Ante la necesidad imperiosa de ganar la elección en la que se compite, aún más fuerte si se trata de la presidencia de la república, los candidatos se enfrentan a un dilema inicial: ¿hay un límite para insultar y atacar al candidato o candidatos oponentes o se vale echar mano de cualquier recurso sin apegarse a la ética y la legalidad?
En ese sentido, las elecciones y los candidatos en México no son diferentes a los de otros países en los que ganar a costa de lo que sea y sin reparar en escrúpulos es la regla, no la excepción.
Nada tiene de democrática una elección en la que no sólo el piso está disparejo, sino en la que el comportamiento de todos los participantes es deshonesto y traicionero, hipócrita y desleal.
Bajo esas circunstancias, la palabra democracia se desvanece y pierde su contenido. Si candidatos sin escrúpulos logran triunfar en una elección dispareja es porque hay ciudadanos sin conciencia ni parámetros éticos que los apoyan.
La democracia no empieza ni termina en las elecciones. No puede existir una nación democrática si los ciudadanos carecen de la cultura política y los valores que nutren al espíritu democrático: respeto a las leyes, a los contendientes y a los votantes, para empezar.
¿Vive México hoy en una condición de país democrático sólo en las formas, pero no en el contenido? ¿Qué vamos a votar los ciudadanos el próximo 2 de junio: el apoyo a la democracia como farsa o como realidad?
Me interesa saber si mi voto servirá el 2 de junio para defender o acabar de hundir a la democracia mexicana. Elegir al presidente, gobernadores, alcaldes, diputados y senadores es un ejercicio que demanda el más elevado estándar ético y una concepción superior de la política tanto por quienes demandan el voto como de quienes lo otorgan.
De otra manera, lo que hacen los candidatos con nosotros los votantes es simplemente un engaño a través de la manipulación de discursos, promesas y actos de campaña armados para simular que tienen la apariencia de demócratas cuando, en realidad, son antidemocráticos en los hechos.
Quiero pensar que la democracia en México tiene salvación y que no se tiene que jugar la vida en cada elección y con cada nuevo gobernante y partido político que lo primero que hace -al llegar al poder- es destruir las reglas del juego e instalarse en la antidemocracia.
Quiero creer que la democracia en México resistirá el embate autoritario y destructor del actual gobierno morenista, más allá de si el 2 de junio haya alternancia en la presidencia de la república o repita el partido en el poder.
Lo creo porque los excesos autoritarios y destructores de las instituciones y contrapesos son tantos que empiezan a jugar en contra de quien los inició. Tanto cinismo no pasará inadvertido en la sociedad. Tanta corrupción material y del espíritu exhibida día con día por el líder morenista en un lamentable espectáculo matutino ha envenenado a la sociedad, es verdad, pero también a él que lo emite y lo propaga.
La resistencia ciudadana ha dado sus frutos, las vías judiciales han frenado varias de las locuras presidenciales y la presión externa ha detenido algunos excesos del poder.
La verdadera defensa de la democracia mexicana reside, sin embargo, en una vía más lenta y que deberá nutrirse generación tras generación: cultivar en nosotros y los descendientes la cultura política de la democracia, educar para ser ciudadanos a plenitud, hacer de los valores cívicos algo así como el pan nuestro de cada día y el agua que tomamos.
Vamos a dar la batalla en las urnas el 2 de junio con nuestros votos de castigo al autoritarismo y de premio a las opciones de gobierno y proyectos que podrán no ser perfectas, pero serán perfectibles una vez en el poder.
Reconstruir a México es reconstruir su democracia.