En los años en que trabajé en el periódico El Norte (Grupo Reforma) y tenía contacto frecuente con Indran Amirthanayagan, encargado entonces de la sección cultural en el Consulado Americano en Monterrey, poeta y escritor, acudí varias veces a la invitación para festejar el 4 de Julio, el aniversario de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América en 1776.
Eran interesantes las recepciones de tantos y diversos invitados a la residencia del Cónsul en la zona de la ex Hacienda del Rosario, en San Pedro. Políticos, empresarios, académicos, escritores, artistas y algunos periodistas, convivíamos unas horas de una manera en que nunca hubiéramos logrado reunirnos tantos mexicanos: por la invitación de nuestros amigos gringos.
Esa sería la primera lección, sí se puede convivir: “¿te invitaron al brindis en el Consulado?”, se convertía en el “gossip” en los días previos en los círculos regios., pero había otras lecciones más.
Al momento solemne, cuando el Cónsul General en turno dirigía unas palabras en torno al significado del 4 de Julio para los estadounidenses, y resaltaba la valía de México para su país, se entonaban a continuación los himnos nacionales.
Por cortesía, se escuchaba primero el Himno Nacional mexicano. A voz en cuello cantábamos los mexicanos, afinados con un par de copas de vino o de tequila, el “Más si osare...” y gritábamos al final.
Después, se escuchaban las primeras notas del Himno Nacional estadounidense, se oían las voces de los norteamericanos presentes y, para mí sorpresa la primera vez que lo escuché, se agregaban las voces de muchos mexicanos presentes que se sabían el himno americano a la letra.
No sólo eso, lo cantaban con el mismo entusiasmo que nuestro himno mexicano, lo cual me pareció deslumbrante: acababa de descubrir ese lazo que une a mexicanos y gringos de una manera profunda, permanente y resistente a cualquier gobernante en turno a ambos lados de la frontera.
¿Cómo fue posible llegar a ese momento inolvidable? ¿No son los Estados Unidos de América el villano de nuestros libros de texto? ¿No es “el imperialismo yanqui” el mantra perenne de las izquierdas y populismos no sólo de México sino de América Latina?
Por fortuna, muchas lecturas (Walt Whitman, Auster, Steinbeck, Hemingway, entre otros), intensa convivencia con estadounidenses (saludos, Michael Sobel), viajes a la Unión Americana, la observación de la vida americana, me dieron la gran oportunidad de sacudirme los prejuicios y estereotipos sobre los gringos que aquejan aún a generaciones de mexicanos.
Cada 4 de Julio hago una pausa en lo que esté haciendo para dedicar una reflexión pequeña, desde mi ámbito personal y en la intimidad de mi estudio en Monterrey, a la gran nación americana: aplaudo la diversidad, su empuje literario y cultural, la gente buena de Texas, Arizona y Nueva York que he conocido, a la música del “Jefe” Bruce.
Lejos, muy lejos están de la voracidad por el poder y la fanfarronería de políticos, aquí y allá, que siembran odio en sus sociedades y tratan de dividir lo que es indivisible: el lazo social y cultural entre las dos naciones, independientemente de lo que digan o hagan sus gobernantes.
“Read my lips”, como dicen los americanos: nunca dejaremos de cantar juntos el “Masiosare” y el “the home of the brave” durante muchos 4 de Julio, “no matter what!”
¡Salud, USA!