En algún lugar entre Nayarit y Jalisco, en medio de un paisaje verdoso y magnífico a la vista, Wendy Sánchez Muñoz (33 años) desapareció en enero pasado. Viajaba sola en su camioneta mientras hacía un recorrido que ya tenía muy conocido: de San Pancho, Nayarit, a Guadalajara, Jalisco un sábado en la mañana para visitar a su familia.
Nunca llegó Wendy a su destino. No se sabe nada de ella hasta la fecha. Su desaparición se volvió un caso nacional gracias a la persistencia de la familia ante las fiscalías de Jalisco y Nayarit, cuya actuación ha sido lenta y negligente, por decir lo menos.
Su hermano Baruc (@_baruc_), a través de las redes sociales, lanzó una campaña sobre la desaparición de su hermana (#TeBuscamosWendy y #Wendysanchez) y casi todos los días nos recuerda en su cuenta de Twitter que él no ha perdido la esperanza de que regrese Wendy a casa. Otros días, Baruc se desespera, casi se quiebra, pero vuelve a levantarse.
No está completa este año la mesa de Nochebuena en México: faltan miles y miles de desaparecidos que, como Wendy, fueron arrancados de sus vidas cotidianas y jalados al limbo de la mayor incertidumbre posible para padres, madres y hermanos: ¿siguen vivos?
No sólo eso, sino que ahora en nuestro país los delincuentes persiguen, hostigan y asesinan a las madres buscadores, a sus esposos e hijos que buscan a sus desaparecidos sin cesar en cada fosa colectiva que se descubre. No desean las bandas criminales que su brutalidad sea revelada y que llame la atención de la sociedad y los medios de comunicación.
Un país sin autoridad ni ley como es el nuestro en amplios sectores del territorio nacional tiene que convivir con la barbarie. Wendy no desapareció en lo alto de una agreste sierra o en un pueblo alejado de la mano de Dios, sino en una carretera muy transitada y, supuestamente, muy bien vigilada; aun así, no hay rastro de ella.
Guardo en mi celular una de las fotografías que Baruc subió a su cuenta de Twitter. En ella, Wendy sonríe desde la generosidad de su alma, eso se nota en su mirada de muchacha sensible y en armonía con la vida.
No eliminaré jamás esa fotografía para no olvidarla. El tiempo borra todo o lo degrada, es verdad, pero no será así esta vez. Wendy ya es familia para mí, no está completa mi mesa sin ella y sin los miles que desaparecieron.
Ni imaginar que somos un país moderno, de tecnología y vanguardia cuando en nuestras carreteras y ciudades y pueblos, frente a nuestras narices, la gente desaparece, las autoridades son ineptas e insensibles y son los familiares los que tienen que buscarlos. Reitero: vivimos en un país en donde la gente desaparece a manos de los delincuentes, todos los días de cada mes y es algo que le puede suceder a cualquiera en cualquier parte.
En su primera visita a México en noviembre pasado, el Comité de la ONU Contra las Desapariciones Forzadas reportó que los expertos percibieron en víctimas y familiares “la imagen de una sociedad desbordada por el fenómeno de las desapariciones con una impunidad sistemática y les manifestaron su impotencia ante la inacción de algunas autoridades en un clima de indiferencia y falta de progreso frente a su búsqueda de respuestas y justicia”.
Cierro con esta columna el 2021 en familia y agradeciendo a Dios las bendiciones recibidas. Elevo una oración por Wendy Sánchez y por los miles y miles de desaparecidos, por Baruc y todas las familias de las madres buscadoras, y pido que regresen sanos o sean encontrados (que es una forma de regresar) para cerrar el círculo insoportable de la incertidumbre.
La Navidad por los desaparecidos en México. Que así sea.
Nos vemos en enero del 2022.