En el mundo de la política y los políticos, la adulación es una forma en que muchos logran sus objetivos, hay personajes que adulan a quienes pueden concederles favores o realizar algo en provecho de ellos.
El presidente adula a Samuel García un día sí y otro también, le asegura que apoyará sus proyectos estatales y, como en una memorable escena de una famosa película, le dice que siendo amigos, “tus enemigos serán los míos”, en pocas palabras que contará con su apoyo y la fortalece de que Andrés hace gala.
Si poco le faltaba al mandatario nuevoleonés para lanzarse a la aventura presidencial, escuchar en su oído los susurros del que quizá sea el presidente mexicano más poderoso de los últimos cien años, alentándolo a pelear por la presidencia debe ser definitivo, un aliento poderoso en sus aspiraciones.
Supongo que eso le hace pensar a Samuel que realmente puede ser el plan secreto de Andrés para la presidencia, el plan para que, a diferencia de lo que sucede hoy, la posteridad lo considere un demócrata y no un aprendiz de dictador. O dándole el beneficio de la duda, una inteligente estrategia para obtener prebendas en el sexenio siguiente.
Samuel es un joven que llegó demasiado pronto, y con apenas una breve carrera política en el ámbito legislativo, a la gubernatura de uno de los estados más importantes de la república, carece de la formación necesaria para entender los entretelones de la política que se hace cara a cara.
Llegó al poder en un momento crucial en la vida económica del país, momento que puede significar el despegue o la pérdida de una oportunidad histórica para México de, ahora sí, crecer a tasas superiores a las que estamos acostumbrados, esto gracias al fenómeno conocido como nearshoring o relocalización.
Él ha sabido aprovecharlo, consiguiendo inversiones para Nuevo León, no hay que regatearle el mérito aún y cuando algunas de ellas por ahora están en proyecto, por lo menos ya están comprometidas para venir al estado.
Precisamente su éxito en este rubro lo tiene convencido de que es “El Elegido”, “The Chosen One”, para transformar el país, sin tomar en cuenta que gobernar no consiste solo en traer inversiones, sino en lograr que los sectores de la sociedad trabajen de forma medianamente armónica.
Gobernar a México requiere reconocer que un país tan grande y diverso como el nuestro está compuesto por “muchos Méxicos”, por distintas culturas, distintas formas de ver la vida y de enfrentarla, por muchos sectores cuyas necesidades son, en ocasiones, hasta contrapuestas y, pese a ello, somos uno el cual hay que mantener siendo uno.
El caso es que, parece, Samuel no sabe negociar, quiere imponer, quizá porque crea que eso es gobernar o porque se siente, más que gobernador, un cacique local, pero con aspiraciones de llegar a serlo en el plano nacional, alguien a quien todos deban hacerle caravanas y aceptar que sus propuestas son las importantes, las más brillantes y, además, que son irrebatibles.
Quizá Samuel no entiende que quien es zalamero con alguien, lo es porque algo busca obtener, en este caso, dividir el voto opositor porque así le conviene, no porque tenga un plan oculto para llevar a la presidencia a un aliado distinto a aquella quien ha probado su lealtad reiteradamente.
Salvo que Andrés sea más perverso de lo que parece, difícilmente cambiará de parecer en su objetivo de llevar a Claudia Sheinbaum a la presidencia de la república, así que Samuel tiene que entender cuál es su papel en esta obra.
Si no lo entiende, seguramente pagará un costo que puede llegar a ser muy alto, debería de atender la voz del zorro de la fábula de La Fontaine, una fábula que debió aprender desde su infancia, el cual a través de la adulación hizo perder al cuervo un pedazo de queso que se disponía a comer y le dijo: “Aprenda, señor cuervo, que el adulador vive siempre a costa del que lo escucha y presta atención a sus dichos; la lección es provechosa, bien vale un queso”.
¿Valdrá una gubernatura?