El periodista deportivo

No se conforman con hablar del rendimiento de los atletas; también quieren convertirlos en buenas personas, en cristianos devotos, en ciudadanos perfectos.
07/09/2020

Era lunes. Por haberme trasnochado, la claridad del día me causó fotofobia. El televisor estaba encendido y se oía el noticiero. Con los ojos entrecerrados, escuché al locutor: “Salvador Cabañas ha sido baleado en la cabeza esta madrugada”.

Lo di por muerto y la sola idea, súbitamente, me afectó. Era el crack del América, el equipo de mi infancia, y no podía concebir un final violento para él. Morir como un malviviente, como un indeseable. Me recuperé del sueño y seguí con arrebato la información. Quería saber quién disparó, por qué lo hizo.

Chava Cabañas había sobrevivido pero el proyectil continuaba dentro de su cerebro. Retirarlo era mortal según los médicos; podía causarle una hemorragia ya que la ojiva enterrada actuaba como tapón. También se supo que el ataque tuvo lugar a las 5:14 del lunes, en el bar Bar, en avenida Insurgentes. Al parecer, el negocio violaba el horario de cierre.

Se sumaron otras voces a la discusión, sobre todo neurólogos. Quizás no volvería a ver, o a hablar, o a caminar. Definitivamente, jamás volvería a jugar, al menos, no de manera profesional. Por su juventud, por su enorme talento, esto último me deprimió.

Ansioso de novedades, le cambié a la señal de ESPN. Ahí reducían el tema a lo deportivo; era una mesa de tres o cuatro sujetos. En general, todos lamentaban la agresión, la pérdida para el futbol y para el equipo en particular. En eso estaban cuando uno de ellos, John Sutcliffe, alzó la voz y dijo más o menos así: “Esto le pasa por estar en un bar a las cinco de la madrugada”. Ah, pensé para mí, seguramente hay que agradecer al criminal por haberle disparado. Porque, oiga usted, las personas que visiten una taberna después de la medianoche, aunque estén en paz, sin molestar a nadie, deben terminar con un tiro en la cabeza. ¿La razón? La del señor Sutcliffe: por desvelados. Esa, de acuerdo con el periodista, es la causa de esta desgracia. Quién lo iba a adivinar: es moral. Aquí, señoras y señores, no se ha agredido a nadie; se ha impartido castigo, se ha escarmentado. Quizás fue Dios el responsable aunque nadie lo diga. Del azar, mejor no hablemos. Quienquiera que beba de madrugada en una cantina debe salir baleado. ¿Acaso John Sutcliffe es intérprete de los actos divinos o taumaturgo? Es hora de recurrir a él, por qué no, para hallar el significado de tantas muertes inhumanas y dolorosas. Al padre de familia que enferma de cáncer después de llevar una vida sin adicciones, a las mamás y sus bebés ejecutados y calcinados en un desierto, a tanta gente que fallece ahogada mientras pasa sus vacaciones en la playa, a todas las víctimas de balas perdidas, electrocuciones y virus transmitidos por terceras personas, a ellos les ha de hallar su culpa el señor Sutcliffe. Porque el azar, caros amigos, no existe.

Por extraño que parezca, John Sutcliffe ha nacido en México y se ha criado con tacos y salsas picantes como cualquiera de nosotros. Visto así, se entienden muchas cosas.

Una vez, un periodista preguntó a Diego Maradona si no se sentía responsable de dar un buen ejemplo a los niños. En ese momento era el mejor jugador del mundo; encantaba por su habilidad con los pies y su mente superdotada: resolvía juegos arduos y complejos como un ajedrecista. Bueno, pues, ese genio para el futbol era un crápula fuera de la cancha y exhibía sus flaquezas en público. Por eso, el entrevistador le exigía una suerte de compromiso social. Pero Maradona lo dribló con una respuesta por demás inteligente: “Soy futbolista y mi compromiso es ganar y dar alegría a la hinchada. Yo no puedo dar ejemplo a los niños del mundo; es demasiado para un hombre. Cada padre de familia debe dar ejemplo a sus hijos. Yo lo doy a los míos, y si les fallo me lo reclaman”.

En México, David Faitelson, Zague, Carlos Albert, John Sutcliffe y, en menor medida, José Ramón Fernández, mezclan periodismo y lecciones de moral en sus editoriales. No se conforman con hablar del rendimiento de los atletas; también quieren convertirlos en buenas personas, en cristianos devotos, en ciudadanos perfectos. A veces extienden más sus comentarios en estos aspectos que en los deportivos. Al oírlos, uno pensaría que son piadosos, justos, incorruptibles, que carecen de defectos.

Más tarde, hemos conocido las diabluras pornográficas de Zague, y los mil conflictos de Faitelson y Albert por su carácter neurótico. Mención aparte merece John Sutcliffe; primero, lo pillaron publicando un comentario en la cuenta de Twitter de una chica en traje de baño. También, en el mundial de Rusia 2018, le gritó “pendejo” a un niño que se atravesó frente a la cámara mientras transmitía en vivo.

No deben escandalizarnos los defectos de las personas sino su hipocresía.

Estos San Pablos del micrófono han continuado con Gerardo Velázquez, comentarista de prensa, radio y televisión; como muchos, se ha metido al tema Messi y ha repetido los lugares comunes del periodismo romántico: el argentino es un ídolo, faraón de las canchas; Barcelona y los federativos le deben pleitesía. Como no lo hacen, Gerardo Velázquez vocifera: “El corriente y vulgar Barcelona avalado por la Liga Española”.

Hay un ángulo fuera de la vista de este tipo de periodistas o es, acaso, borroso: los resultados. Para Messi y compañía, este año no hubo Champions, Copa de Liga, Supercopa, Copa del Rey ni Mundial de Clubes. Nada. Todo el dinero apostado se perdió. Lógicamente, vino un despido de jugadores, entre ellos, los amigos de Messi. Y el hombre estalló.

En mis tiempos, los de mi infancia, entender el futbol era más sencillo. Sólo se empleaban las tablas de puntos, partidos ganados, partidos perdidos, goles a favor y goles en contra. Lo demás era idolatrar a clubes o goleadores favoritos. De hecho, estos últimos eran los verdaderos protagonistas. Pero, con el interés en la liga española, hemos visto hoy un método más analítico para juzgar. Del encuentro, se mide el porcentaje de posesión de balón; de los jugadores, el número total de pases y, después, el de aciertos y errores. Particularmente, me ha gustado la estadística de aciertos y errores. En México, nadie se atrevería a exhibir la incompetencia de un jugador, muchos de los cuales no saben ni centrar la pelota.

DESPEDIDA

Entre las personas, las compañías más deseables son aquellas que saben moderarse y controlan sus impulsos más violentos. Hasta ahí cabe interferir en la conducta de alguien: en estar o no estar con ése o con ésa. En su vida privada, no tenemos la menor injerencia.

¿Dejará de hablar el periodista deportivo de borracheras y aventuras amorosas, de pedirle moral a los competidores? Lo ignoro, pero puedo adelantar un mejor y más recomendable propósito. Bueno, dos, en realidad: cumplir sus compromisos y tratar con respeto a los otros. El primero es con el público y es un principio del oficio: buscar la verdad (en este caso, la verdad deportiva). El otro es con los héroes de las canchas y las competencias; no colocarse por encima de ellos.

A los que hablan de moral, luego se les aplica el refrán de los tropiezos: “En casa del jabonero, el que no cae resbala”.

“El Periodista deportivo” es una novela de Richard Ford y está incluida entre las 100 mejores novelas del siglo XX de la revista Time. También está en mi lista de los 50 libros no leídos y ya adquiridos. 
 



JULIÁN J. HERNÁNDEZ ha sido editor y colaborador en periódicos de Monterrey, Guadalajara y la Ciudad de México. Actualmente es asesor en temas de comunicación y copywriting. https://medium.com/@j.j.hernandez

Las opiniones expresadas por el autor no reflejan necesariamente el punto de vista de MOBILNEWS.MX

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