Rogelio Ríos

MIRADA AL MUNDO
A un año de terminar su gestión en la presidencia de la república, López Obrador insiste en refugiarse en su realidad alterna para no ver el abismo que divide sus pretensiones de los resultados concretos.


La idea de México viene desde los corazones de los mexicanos que, con sombrero norteño o huipil, mantienen vivo el fuego de sentirse nativos de un suelo local, pero parte del alma nacional. 



La candidatura presidencial no es el único campo de batalla, los ciudadanos perdemos de vista la importancia de dar la pelea por la democracia en otros frentes como los poderes Legislativo y Judicial.


Muchos ciudadanos fueron sacrificados en el altar de las encuestas. Su papel como peones en el tablero de ajedrez quedó más que claro: son piezas sustituibles, sacrificables y sometidas ante el Rey y los alfiles.


Es una gran pérdida para los mexicanos de las nuevas generaciones. La paciencia de escuchar construye democracias. Sentirse escuchado es sentirse aceptado.


En un país sin autoridad ni gobierno, en la tierra de nadie, los señores de la muerte imponen su brutalidad y gobiernan de facto con la violencia desenfrenada de sus sicarios.



Es difícil argumentar –como ejercicio intelectual- que México no es un Estado fallido, pues cumple cabalmente, hasta el momento, todos los rasgos de la lista de Chomsky.


El Tribunal Internacional de los Derechos de la Naturaleza sentencia al gobierno por la destrucción que ha provocado por la megaobra, pese a su legalidad el presidente lo ignora.



No escuché mencionado el nombre de México o los temas mexicanos entre la infinita cantidad de conversaciones que recogí en Nueva York.


El desdén por la Constitución, las leyes y el principio de legalidad es parte de la personalidad de AMLO y la mentalidad política de sus seguidores. La Oposición debió optar por el mismo camino para evitar rezagarse.


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