factor anormal (guerra, catástrofe, epidemia), mediante un estudio comparativo. Hace semanas que, no solo en México, en muchas partes del mundo, incluyendo España, se señalan serias discrepancias que poco tienen que ver con la dificultad de certificar que las muertes sean causadas por Covid19, sino con la voluntad de ocultar el volumen real de fallecidos para mejorar la imagen de la gestión. Si en lugar de señalar culpables se aclararan los números y las fuentes, todo sería mucho más transparente.

Y eso sería muy útil para afrontar lo que se viene, porque la otra variación importante que aparece en los datos de SABA Consultores se da en la actitud de los ciudadanos ante el confinamiento. Quienes consideran muy difícil permanecer en casa rozan la advertencia negativa, y quienes lo ven difícil directamente generan una alerta. La inquietud y la impaciencia parecen hacerse presentes, y otro síntoma que lo refrenda es la advertencia negativa en el número de quienes prevén una afectación en su economía. Todo indica que se está llegando a un momento de incomodidad manifiesta, con los problemas que, en gran medida, hay que insistir en ello, provienen de la poca utilidad que el ciudadano ve en el confinamiento, habida cuenta la continua minimización del problema. Ante el deterioro económico en aumento de las economías familiares, ¿no es quedarse en casa una pendejez, si el gobierno me dice al mismo tiempo que esto no es para tanto y que ya se está atenuando?

El problema de la autocomplacencia y de la confianza en el discurso artificial y unívoco que genera la armadura de AMLO, es que ni él, ni sus colaboradores, ni mucho menos los ciudadanos, son Aquiles, y corren el riesgo de recordar que tan sólo son Patroclo cuando ya hayan sucumbido a manos del Héctor que les toque. En la clase política se adivinan pocos héroes como el príncipe troyano, pero el propio choque con la realidad puede ejercer perfectamente como tal. Es evidente que la gestión de esta contingencia es sumamente difícil y no le arriendo la ganancia a ningún gobierno. Pero para eso están. Si yo fuera AMLO, no haría como en la cita que antecede este texto, y no me pensaría libre de errores. No me centraría en mi aprobación, ni en la artificial armadura de ningún discurso, por eficaz que parezca. Intentaría anticiparme a esa inquietud ciudadana para que no me afectara, actuando en consecuencia, pero con responsabilidad hacia la pandemia y apego a la realidad. Una decisión cuya dificultad se mitigaría si se observara la opinión pública más allá de la autocomplacencia y del conformismo con una aprobación que no tiene por qué ser eterna. Hasta Aquiles tenía en el talón su punto débil, cuánto más aquél que sólo viste su armadura.

adolcafe@yahoo.es
 



ADOLFO GONZÁLEZ reside en España, y es analista político especializado en la interpretación de la metodología de Saba Consultores de medición de la opinión pública.

Las opiniones expresadas por el autor no reflejan necesariamente el punto de vista de MOBILNEWS.MX

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