La DEA, con su aire de agencia todopoderosa, anunció hace unos dÃas un operativo con nombre de metáfora futbolera: Proyecto Portero.
Según sus voceros, se trata de una estrategia binacional para cazar a los llamados “guardianes†de los cárteles, los capataces de frontera que vigilan el paso de drogas hacia el norte y de dólares y armas hacia el sur.
El anuncio se presentó como si se tratara de una gran operación conjunta, como si el gobierno de México hubiera estampado su firma. Pero al dÃa siguiente, la presidenta Claudia Sheinbaum lo desmintió con frialdad: “No existe ningún acuerdo con la DEAâ€. Lo único real, dijo, fue la participación de algunos policÃas mexicanos en un taller de capacitación en Texas. Nada más.
Esa contradicción exhibe de nuevo el desencuentro crónico entre México y la DEA, una relación hecha de mutuas suspicacias, desconfianza, ofensas soterradas y, sobre todo, soberanÃas heridas. Y aquà aparece el fantasma de Salvador Cienfuegos, el general que dirigió la Defensa Nacional en tiempos de Peña Nieto, arrestado en Los Ãngeles en octubre de 2020 bajo acusaciones de narcotráfico.
La operación Padrino fue la expresión más descarnada de ese divorcio: una agencia estadounidense que detiene a un alto mando mexicano sin avisar al gobierno vecino, y un presidente, López Obrador, que responde con ira soberanista y obliga a Washington a retirar los cargos, repatriar al militar y dejarlo en manos de la FiscalÃa mexicana, que, como era previsible, lo absolvió en semanas.
El episodio fue presentado por el oficialismo como un triunfo de la dignidad nacional, pero dejó cicatrices profundas en la cooperación binacional. Desde entonces, la DEA se volvió un invitado incómodo, como una tÃa lejana que aparece en las fiestas familiares sólo para señalar los defectos del anfitrión.
México no negocia con agencias, repiten ahora, sino con gobiernos; no con la DEA, sino con el Departamento de Estado y con el Comando Norte, el aparato militar que articula la defensa continental de Estados Unidos.
Allà está la paradoja: se rechaza la interlocución con la DEA en nombre de la soberanÃa, pero se aceptan las lógicas del Comando Norte bajo el argumento de coordinación estratégica.
Entre la policÃa y el ejército del vecino, se elige al ejército. La contradicción es visible, pero no se explica. Y en medio de esas ambigüedades queda la pregunta mayor, la que nunca se responde: ¿qué tanto financiamiento del narcotráfico ha tocado a la polÃtica mexicana, no sólo en la época de Cienfuegos, sino en las campañas presidenciales que se declaran impolutas?
Las sombras de dinero ilÃcito siempre sobrevuelan las contiendas, pero aquà no hay investigación que avance. Ni la DEA ni la FGR han querido o podido ir más allá de insinuaciones. Al mismo tiempo, el discurso oficial insiste en blindar la frontera retórica: “coordinación sin subordinaciónâ€.
Pero la práctica demuestra otra cosa. Si la DEA presenta una operación como binacional y México lo reduce a un “tallerâ€, la confusión se convierte en mensaje: no hay interlocución clara, no hay estrategia compartida. El narco lo sabe y lo aprovecha.
Cada desencuentro institucional es una grieta que se llena de dinero sucio. Como en el caso Cienfuegos, la narrativa se ajusta a las necesidades polÃticas del momento: soberanÃa cuando conviene, cooperación militar cuando apremia, negación rotunda cuando se trata de explicar contradicciones.
El Proyecto Portero, con toda su grandilocuencia verbal, ya nació cojo. Porque en México se niega lo que en Washington se presume. Y la opinión pública se queda en el desconcierto.
A estas alturas, deberÃa estar claro que la relación con Estados Unidos no puede ser sólo una sucesión de negaciones y desmentidos. Se necesita una polÃtica coherente, un marco definido de cooperación que no dependa del capricho presidencial ni de las torpezas de la DEA. De lo contrario, el costo se paga en silencio, con más muertos, más adicciones y más violencia.
No basta con negar; hay que explicar. Y aquà no hay explicación. Sólo la certeza de que la porterÃa sigue abierta, sin portero, mientras el balón del crimen organizado entra una y otra vez, ante la mirada cansada de gobiernos que prefieren declarar que no pasa nada.
Tiempo al tiempo.