Hace muchos años, tantos casi como los que he vivido, un gobernante de un país lejano al nuestro llegó al poder con la misión autoimpuesta de convertir al suyo en la principal potencia mundial, tuvo varias ideas que, desde su perspectiva eran lógicas y pensaba que poniéndolas en práctica acabaría con los problemas de ese país y mejoraría la calidad de vida de sus habitantes.
Debo aclarar que hoy ese país es efectivamente no la primera, pero sí la segunda economía más grande del mundo, pero no gracias a las medidas tomadas por ese gobernante que, entre otras, tomó la decisión de mandar a sus cuadros educados a ser reeducados y realizar labores consideradas poco apropiadas para sus habilidades, a fin de que aprendieran a ser humildes y a obedecer al pueblo.
Una de las medidas que no alcanzo a entender cómo fue que decidió tomar, fue la de eliminar a cuatro “enemigos” de la agricultura, cuatro plagas: ratas, mosquitos, moscas y gorriones. De estos últimos se calcula que fueron eliminados unos 20 millones. El problema es que esta política se tradujo en que, muertos sus depredadores, los saltamontes hicieron su agosto y arrasaron con parte de las cosechas.
Por si eso fuera poco, lanzó al país en el llamado “Gran Salto Adelante”, para acelerar la industrialización, haciendo que campesinos, obreros y, en general, todos los habitantes del país construyeran hornos artesanales para producir acero.
No sé si sea necesario decir que el metal producido distaba mucho de ser acero de calidad, el cual de ninguna manera servía para el propósito anunciado, pero sí hizo que los campesinos dejaran de atender el campo y se produjera el periodo conocido como “La Gran Hambruna”, la cual produjo espantosos resultados y un número indeterminado de muertos que fluctúa entre los 15 y los 45 millones de personas dependiendo de las cuentas que se consideren reales.
Luego de este fracaso, y para mantener siempre movilizadas a las masas, el dirigente lanzó su gran, gran programa de Revolución Cultural y su campaña para suprimir contrarrevolucionarios, todo un éxito ambas.
Tanto que, quizá con la finalidad de que los éxitos fueran suyos y los fracasos de otros, dejó la dirigencia del país y asumió la de su partido, desde donde, adivine, llevaba las riendas del país.
Durante su mandato y el tiempo en que dirigió su partido, retó a los dirigentes soviéticos, a algunos de los cuales no consideraba a su altura, no era un segundón, sino el máximo dirigente del mundo comunista.
Sus buenas intenciones se estrellaron en su ignorancia y su tozudez, las muertes y los daños ocasionados fueron irreparables y para bien o para mal, era querido por una gran parte de su pueblo.
No hay moraleja o enseñanza en este escrito, es solo el reflejo de un extraño dejá vu y la esperanza de que haya un mejor futuro, como lo tiene aquel país una vez que supero esa etapa.