¿Por qué nos disgusta oír la verdad?

El peor mundo, para mí, es el de un nuevo oscurantismo practicado por los seres queridos y los allegados donde se censuren las ideas, se proscriban opiniones y se “queme” a los opositores en el ciberespacio.
24/03/2020

Como connacionales, somos espectadores de los acontecimientos que conmueven a nuestro país. Vemos aquí un desastre natural; allá, un ataque violento; acullá, el cierre de una empresa. A veces, como si compartiéramos la misma fila en un auditorio lleno, observamos una competencia deportiva, la pelea de box de un campeón mundial, por ejemplo, y nos hermanamos con otros. Pero, a la hora de interpretar estos momentos, cada uno expresa una idea distinta. En temas políticos, peor aún, alguien terminará molesto y receloso. Es imposible que dos versiones sobre un mismo asunto sean verdaderas.

He constatado que propendemos a enterrar el pasado, a guardar supuestos secretos con la intención de olvidar, tal vez borrar, un pasaje de la historia. Cuando la verdad sube a la superficie, se derrumba la tranquilidad de alguien. Últimamente, hasta ocurren tragedias: el músico Armando Vega Gil se ahorcó por una denuncia de abuso sexual que cometió, supuestamente, hace varios años.

Nuevos detalles sobre la vida de personajes ilustres, como Elena Poniatowska, Juan José Arreola y Carlos Fuentes, han suscitado el repudio de algunos. Pero el romance de Arreola, un hombre de 44 años y casado en aquella época, con la joven Elena, de 23, está conservado en cartas y documentos. De nada le sirve negarlo a la familia del maestro. También, sorprende el lado oculto de Carlos Fuentes después de conocer las memorias de Rita Macedo publicadas por la hija de ambos, Cecilia; sorprende porque la vida del novelista, contada por él mismo, nada dice de su egoísmo y su falta de atención a la niña.

Podemos entender que la gente esconda algún hecho infeliz o humillante de sí misma por evitar el escarnio o el desprestigio. Más aún, simpatizamos con ella. Ah, pero lo importante no es callar por callar: lo importante es el uso que hacen de ese silencio, el trato a los demás, la tolerancia a los otros detrás de ese bozal.

Las personas hipócritas, envidiosas y malintencionadas, con frecuencia, juzgan duramente a sus semejantes por los errores asumidos. Pero basta con tender al sol la ropa sucia de ellas para verlas huir. Detrás de cada valiente, quizás, se esconde algún secreto.

En estos tiempos, más abiertos y radicales, todos pueden opinar y lanzar su mensaje a millones de receptores por medio de la red. Se diría que el ideal de la democracia se ha hecho realidad. Pero los estados modernos parecen incómodos con este nuevo poder ciudadano. Ahora, con el fin de desviar la atención, organizan ejércitos de aduladores para atacar a disidentes en esa misma red. Ahí, cuesta ver a los amigos reñir por mandatarios, incluso descalificarse unos u otros por carecer de “solvencia moral” para criticar. ¿Por qué debe ser una exigencia la pureza del mensajero para enterarnos de los hechos o, simplemente, para expresar las ideas? “Si la verdad ofende, es mejor que ofenda pero que no se oculte”, dice San Jerónimo: por supuesto. Importa la historia, lo que está pasando o va a pasar (por ejemplo, un estudio científico), no la vida personal del autor.

Con cierta picardía, los gobiernos intentan confundir a la sociedad para transformar los hechos a pesar de la evidencia. Aunque el sol brille en los cielos, le dicen a uno que es de noche. Y entramos, entonces, en el debate; nos confrontamos, nos dividimos. A veces, por desnuda que esté la verdad, caemos en desacuerdo. Se la rechaza porque nos desagrada quién la dice, porque aquel apoya o reprueba al régimen, por su militancia o por sus creencias. Quizás, también, por su fortuna.

Uno de los males que acompañan a las crisis es el pesimismo, y es tan duro de erradicar como la crisis misma. Para los pesimistas, los problemas ya no tienen solución. Si bien el exceso de optimismo es ridículo, aspirar al bienestar en esta vida es una razón válida para no rendirse. Por eso, en mi caso, estoy abierto a la corriente de las ideas, de las propuestas y las novedades. Lo último que haría es cerrarme porque los responsables de estas acciones no coincidan con mi ideología. Siendo fiables, las acepto de buen grado. El sociólogo Daniel Bell odiaba la frase de McLuhan “El medio es el mensaje” ´porque, justamente, ignoraba lo esencial y encarecía lo accidental.

El peor mundo, para mí, es el de un nuevo oscurantismo practicado por los seres queridos y los allegados donde se censuren las ideas, se proscriban opiniones y se “queme” a los opositores en el ciberespacio. La primera señal de esto es una “limpieza moral” a la sociedad promovida por el poder. De modo inconsciente, muchas personas comienzan a pensar así y cierran sus ojos a los hechos. Ya no aceptan otros planteamientos ni otras razones. Ante un posible autosabotaje, prefiero la actitud de Anabel Hernández, una de las periodistas mexicanas más valientes en la actualidad: “He aprendido una cosa a lo largo de todos estos años. Y es que la verdad es la verdad, aunque lo diga un mentiroso”. 

El viejo sentimiento de culpa del mexicano, la baja autoestima y, claro, las injusticias, ponen a buenas personas a desconfiar de los hechos. Después viene lo peor: desconfían de sus amigos. Ni las palabras amables, a veces, los hacen cambiar. No juzgan la realidad: juzgan al mensajero. Pierden, entonces, objetividad y todo se vuelve emocional. “La verdad es la verdad y tiene un valor por sí misma aunque sea un narcotraficante el que la diga.”, nos recomienda Anabel Hernández, después de años de buscarla por cielo, tierra y mar.

julian.javier.hernandez@gmail.com



JULIÁN J. HERNÁNDEZ ha sido editor y colaborador en periódicos de Monterrey, Guadalajara y la Ciudad de México. Actualmente es asesor en temas de comunicación y copywriting. https://medium.com/@j.j.hernandez

Las opiniones expresadas por el autor no reflejan necesariamente el punto de vista de MOBILNEWS.MX

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