Luego de concluir la primera de sus dos etapas, la encuesta de Morena para definir a su nueva dirigencia amerita algunas reflexiones. Hace unos días expuse aquí la idea de que, aunque las encuestas son magníficos instrumentos para conocernos como sociedad, para reflejar a la opinión pública, y para asistir la toma de decisiones, emplear encuestas para ejercer la función partidista de selección de líderes puede ser muy problemático. Lo que hemos visto hasta ahora lo confirma.
Piense usted en lo siguiente: Las diversas encuestas que se hacen y publican durante periodos de elecciones buscan (1) medir el mismo fenómeno (la intención de voto); (2) suelen plantear en esencia la misma pregunta (“Si hoy fueran las elecciones, ¿por quién votaría usted?”); (3) emplean el mismo criterio de selección de muestras (adultos con credencial para votar vigente), y (4) suelen reportar lo mismo (por lo general, los porcentajes, ya sea en bruto o en efectivo, que obtiene cada candidatura o partido político). Adicionalmente, (5) podemos –y solemos– comparar los resultados de las encuestas contra el resultado oficial de la elección, para ver qué tan cercanas o desviadas fueron las estimaciones.
Las encuestas emplean múltiples recursos metodológicos y una variedad de prácticas para llevar a cabo su labor de medición. A eso le llamamos pluralidad metodológica: las encuestas electorales buscan medir el mismo fenómeno, pero pueden variar en sus técnicas, recursos y tiempos, así como en las experiencias, capacidades y gustos de sus responsables. Debido a la pluralidad metodológica, los resultados pueden legítima y auténticamente discrepar entre sí, aun y cuando el objeto de medición sea el mismo.
Ahora piense en lo siguiente: En una encuesta enfocada a renovar la dirigencia de un partido, como la de Morena, la tarea no es medir, sino definir, y el objeto a definir ha sufrido de ambigüedad, de inconsistencia e incluso de improvisación. En su primera etapa, la encuesta de Morena privilegió el reconocimiento (simplemente a quién conocen y a quién no), pero la segunda etapa se enfocará a algún tipo de preferencia entre los cinco finalistas (de hecho, la pregunta es “a quién elige usted”). El criterio no solamente cambió, sino que pudo ser prácticamente cualquier otro: una valoración de capacidades y aptitudes de los aspirantes, su compatibilidad ideológica con los seguidores, o algo que ayude a los propósitos del partido fuera del mero reconocimiento de alguien.
Además, los criterios de elegibilidad de los participantes en la encuesta de Morena (¿a quién se debe preguntar?) son poco confiables, se requiere pasar un filtro afirmando que se es simpatizante o militante del partido, sin ninguna validación. Ni siquiera hay una población específica con la cual anclar el proceso de muestreo, todo se hace por la vía de la eliminación por filtros. Si el objetivo de la encuesta fuera la estimación, el error probablemente sería enorme. Para “fortuna” del ejercicio del INE, no hay contra qué comparar para darse cuenta del grado de error. Los resultados de la encuesta oficial simplemente dirán quién gana y punto. En todo esto no sólo ha habido improvisación, sino elementos notables de arbitrariedad. Y cuando hay arbitrariedad, el principio de replicabilidad científica se complica.
La encuesta de Morena que organiza el INE sufre de estas y otras limitaciones. Casi podría decir que sienta precedentes de malas prácticas. Por ahí alguien afirmaba que el problema no es la encuesta. Coincido, es su uso, o, mejor dicho, su mal uso.
Al INE le cayó la papa caliente y ha tenido que lidiar con ella, en buena medida confiando el asunto a casas encuestadoras privadas. Eso nos lleva a otro aspecto que se ha discutido poco y que quizás requiera una mayor deliberación. Al INE lo rigen principios democráticos como la equidad, la inclusión, la participación, las libertades, los derechos, la imparcialidad, entre otros. Escuché a un consejero electoral explicar que para contratar a las empresas encuestadoras se convocó a dos asociaciones gremiales únicamente. Vale la pena preguntarse si con ello se siguió un proceso abierto, democrático, incluyente, participativo, equitativo, o si se excluyó a profesionales perfectamente competentes que no forman parte de esas dos asociaciones. La preocupación no tiene que ver con la encuesta de Morena en sí, sino con la aplicación de los principios democráticos del INE en todas y cada una de sus tareas, incluida esta.