“Si nadie te garantiza el mañana, el hoy se vuelve inmenso”, Carlos Monsiváis.
Tocaremos hoy, dentro del recorrido por los datos de SABA Consultores, el fundamental y controvertido aspecto de los apoyos sociales, así como el empleo, muy relacionado con la cuestión anterior. Pero, en primer lugar, veremos cuál es, iniciado ya el gobierno de Claudia, la principal inquietud de los mexicanos. Para sorpresa creo que de nadie, se trata de la inseguridad, problema que perciben como el más esencial casi dos tercios de los ciudadanos, lo llamen seguridad en general, delincuencia o violencia. Debería llamar la atención la enorme distancia con respecto a la percepción de la corrupción en primer término, lo cual sólo siente un 3,8 %, en una serie que indica que ese número tiende a reducirse. Pero no sorprende, porque esto fue así desde antes del triunfo electoral de AMLO, lo fue durante su mandato, y lo está siendo después, a pesar de que la 4T siempre lo quiso presentar como la causa número uno del desasosiego de la población. Es claro que al común de los mortales lo que le intranquiliza es su seguridad y la de su entorno, porque sin ella todo lo demás queda en segundo plano.
De la mano del descenso de la preocupación por la corrupción, se reduce también el interés por la política, que registra advertencia negativa, a resultas de lo cual algo más de la mitad afirman mantener atención por la res pública, frente a un 45,4 % que no lo hace. La opinión sobre la calidad educativa es favorable para un 55,7, y en números muy similares se pronuncian en lo referente al empleo. Esto es importante, porque hablamos de un país con unas tasas de migración de todos conocidas, fruto evidente de la falta de oportunidades, y con otras de empleo informal (economía sumergida) que siguen sin reducirse. Y lo es también porque la situación laboral tiene evidente relación directa con la económica, y a su vez con el sostenimiento fiscal del erario público.
Y es aquí donde nos topamos, una vez más, con el caballo ganador al que apostó AMLO, que son los programas sociales, lo cual hemos visto durante seis años que ha tenido una correlación directa con su popularidad. Un 74,9 % de los mexicanos aprueba la política de Claudia en cuanto a programas sociales, lo que parece herencia e inercia de las políticas de su predecesor. Pero cuidado: el primer dato al respecto del mandato de Sheinbaum nos informa de que, tras los fastos sucesorios, que supusieron el valor récord en este decisivo renglón, se registra una caída drástica, con un aviso negativo que roza el grado de alerta. En mi opinión, es una cuestión de ajuste transitoria, porque Claudia no va a renunciar a este instrumento de popularidad. Dudo también que se haya llegado al dramático momento en que se le esté viendo el fondo a la caja del erario, en cuyo caso el problema sería terminal.
Antes de que llegue ese momento, sería imprescindible una reforma laboral que complemente a otra fiscal. Es perentorio ensanchar la base impositiva mediante la creación de empleo formal. Esto reducirá, en primer lugar, la dependencia que tiene el Estado de las grandes fortunas. No me alegra la caída en picado en bolsa de Elektra, porque perjudica a muchos trabajadores, pero me congratula mucho que Claudia reclame a un agiotista como Salinas Pliego, cuya especialidad es exprimir a los más necesitados, que pague lo que debe. Esperemos que no sea un brindis al sol. Pero conviene, al margen de eso, “no poner todos los huevos en la misma cesta”, y me explico: el rico, generalmente, y casi por definición, va a buscar la manera de pagar menos de lo que le corresponde. En cambio, unos estratos medios sanos, protegidos y crecientes, sostendrán infinitamente mejor el sistema de retorno de la recaudación en forma de servicios que un Estado del Bienestar debe tener como meta primordial.
Me ha llamado poderosamente la atención el concienzudo análisis de Viridiana Ríos sobre el impacto favorable de la migración en la economía estadounidense, presentado a bombo y platillo. En las próximas semanas hablaremos en profundidad del tema migratorio. No obstante, desde el punto de vista laboral y fiscal, no tengo claros los planes de Claudia, pero me da la sensación de que consejos vende que para ella no tiene: bueno fuera que aplicara esos razonamientos en territorio mexicano. La imagen extractiva que tiene el SAT se debe a una práctica casi extorsionadora sobre la endeble clase media. Por el contrario, si se potenciara la permeabilidad social de esa legión de beneficiarios de los programas de ayudas, el sector económico medio crecería, lo cual haría posible que la presión fiscal fuera más llevadera, y en consecuencia, se incentivaría el consumo, que a su vez, haría crecer la recaudación de los impuestos indirectos. Es casi un calco del razonamiento que aplica Viridiana para el vecino del norte, pero que nadie es capaz de implementar en México.
Es una cuestión meramente aritmética. Dicho de otro modo: un mercado laboral pujante en México reduciría drásticamente la necesidad de millones de compatriotas de buscar horizontes en el extranjero, o de depender de apoyos gubernamentales para sobrevivir (o malvivir) en su día a día. Pero desde tiempo inmemorial parece ser más conveniente a los distintos gobiernos, de todo color y orientación, fomentar el pan para hoy, que como dice el dicho popular, lo más seguro es que genere hambre para mañana, perpetuando así ese círculo vicioso de la necesidad. Una razón es el fomento de un sentido patrimonialista del Estado, una confusión provocada deliberadamente para que los que deberían tener la consideración de ciudadanos libres no lo sean, y se sientan más bien súbditos dependientes de un Estado/Gobierno graciosamente dadivoso. Los programas asistenciales, lo he dicho muchas veces, deben ser un medio de progreso social y no un fin en sí mismos. En cuanto a las grandes fortunas, se me vino a la cabeza una novela del detective Marlowe, no recuerdo cuál, en la que dice a un policía: “El delito organizado no es más que el lado sucio de la lucha por el dólar”. El otro le pregunta cuál es el limpio, y la respuesta es simple: “Nunca lo he visto”.