Como me sucede a menudo con las personas al saber cómo conviven con sus mascotas, me conecté de verdad con el Presidente Biden cuando me enteré el 19 de junio de la muerte de su perro Champ (2208-2021), un hermoso Pastor Alemán de 13 años, por causas naturales de su edad.
Junto con su compañero Major, el cachorro de los Biden que adoptaron en 2018, los perros le aligeraban los días en la Casa Blanca a Joseph y Jill, simplemente porque los acompañaban por momentos en la Oficina Oval o porque retozaban en los amplios jardines. Esa es la magia de las mascotas: acompañarnos. Nada más grato que ver brincar a lo lejos a los perros mientras se habla por teléfono con, digamos, Vladimir Putin o Doña Angela Merkel.
La vida no puede ser tan mala cuando te acompaña tu mascota. Conozco bien ese sentimiento. Al leer el mensaje de condolencia de los esposos Biden por la muerte de su perro, sentí esa conexión profunda no con el Presidente de Estados Unidos de América, sino con Joseph, el atribulado hombre que acaba de perder a su perro.
“Fue nuestra compañía constante y apreciada durante los últimos trece años y era muy querido por toda la familia Biden”, escribió el Presidente. “Él quería estar en donde quiera que estuviéramos y todo era mejor al instante cuando estaba con nosotros”.
Fue poco después de la histórica elección del 2008, cuando Obama y Biden ganaron la contienda gracias a una avalancha de votos, que Champ fue comprado a un criador de Chester County, en Pensilvania. Le pusieron ese nombre sus nuevos dueños, leí en la nota de Maura Judkis en The Washington Post, porque el papá de Joseph solía decirle cuando era niño: “Champ (campeón) cuando te derriben ¡levántate!”.
Bueno, pues ahí estaba Champ en la Casa Blanca para ayudar a Joseph a capotear los golpes que el poder da todos los días a quien pretende gobernar, nada menos que a los Estados Unidos.
Para cumplir su nueva función presidencial, a Champ le asignaron un entrenador, Mark Tobin, que lo ayudó a comportarse bien entre multitudes, viajar en aviones y soportar ruidos repentinos.
“Champ tenía la personalidad y el comportamiento adecuado para el puesto” de perro presidencial, nos dice Tobin. “Se comportaba bien entre la gente y era extremadamente atento con el Vicepresidente”.
En sus últimas semanas, ya con sus movimientos muy disminuidos, Champ se levantaba como podía si atisbaba a Joseph, nunca le falló el instinto.
Un pastor alemán es así, extremadamente atento con su ser humano que lo adopta. La nobleza de esa raza la conocí a lo largo de la vida de mi perrita Negra, una hermosa perra de buena alzada y pose de princesa, que vivió sus 13 años cumplidos conmigo, creció junto con mis hijas y luchó con todo al final contra la enfermedad. Esa fue su lección de vida, su legado.
Sin conocer a Champ, sentí simpatía enorme por ese perro y por su conexión con Joseph y Jill. Algo nos une a muchas personas en el mundo, más allá de fronteras e idiomas, cuando compartimos la pérdida de un perro que se metió en nuestras vidas hasta los huesos.
Cuando en 2009 el Vicepresidente Biden visitó una escuela elemental en Syracuse, Nueva York, dijo a los niños ahí presentes: “tengo un perro que vive conmigo. Es el perro más listo y de buena onda del mundo. Su nombre es Champ, es un pastor alemán y es el perro más educado”.
Uno sólo puede hablar así de los buenos amigos, a los que se quiere con el puro corazón. Para Joseph y Jill, su perro Champ era un amigo al que ahora lloran su ausencia. Major, el cachorro, va a necesitar otro compañero de juegos. Adiós, viejo Champ.