¿Nos ayuda el Gobierno a evitar el coronavirus?

Cunde el mal ejemplo sobre el uso del cubrebocas, y el mayor de todos pasa por televisión de lunes a viernes, a las 7 de la mañana, desde Palacio Nacional.
14/12/2020

El 27 de febrero se anunció el primer caso de Covid-19 en México, un hombre con síntomas leves que había estado en Italia. Desde ese momento, los noticieros de televisión persiguieron las historias de esta enfermedad a todas partes.

A muchos nos sonaba a un padecimiento raro, difícil de contraer, más propio del país de la Gran Muralla y su comida singular.

Luego, el 18 de marzo, palabras fatales: muere el primer mexicano por coronavirus, hombre de 41 años, diabético y con sobrepeso. Estaba bien, dijo su familia, hasta que asistió a un concierto de rock el 3 de marzo. En quince días (o quince noches), acabó con él.

Nerviosismo, manos sudadas pero, en el fondo, escepticismo. Se mueren los frágiles, los “tocados”, decía uno.

Y el 30 de abril, la triste noticia: murió Óscar Chávez de Covid-19. El intérprete de “Por ti”, “Mariana” y “Se vende mi país” andaba en planes de cantar de nuevo. Lo habían internado el 29 de ese mes con fiebre alta y dificultades para respirar; al día siguiente falleció.

Mientras se hablaba de la enfermedad y el final de Óscar Chávez, cayó en medio otra noticia funesta: moría el cantante romántico Yoshio, víctima de lo mismo. Al pobre lo habían internado por salmonela; a los pocos días, se le cambió el diagnóstico a SARS CoV-2. Era el 13 de mayo.

Definitivamente, la infección ya no era exótica, lejana ni mansa.

Como todos los mexicanos, volteé a ver al Gobierno Federal para hacerme de algunas recomendaciones. Quería saber en qué consistía el mal, cómo se contraía y cómo podía evitarlo. Para estas y otras respuestas apareció en escena Hugo López-Gatell, subsecretario de Salud. El otro, Andrés Manuel López Obrador, siempre había estado ahí, pero ahora pedía la atención del público para hablar de la pandemia. Teníamos, entonces, a dos autoridades para tratar la cuestión.

El Presidente de la República nada puede opinar sobre patologías y tratamientos; es licenciado en Ciencias Políticas, no médico. Sin embargo, su fuerte es la honestidad (o eso ha dicho siempre) y nos informaría del caso con la mayor responsabilidad.

Hugo López-Gatell, ese sí, es doctor en epidemiología y especialista en medicina interna. De él vendrían las explicaciones principales sobre el tema. Me urgía, sobre todo, estar prevenido o resguardado del virus. Todos compartíamos la idea, más o menos clara, de que la enfermedad se transmitía por contacto directo con un infectado o por superficies y objetos contaminados. Como otras enfermedades respiratorias, el coronavirus ingresaba por los ojos, la nariz o la boca.

Aprendimos, también, a identificar las señales: fiebre alta, tos seca y anosmia (pérdida del olfato); sentir fatiga y falta de aire condenaba al paciente a conectarse a un ventilador. Si hubiera bastado con estas alertas, con reconocerlas a tiempo, muchas personas estarían hoy aquí. Pero quedaban los asintomáticos, seres “sanos” sin dolencias, marcas ni morbidez; estos actuaron como surtidores de coronavirus en la propagación de la enfermedad y los decesos. Por más atención que se tuviera, el asesino era invisible.

Nos dejamos de saludar, de abrazarnos y hasta de besarnos, pero era lo mejor; hicimos del aseo de manos (con jabón o gel antibacterial) un ritual frenético. Encima de todo, se nos impuso la orden de aislarnos en casa, de no salir, del distanciamiento social. Ello supuso un golpe terrible para la economía y la subsistencia familiar.

Un momento, dijo alguien, no caigamos en la exageración. Se puede usar cubrebocas o mascarillas; protegen, filtran, cubren; eso hacen en Alemania, en Francia, en China y donde la pandemia esté. Aquello me pareció una propuesta sensata si queríamos estar protegidos hasta cierto punto, y continuar con algunas actividades básicas.

Era la respuesta, según varios especialistas, para disminuir los contagios causados por los asintomáticos, ya que todas las personas, enfermas o no, debían usarlo. Subrayo: disminuir.

Nuestra jefa de Gobierno en la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, se colocó el cubrebocas y jamás se ha presentado sin uno. Me di por advertido.

El Presidente de México, en cambio, se rehusó a adoptarlo. López Obrador sale todas las mañanas con la boca descubierta y habla dos, tres o más horas. ¿Acaso no corría riesgos? Era necesario exigirle una explicación.

Pero no estaba solo; Donald Trump y Jair Bolsonaro tampoco aceptaban este accesorio, ambos, por cierto, los menos brillantes entre los estadistas mundiales.

Sheinbaum, sí; el Presidente, no. Fuera de México, cubrebocas por doquier; dentro, muchas ausencias. ¿Quién tenía la razón?

Y vinieron las palabras de López Obrador: “Me dice el doctor Hugo Lopez-Gatell, que es el que me orienta y el doctor Alcocer, que no es indispensable” (2 de diciembre).

Desde ese instante he querido responderle al Jefe del Ejecutivo; me queman las ansias por corregirlo.  Tenía que oír el peligro que acecha a uno por el síndrome agudo respiratorio. Pero, ¿era yo la persona indicada?

El epidemiólogo del caso, Hugo López-Gatell, más bien coincidía en desusar la cubierta para boca y nariz. “Si yo me pongo un cubrebocas de estos, convencionales, no me disminuye notoriamente el que yo pueda adquirir… coronavirus” (2 de marzo).  Y terminó así: “Sepan ustedes que no hay evidencia científica que muestre que realmente sirve”.

Bueno, ¿quién está mal? En las capitales europeas, la gente anda con cubrebocas. Es poco razonable que los alemanes sepan menos que el funcionario mexicano.  Se puede ver también que los utilizados allá son los mismos o parecidos a los de acá, hechos de varias capas de tela.

De responderle al Presidente van a descalificarme por razones políticas, por lealtad a su persona. Si refuto a López-Gatell, van a protestar por mi incompetencia científica. “Y tú, eres epidemiólogo?”.

Es que no puede haber dos verdades, y me pesa la opinión calificada del Subsecretario. Los que usamos cubrebocas (incluida la jefa de la Ciudad de México) no somos ingenuos. En esas estaba cuando llegó a mí el estudio Community Use of Cloth Masks to Control the Spread of SARS-CoV- 2, del CDC (Centers for Desease Control and Prevention).

Se citan cinco casos, pero voy a compartir dos, a saber:

“En un estudio de 124 hogares de Beijing con > 1 caso … de infección por SARS-CoV-2, el uso de mascarillas por parte del paciente índice y los contactos familiares, antes de que el paciente índice desarrollara síntomas, redujo la transmisión secundaria dentro de los hogares en un 79% “.

“Un estudio de un brote a bordo del USS Theodore Roosevelt, un entorno notable por las viviendas colectivas y los trabajo cercanos, encontró que el uso de cubiertas faciales a bordo se asoció con una reducción del riesgo del 70%”.

Cuando leía las partes finales, punto por punto, recordé las palabras de López-Gatell como si oyera su voz: “Sepan ustedes que no hay evidencia científica que muestre que realmente sirve”. Enlisto, a continuación, las conclusiones del artículo de marras:

- “Se recomienda el uso comunitario de máscaras, específicamente máscaras de tela multicapa sin válvula, para prevenir la transmisión del SARSCoV-2”.

- “Las máscaras de tela no solo bloquean eficazmente la mayoría de las gotas grandes (es decir, de 20 a 30 micrones y más) sino que también pueden bloquear la exhalación de finas gotas y partículas (también conocidas como aerosoles) de menos de 10 micrones”.

- “Las máscaras de tela multicapa pueden bloquear hasta el 50-70% de estas gotas y partículas finas, y limitar la propagación hacia adelante de las que no se capturan”.

El cubrebocas es el único aditamento para salir a la calle o entrar a lugares concurridos. “Se estima que (los asintomáticos y presintomáticos) son responsables de más del 50% de las transmisiones”. Más vale desconfiar de la apariencia saludable de los demás.

El estudio Community Use of Cloth Mask contiene 45 referencias científicas que lo fundamentan, y puede consultarse en este enlace (edición bilingüe) Scientific Brief: Community Use of Cloth Masks to Control the Spread of SARS-CoV-2 | CDC.

A decir verdad, me importa poco desmentir a Andrés Manuel López Obrador o a Hugo López-Gatell en este tema. Me preocupa más la indolencia de la gente a protegerse o a seguir las medidas sanitarias, sobre todo el uso del cubrebocas. En mis viajes constantes he sorprendido a señoras y jóvenes sin ninguna cobertura a bordo del autobús.

Como me sorprende mucho, también, escuchar la música y la risa de la gente alrededor de mi casa, por las noches, en grandes convivios; las bodas y quinceañeras que reúnen a familiares y amigos, la carne asada con los compañeros de trabajo para ver los juegos de futbol, y hasta las peregrinaciones al templo de la Virgen.

Estas personas viven engañadas porque claramente son adultas, son conscientes y se cuidan de otros peligros. A ver, ¿en qué mundo viven? México no padece principalmente una crisis económica, ni de empleo, ni de seguridad; los tiene, en efecto, pero no principalmente, si hemos de confiar en los científicos. En esta hora la emergencia es sanitaria: una nueva peste amenaza nuestras vidas.

Para actuar así, despreocupados, tribales, sueltos, han de pensar que el Covid-19 es una enfermedad innocua como la gripe, que la vida sigue igual. Los desconfiados, en tanto, debemos usar cubrebocas en cualquier lugar, siempre, para desalentar esta negligencia. Porque cunde el mal ejemplo, y el mayor de todos pasa por televisión de lunes a viernes, a las 7 de la mañana, desde Palacio Nacional.

julian.javier.hernandez@gmail.com



JULIÁN J. HERNÁNDEZ ha sido editor y colaborador en periódicos de Monterrey, Guadalajara y la Ciudad de México. Actualmente es asesor en temas de comunicación y copywriting. https://medium.com/@j.j.hernandez

Las opiniones expresadas por el autor no reflejan necesariamente el punto de vista de MOBILNEWS.MX

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