“No disparen, soy encuestador”, solía decir María de las Heras, célebre pionera de la demoscopía mexicana. Su frase, que recordé el lunes pasado con la publicación de la encuesta de El Financiero sobre aprobación presidencial, tiene varias aplicaciones, incluyendo que al encuestador le toca jugar la función de mensajero. Aquí algunas reflexiones.
Al medir los gustos y las animadversiones de la gente, las encuestas pueden desatar pasiones. Y lo hacen no tanto porque sus resultados reflejan la naturaleza grupal, partidista y hasta tribal de las sociedades, sino porque les pone números y proporciones a los grupos, mostrando a unos como mayorías y a otros como minorías.
Por lo general, quienes concuerdan con la mayoría numérica suelen aceptar los resultados de las encuestas y algunos hacen propaganda con ellos. En contraste, quienes ven sus propias opiniones y posturas traducidas numéricamente como minorías suelen descalificar al instrumento. Ambos pueden olvidarse de que lo que se busca medir es precisamente la diversidad de opiniones que hay en una sociedad en un momento dado.
La encuesta es eso, un instrumento con metodología y principios científicos que, realizada con solidez ética y técnica, ofrece información invaluable acerca de la sociedad y los grupos que la conforman. Esa información no solamente es interesante o noticiosa, sino que puede ser muy útil para la toma de decisiones. Para un gobierno, tener índices de popularidad altos o bajos le da márgenes de acción y de comunicación diferentes. Para la oposición, esos mismos índices resultan cruciales para diseñar estrategias adecuadas de cooperación o rechazo, con su debida argumentación.
Descalificar las encuestas por sus resultados es como descalificar al microscopio o al telescopio por lo que se observa a través de ellos. ¿Qué vemos a través de las encuestas de opinión pública? Desde mi punto de vista, podemos ver a una sociedad en continuo cambio, con valores, creencias y preferencias distintas, y cualquier esfuerzo por gobernarla, por ganar sus votos, por venderle productos, o por cualquiera que sea el objetivo, requiere entenderla a fondo. Las encuestas son una gran herramienta para ello.
Pero, a diferencia del microscopio, las encuestas suelen tener un impacto cuando se dan a conocer, y por eso quienes salen favorecidos por sus resultados los remarcan, y quienes no, los desdeñan. Es una conducta estratégica entendible: mientras que algunos califican al encuestador como honorable y profesional, otros lo señalan como vendido y tramposo. A lo largo de los años me ha tocado ver muchos halagos e insultos a la profesión encuestadora, dependiendo de cómo salen los resultados de las encuestas. Es normal, es esperable, es predecible, es estratégico. Con o sin calificativos, la profesión encuestadora debe siempre guiarse bajo la convicción, la expectativa y la labor de medir de manera confiable los fenómenos de opinión pública. Esa es su misión.
La periodista Gabriela Warkentin posteó en Twitter que le daba “un poco de risa que estén tan alterados por la encuesta” de El Financiero y sugirió algo que leí como un llamado a la serenidad: “Yo les diría: es sólo una encuesta”. En parte Gaby tiene razón, la encuesta es simplemente el instrumento. Pero, por otra parte, lo que más importa no es una encuesta en sí, sino lo que revela: la compleja diversidad social, el estado de ánimo del país, la distribución de opiniones y preferencias, y la posibilidad de ver y entender a los distintos grupos de la sociedad.
Como barómetros sociales que miden la presión y la dirección de los vientos de la opinión pública, las encuestas nos permiten articular numéricamente nuestras realidades sociales y políticas. Pero también pueden influir en esa presión. Por eso, creo que se vale alterarse por sus resultados y reaccionar estratégicamente a ellos, siempre y cuando no se normalice ni se legitime la agresión. La democracia es un sistema de convivencia pacífica e institucional entre mayorías y minorías, de libre y legítima expresión de pasiones y partidismos, de competencia entre visiones y cosmovisiones distintas. Las encuestas nos ayudan a entender que la gente piensa diferente y en eso radica su principal función social: ayudarnos a conocernos y, de ser posible, a valorarnos.