¿Quién iba a pensar, hace apenas unas semanas, que el gran factor que podrÃa inclinar el voto hacia tal o cual candidato, tanto en México como en Estados Unidos, serÃa las respuestas de ambos gobiernos a la pandemia del coronavirus?
Nadie, seguramente. Se hablaba de otras cosas: la situación de la economÃa, un nivel razonablemente bueno de seguridad pública en EU, endurecer las posturas contra los migrantes, ser tolerante y abrirse a las demandas de las protestas sociales de mujeres y feministas, la aceptación o negación del cambio climático, etcétera.
Pero no se hablaba del coronavirus ni de la posibilidad de que escalara a las dimensiones planetarias que hoy observamos en la forma de una pandemia que amenaza a tantos seres humanos.
El caso es que a los presidentes Donald Trump (quien ya libró un juicio polÃtico) y Andrés Manuel López Obrador les han llovido crÃticas por su manejo de la crisis sanitaria. Se les percibe obstinados en negar la gravedad de la pandemia, lentos en ordenar a sus funcionarios y determinar las acciones de sus gobiernos y, en general, se les acusa de una ejecución muy pobre de sus acciones en el terreno de los hechos.
Los contextos internos de México y Estados Unidos son diferentes, por supuesto, pero si nos enfocamos en los estilos de liderazgo de ambos mandatarios podremos descubrir algunas similitudes.
La principal es la desmedida centralización de las decisiones que toman, sumado a la pobreza de la información que procesan, a pesar de contar con abundante documentación y acceso irrestricto, si lo quisieran, a los expertos en cada tema.
Es decir, les gusta decidir por sà solos, aferrados a su instinto. Y parecen despreciar las montañas de información sólida a su alcance que les ayudarÃan a comprender mejor las cosas y decidir de manera más efectiva.
La Casa Blanca y el Palacio Nacional son hogares de dos inquilinos que desconfÃan hasta de sus sombras, ven conspiraciones y complots por todas partes y creen conocer a sus adversarios polÃticos porque siguen aquel refrán que dice: “el león cree que todos son de su condiciónâ€.
Anotemos, sin embargo, que ambos empiezan a distanciarse en su capacidad de rectificar, aunque sea en grado mÃnimo, cuando se dan cuenta de los errores que han cometido.
El Presidente Trump decidió, finalmente, declarar el viernes 13 de marzo una emergencia nacional en Estados Unidos, abrir un fondo de 50 mil millones de dólares para disposición inmediata en gastos sanitarios y rodearse en ese evento de empresarios dispuestos a apoyar a su gobierno contra la pandemia.
El Presidente mexicano López Obrador, por su parte, es fecha (hasta el momento de escribir esta columna) que no declara la emergencia nacional en México, declaró que no habrá estÃmulos fiscales a la economÃa y solamente mantendrá los apoyos a adultos mayores y otros beneficiarios de programas sociales.
No sólo eso, su vocero en cuestiones de salud, el subsecretario Hugo López, se niega a avanzar a la siguiente fase de la difusión del virus (la fase del contagio comunitario) y se quedó estacionado en la fase uno (los contagiados que viajaron al exterior), aunque admite a regañadientes algunas medidas correspondientes a la fase segunda: cancelación de eventos masivos deportivos y de entretenimiento, cancelación de clases, etcétera.
De hecho, ha sido desde la sociedad mexicana, los padres de familia, los empresarios y deportistas, de donde han surgido las iniciativas de suspensión de actividades, llamados al “home office†y cierre de establecimientos con asistencia masiva sin esperar a que el gobierno federal reaccionara.
La cereza en el pastel fueron las fotografÃas del Presidente López Obrador besando niños y abrazando a personas en Ometepec, Guerrero, un dÃa después de que su gobierno habÃa pedido a la población mantener una “sana distancia social†para evitar los contagios. No pudo ser más incongruente.
El costo polÃtico para el López Obrador se reflejará en las urnas durante este año y en el 2021. Para el Presidente Trump, el calendario electoral es más apretado: la elección presidencial es en noviembre; casi no tiene margen de acción.
Ambos mandatarios se juegan todo su capital polÃtico contra el coronavirus, ¡quién lo hubiera pensado! Virus o votos.