“¿Qué sigue ahora?; ¿qué hacemos?”. Así escribió en Whatsapp un vecino de mi colonia al conocer que los resultados del conteo rápido, al filo de la medianoche del domingo, favorecían a Claudia Sheinbaum (de Morena y partidos aliados), reflejando con esas preguntas la desesperación de los ciudadanos que de buena fe apoyaron a la candidata opositora Xóchitl Gálvez.
Lo mismo me he preguntado yo durante las horas que le robé al sueño entre domingo y lunes: con el triunfo de Sheinbaum y Morena en una elección inequitativa (una elección de Estado que ensució la llegada de la primera mujer a la presidencia de la República) y la perspectiva de que los morenistas ocupen el poder durante muchos años, ¿qué podemos hacer los ciudadanos para defender a la democracia amenazada?
Esbozo la respuesta:
La derrota de Xóchitl Gálvez y la coalición de partidos que la apoyó en su campaña electoral demostró su incapacidad para generar una estrategia ganadora. Con ello, quedó claro que la falla no fue sólo por cuestiones tácticas, sino de algo más profundo: en el esquema de oposición partidista, sustentado en los partidos políticos tradicionales, venía la semilla del fracaso electoral. No sé qué parte le corresponde a Xóchitl y qué otra parte a los partidos políticos en el reparto de culpas; más bien, creo que no advirtieron que no se podía derrotar a Morena con las reglas tradicionales del juego, sino que es preciso reconfigurar todo el juego.
La oposición a AMLO, Morena y Claudia naufragó por completo el 2 de junio. Junto con ella se fue a pique el INE, el buque insignia de la larga era de la transición a la democracia, al revelar incapacidad operativa y torpeza en el manejo y la comunicación a la sociedad sobre las cifras del conteo rápido. No fue una falla técnica o menor de la señora Guadalupe Taddei (su directora actual), sino la revelación de lo que se ha transformado el INE en el sexenio de López Obrador: un organismo capturado por gente con afinidades morenistas y profesionalmente incompetente, muy incompetente.
Es preciso reinventar el concepto y la práctica de la oposición política en México. Se trata de una tarea titánica, pero necesaria para que la democracia mexicana no se siga deteriorando hasta llegar a su extinción bajo los gobiernos de Morena, ahora en la persona de Claudia Sheinbaum y los morenistas radicales que la acompañarán en su gobierno.
¿Reinventarla, cómo?, me preguntarán. No tengo la respuesta completa, pero sí algunos indicios: hacerlo desde la ciudadanía y a través de asociaciones o partidos políticos nuevos y construidos sobre la base de su función original: la representación de los ciudadanos, sus intereses y anhelos, de la defensa del interés público y partidarios de la democracia, los derechos humanos, la separación de poderes y la variedad y riqueza que aportan las organizaciones de la sociedad civil a la vida pública.
Como tengo una desconfianza profunda ante los partidos políticos tal como los he observado a lo largo de mi vida, me inclino a pensar más bien en organizaciones ciudadanas locales o regionales que reflejen y defiendan el entorno inmediato de los ciudadanos.
Al hacerlo así, estas organizaciones ciudadanas funcionarán mejor y con mayor legitimidad a nivel nacional con una representación en el Congreso de la Unión y el Senado. No hablo, insisto, de un simple cambio de siglas a los partidos existentes. Todo lo contrario, yo pienso en la urgencia de reinventar el concepto de “partido político” para devolver a este tipo de organización política su papel de casa de los ciudadanos y de
correa de transmisión de los intereses de las personas.
La noche del 2 de junio perdimos muchas cosas ante el manejo inequitativo e ilegal de la maquinaria electoral de Morena. La llegada de una mujer a la presidencia de la República no va a alterar en nada el mismo manejo inequitativo e ilegal del gobierno federal, tal como lo vimos con López Obrador. Al contrario, la continuidad que ofrece Claudia es un proyecto que busca consolidar la existencia de gobiernos morenistas por mucho tiempo, quizá décadas por venir, al eliminar a la oposición política en aras de una visión y un proyecto político únicos. Lo único que no perdimos fue la dignidad ciudadana.
México ha dado el 2 de junio un paso gigantesco hacia el deterioro de la democracia, la Constitución y las leyes que, mal o bien, nos dieron un país de instituciones y una “frágil democracia”, como la ha llamado Woldenberg. De ahora en adelante, la oposición se convertirá en resistencia civil dura, en feroz oposición que apoyada en las leyes vigilará sin tregua a los gobernantes y les llamará a rendir cuentas. No basta una derrota, ni siquiera de este tamaño, para quitar a los ciudadanos mexicanos su voluntad de luchar contra el autoritarismo.
¿Qué sigue ante la victoria pírrica de Claudia? La resistencia civil apegada a las leyes, una incansable voluntad de no rendirse ante la arrogancia morenista y exhibir los errores en que inevitablemente incurrirá Claudia durante su gobierno –por incompetencia o ceguera ideológica- para denunciarla y llamarla a cuentas. Todo eso está a nuestro alcance todavía, con la ley en la mano: lo único que no perdimos el 2 de junio, reitero, fue nuestra dignidad.
Reinventar la oposición en México: ¿qué piensan ustedes?