Es la actitud intolerante que no acepta otro punto de vista más que el propio; la arrogancia de que todos los demás están equivocados, menos él; la agresividad en sus palabras y gestos, el insulto a flor de piel (“pendejos todos”, es el más socorrido), y el reclamo de sentirse víctima eterna del rencor de los demás.
A todo eso, los mexicanos le llamamos “ser un talibán”, es decir, un tipo insoportable y presumido que quiere, a toda costa, tener siempre la razón.
Si uno está en la mesa de café, en una cantina o en una carne asada en casa de amigos, la cosa no pasa a mayores y al “talibán de nopal” le llueven chistes crueles y la ironía de los demás, hasta que solito se calma. Ahí murió.
La cuestión cambia, se vuelve dramática y tiene repercusiones trágicas cuando los “talibanes” son los políticos que nos gobiernan. Los hay también, por supuesto, entre empresarios y la sociedad en su conjunto, pero consideremos hoy nada más a los políticos.
No es lo mismo darle pamba o echarle carrilla al compadre o amigo en la reunión social que al Presidente de la República, al Gobernador, diputados, etcétera, cuando en el ejercicio de sus funciones se comportan como “talibanes”.
La conferencia de prensa “mañanera” del Presidente López Obrador es en la actualidad el ejemplo clásico de un talibán político, pero no es, ni de lejos, el único. La utilización de la investidura para atacar y denigrar a los demás y luego, cuando le empiezan a contestar, invocar el respeto hacia esa misma investidura que él arrastra por los suelos; es una figura de libro de texto.
Más allá de ser algo pintoresco en un Presidente o Gobernador Bronco, el problema reside en que esa mezcla de intolerancia y autoritarismo, de abuso de la investidura, va de la mano con una gestión pública ineficiente, cuyos resultados son negativos y que exhibe un proceso de toma de decisiones irracional, temperamental y alejado de los criterios que debe utilizar un buen administrador público.
Cuando vemos los resultados, entonces lloramos: nuestros gobernantes, desde lo más alto hacia abajo, son casi todos unos ineptos, mercuriales y envueltos en una de las peores formas de corrupción de una persona: la soberbia.
No importa si militan o no en tal o cual partido, si son “conservadores” o “transformadores”, al llegar al poder no pueden superar la prueba del buen gobierno y fallan miserablemente. Nacieron para la lucha electoral, no para la gestión pública.
¿Qué hacer cuando nada te sale bien, tus decisiones provocan desastres, el dinero público no alcanza para tus sueños faraónicos y no tienes hechos concretos que presentar como buenos resultados?
Muy sencillo: muestra el cobre, es decir, el material del que realmente estás hecho, da palmadas fuertes sobre la mesa, grita y vocifera, échale la culpa a todos los demás, inventa conspiraciones, di lo que tengas que decir, al cabo, en el fondo, eres un “talibán” de opereta.
En Afganistán, los verdaderos y originales talibanes, temibles e implacables, están de regreso en el poder. Ellos no amenazan, cumplen; no vociferan, hacen discretamente lo suyo, incluso asesinar si es preciso. Esperaron 20 largos años en sus cuevas en las montañas hasta que dieron el zarpazo.
En México, nuestros “talibanes de nopal” llevan apenas tres años en el gobierno y ya tuvieron que sacar su cara más profunda ante la falta de resultados y en vista de una gestión pública desastrosa. Vociferan, pero no cumplen. Amenazan, pero sólo de manera selectiva, pues su justicia es para los “adversarios”, no para los aliados.
Si han podido prosperar en México los remedos de talibanes es porque la frágil cultura política y la apatía de los mexicanos se los ha permitido, por lo menos hasta ahora. Ya se vio el pasado 6 de junio, sin embargo, que el voto en las urnas sí puede frenar el deterioro del país en manos de pésimos administradores públicos, que los tribunales funcionan y que los medios de comunicación desnudan hasta el alma de los vociferantes.
De agosto del 2021 al 1 de diciembre del 2024 (40 meses a partir del actual), cuando tome posesión un nuevo Presidente de la República, podríamos encontrarnos con la situación de un país demasiado deteriorado para recuperarse. No es suposición, es una simple proyección de lo que puede pasar con base en la situación actual si no cambia el rumbo. ¿Lo vamos a permitir?
Lo primero es responder a una interrogante: ¿Qué vamos a hacer con los “talibanes de nopal”?