Última llamada

Rogelio Ríos

MIRADA AL MUNDO
Desde 2018, perdimos en México al “gobierno dividido” y padecemos lo que es inevitable en estos casos: un “gobierno unitario” que no negocia nada y más bien impone.
04/06/2021

Las elecciones presidenciales se llevan, cada seis años, los reflectores en México, pero en realidad son las elecciones legislativas de cada tres años, particularmente las de mitad de sexenio o intermedias como la del 6 de junio, las que nos dan la medida real del Presidente y su gobierno en turno.

No hay Presidente mexicano reciente que no haya resentido el golpe de las elecciones intermedias, y estoy hablando de gobernantes de los partidos que han llegado a la Presidencia: PRI, PAN y Morena.

Desde 1997, año en que por primera vez el PRI perdió la mayoría simple en la Cámara de Diputados con un voto ciudadano que favoreció a los partidos de oposición, cada elección intermedia se considera como un “plebiscito” de mitad de sexenio sobre la actuación de la Presidencia de la República.

No son perfectas esas elecciones, por supuesto. Los ciudadanos no acuden a las urnas en la misma cantidad que cuando se trata de elegir a un Presidente de la República, el interés decae mucho y es raro encontrar cifras de participación que se acerquen siquiera al 50 por ciento de los votantes a nivel nacional.

En algunos estados y ciudades importantes de México, el abstencionismo puede ser muy elevado cuando se trata de elecciones para renovar congresos tanto federales como locales, alcaldes y gobernadores.

Recordemos esto siempre: la batalla por elevar la participación de los ciudadanos mexicanos en las urnas es añeja y necesita liberarse desde cero en cada elección. El abstencionismo es el mal de la cultura cívica de los mexicanos.

Conviene tener todo esto en mente para enfocarnos a lo que está en juego este 6 de junio en México, especialmente hablando del Congreso de la Unión. Los diputados elegidos en 2018, los de Morena y los de oposición, le fallaron lamentablemente a los mexicanos y nos dieron como resultado lo que no dudo en calificar como una Legislatura perdida por la sumisión incondicional al Presidente López Obrador.

Eso es en buena medida responsabilidad de los diputados morenistas, muchos de los cuales, con todo cinismo, buscan reelegirse, pero también de los legisladores de oposición que no fueron capaces de plantar un contrapeso eficaz a la “aplanadora” legislativa de Morena.

Lo más importante, entonces, en esta elección es recuperar el papel del Congreso como contrapeso político y legítimo a los excesos de poder y a los rasgos autoritarios que muestra el Presidente López Obrador.

Si los electores mexicanos tienen en claro este momento político, lo cual es complicado en medio de tanta propaganda política y desinformación, sabrán distinguir entre sus simpatías emocionales hacia López Obrador o Morena y, por otra parte, la urgencia de restablecer los contrapesos perdidos en estos tres años: para decirlo en una palabra, necesitamos diputados que verdaderamente sean diputados, no comparsas.

Es una última llamada para recuperar el equilibrio en la vida institucional de México, pues su democracia es tan frágil que no aguanta otros tres años más de asedio del Presidente López Obrador, quien pasa por encima de las leyes y no deja de polarizar a los mexicanos al enfrentarlos unos contra otros.

A diferencia  de la democracia en Estados Unidos, la cual resistió el embate del Presidente Donald Trump y terminó por castigarlo en la elección del 2020 negándole su reelección en las urnas, el sistema político mexicano no tiene ni cohesión ni instituciones suficientemente fuertes para aguantar tantos golpes recibidos desde Palacio Nacional.

En las elecciones federales del 2015 no se elegía Presidente y participó el 47 por ciento de los votantes inscritos, es decir, hubo un 53 por ciento que no fue a votar o anuló su voto. En las elecciones federales del 2018, en la cual se votó por Presidente de la República además de diputados y senadores, la participación fue de 63 por ciento, haciendo que disminuyera la cifra de abstencionismo al 37 por ciento.

Si nos vamos un poco más atrás, sin embargo, veremos con claridad que cuando no se elige a un Presidente, el abstencionismo crece: en las elecciones federales del 2009, a la mitad del sexenio del Presidente Felipe Calderón (PAN), los votantes sumaron 44 por ciento del total, un 56 por ciento de abstencionismo y votos anulados.

En el año 2003, a la mitad del sexenio de Vicente Fox, la participación ciudadana fue de 41 por ciento sin elegir Presidente (una abstención de 59 por ciento), y eso que estamos hablando del primer sexenio de alternancia en la Presidencia de la República al ganar en el 2000 el panista Fox y perder el PRI una elección presidencial por primera vez en su historia; había motivos para esperar mayor participación de votantes, pero no sucedió así.

Lo que espero para este 6 de junio del 2021 en un escenario optimista es, por lo menos, una participación similar al 2015 (47 por ciento), con eso se podría evitar que Morena retenga la mayoría calificada en el Congreso; así, aunque mantuviera la mayoría simple,  sus diputados tendrán necesariamente que negociar con la Oposición las iniciativas de ley enviadas por el Presidente, lo cual es el proceso normal en las democracias más avanzadas, pero no en el México de hoy.

El escenario puede volverse más optimista si los millones de jóvenes que tienen la posibilidad de votar por primera vez acuden a hacerlo a las urnas y estrenan su flamante credencial de elector. Puede suceder también que en los segmentos de más edad entre votantes, muchos mexicanos se sacudan su apatía tradicional y se presenten a sufragar.

Desde 1997, tuvimos en México lo que se llamó “gobiernos divididos”: el Presidente de la República es de un partido, pero la mayoría legislativa está en manos de otros partidos. Lejos de paralizar al país, ese sistema promovió la negociación política, los acuerdos entre partidos tradicionalmente opuestos, la aprobación de leyes benéficas, el bloqueo de leyes tóxicas y fortaleció a las instituciones y a la democracia mexicana.  No fue un sistema perfecto, pero dio resultados.

Desde 2018, perdimos en México al “gobierno dividido” y padecemos lo que es inevitable en estos casos: un “gobierno unitario” que no negocia nada y más bien impone todo al saber que los diputados y senadores obedecerán sin chistar (“sin cambiar ni una coma”) al Presidente López Obrador. El resultado está a la vista: un México polarizado y mal gobernado.

No hay mal que dure cien años, ni enfermo que los aguante, dice un refrán. Vayamos los mexicanos a votar el 6 de junio para recuperar el gobierno dividido y recordarle a los gobernantes que la capacidad final de decidir la tienen los ciudadanos, ¡no falten,  por favor!

Rogelio.rios60@gmail.com



ROGELIO RÍOS estudió Relaciones Internacionales y es periodista de opinión sobre México y el mundo.

Las opiniones expresadas por el autor no reflejan necesariamente el punto de vista de MOBILNEWS.MX

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