Las revelaciones recientes ante el Congreso de Estados Unidos de la titular de la DEA (Drugs Enforcement Agency) Annie Milgram, respecto a la composición e influencia de dos cárteles de las drogas mexicanos (al menos 44 mil miembros con presencia en 100 países), no dejaron de levantar más de una ceja entre los mexicanos, pero además reforzaron la percepción externa de México como un Estado vulnerable ante el crimen organizado.
Anteriormente, en marzo del 2021, El General Glen VanHerk, jefe del Comando Norte de Estados Unidos, afirmó en una audiencia en el Senado estadounidense que entre un 30 y 35 por ciento del territorio nacional (más de 600 mil kilómetros cuadrados, área superior al territorio de Francia) se encontraba controlado por organizaciones criminales, es decir, el Estado mexicano estaba ausente de esas zonas sin imponer su autoridad.
En el transcurso de la semana, nos enteramos del asesinato de Fernando Villavicencio, candidato presidencial ecuatoriano, a manos de integrantes de la banda Los Lobos, asociada presuntamente a narcotraficantes mexicanos, cuya guerra contra el cártel rival ha sido llevada al Ecuador (entre los cárteles de Sinaloa y CJNG).
Si, hablamos de Ecuador, un pequeño país sudamericano asolado por la violencia del narcotráfico, cuyos principales protagonistas son asociados a cárteles mexicanos. Es decir, ahora exportamos exitosamente el “know how” de la violencia y las drogas de los narcotraficantes mexicanos.
De los sucesos de Ecuador me enteré mientras releía un libro muy interesante del pensador estadounidense Noam Chomsky, titulado “Estados Fallidos. El abuso de poder y el ataque a la democracia” (publicado en español por Ediciones B, 2007) en donde se refería al concepto de “Estado fallido” como una categoría analíticamente imprecisa, pero fácilmente reconocible para el público en general.
No puedo dejar de relacionar sus argumentos con la realidad de la enorme debilidad del Estado mexicano bajo el gobierno del presidente López Obrador, quien no ha sabido entender el problema del narcotráfico y se ha limitado a dejarlo hacer, aunque en esa estrategia se ponga en entredicho la capacidad de sobrevivencia de las instituciones políticas mexicanas.
Chomsky plantea lo siguiente:
1. El sistema (mundial) está empezando a presentar algunos de los rasgos de los estados fallidos, por adoptar una noción de moda en la actualidad que por lo general se aplica a estados que se consideran potenciales amenazas a la seguridad de Estados Unidos (como Irak) o necesitados de nuestra intervención para rescatar a la población de graves amenazas internas (como Haití).
2. Aunque se reconoce que el concepto es “frustrantemente impreciso”, es posible identificar varias de las características primarias de los estados fallidos. Una es la falta de capacidad o voluntad para proteger a sus ciudadanos de la violencia y tal vez incluso la destrucción.
3. Otra característica es su tendencia a considerarse más allá del alcance del derecho nacional o internacional, y por tanto libres para perpetrar agresiones y violencia.
4. Además, si tienen forma democrática, padecen un grave “déficit democrático” que priva a sus instituciones democráticas de sustancia.
Faltaría agregar a esa lista la tendencia de los gobiernos fallidos a perpetuarse en el poder una vez que lo capturan. Las constituciones y leyes se modificaron para permitir a líderes como Hugo Chávez o Evo Morales continuar en la presidencia sin límite, o hasta que se murieron o fueron destituidos.
No es lo mismo Haití que México, por supuesto, pero aún guardadas todas las proporciones, es difícil argumentar –como ejercicio intelectual- que México no es un Estado fallido, pues cumple cabalmente, hasta el momento, todos los rasgos de la lista de Chomsky; ¡y lo que nos falta hasta la elección presidencial de 2024!
Cada quien haga su lista y saque sus conclusiones: ¿Es México un Estado fallido?