Nací en un pueblo de casi mil habitantes, enclavado en el sureste mexicano, en lo que era una selva, con casas sobre la ribera de un río, una de ellas, la de mis abuelos, a mediados del siglo pasado.
La infancia transcurrió normal en aquel pueblo, donde luego de la escuela, trabajaba en una tiendita, propiedad de mis padres, quienes, aspirando a un mejor futuro para nosotros, decidieron mudarse a la capital del estado.
Ahí instalaron una tienda de ropa y zapatos a la que llamaron “novedades Andrés”, gracias a la cual, me permitieron estudiar la secundaria y la preparatoria.
De igual forma, ese ímpetu aspiracionista de mis padres, me permitió viajar a la CDMX, donde gracias a los recursos de mis padres, pude estudiar una carrera universitaria, que terminé casi 15 años después.
Poco antes, sin ser pretencioso, me enlisté en el partido del régimen, al cual le serví por más de 15 años y, para mi suerte, conseguí una candidatura para Diputado y tuve varias oportunidades de ejercer cargos públicos, pues desde hace 40 años, que vivo del gobierno.
Claro que me casé con una profesora y formamos una familia y, pues estaba yo feliz, feliz, feliz de trabajar para el partido del gobierno, a parte de una férrea militancia, coordinaba campañas políticas, hasta ocupar cargos importantes de ese partido en el estado. Mi vida marchaba muy bien.
Yo siempre quise, sin ser aspiracionista, ser gobernador de mi estado y a ser el mero mero, pero el partido siempre tenía otros datos, otro candidato.
Por eso, sin ambición, renuncié al partido del régimen y otro partido me mandó como candidato para gobernar mi estado. Perdí y ahí me di cuenta que se podía vivir del discurso del fraude, como lo he hecho hasta hoy.
Y así, todo lo que tuviera que ver a quienes antes servía, se convirtió en mi narrativa personal, de la cual, también, me he servido hasta hoy.
Pues sin ser aspiracionista, goberné la capital del país y obtuve tres candidaturas a la presidencia, de las cuales perdí dos (con fraude, por supuesto, porque no puedo aceptar perder) y, pues gracias a mi narrativa de fraude, combate a la corrupción, primero los pobres y muerte al PRIAN (entre otras), logré ser presidente.
Pero no fue fácil, pues tuve que andar brincando de un lugar a otro, a ver donde me acomodaba, tuve que dar una que otra puñalada rastrera, incluso en un acto cirsense (de esos que me encanta ofrecer a la gente), me declaré presidente imaginario, con gabinete imaginario y todo imaginario, sin ánimo de ser pretencioso.
A la muerte de mi esposa, la madre de algunos de mis hijos, al tiempo me casé con una Profesora (nada pretenciosa), que dice ostentar dos doctorados y que es miembro activo del sector académico del país.
Una vez que soy presidente y que dije que iba a vivir en “mi casita”, pues dije cómo puedo ser pretencioso de vivir en mi depa, mejor me voy a vivir a un palacio, desde donde despacho ya desde hace dos años como presidente de la república.
Así es como (aún no termina), la conmovedora historia de un joven aspiracionista, que llegó de la selva del sureste a la Ciudad Capital, buscando un título de licenciatura para poder superarse.
Un tipo egoísta que en vez de quedarse en la selva y dedicarse al campo o al comercio, en una pobreza romántica y digna, decidió superarse y convertirse en un gran conservador, en un populista “de librito”, en un ser capaz de pelearse con un meme dos o tres días seguidos en cadena nacional.
Y lo más hermoso es que, una vez que alcanzó la fama y el poder, el austero, el izquierdista, el demócrata, decidió vivir con toda su familia en un castillo, con los lujos de un rey humilde.
Así, este personaje de quien les hablo, todos los días dedica horas interminables a dividir a los mexicanos, a justificar su ineficacia, a atacar a sus opositores, a descalificar y exhibir periodistas que no son alineados a si régimen, a mentir de forma descarada y sistemática a todos los mexicanos, incluidos sus fanáticos.
Así que cuando el señor del palacio descalifica a la gente que busca superarse, que tiene estudios, que son quienes alguna vez creyeron en su narrativa y hoy les da la espalda, habla mucho de su persona.
“Sí, sí sí, hay un sector de la clase media que siempre ha sido así, muy individualista, que le da la espalda al prójimo, aspiracionista, que lo que quiere es ser como los de arriba y encaramarse lo más que se pueda sin escrúpulos morales sin ninguna índole, son partidarios del que no transa no avanza, es increíble cómo apoyan a gobiernos corruptos, increíble”.
Obviamente al actual régimen le conviene ser la máquina de pobres que ha sido los últimos dos años de gobierno, pues ahí la narrativa de la lucha de clases embona a la perfección, como lo hizo el PRI hace 40 años.
Prueba de ello es que este gobierno, hoy por hoy, apoya a los que no trabajan y ahorca, fustiga a quienes buscan estudiar y hacer un posgrado.
Ojalá que México fuera un país lleno de aspiracionistas y no sumido en la pobreza y el abandono en el que lo han tenido todos los gobiernos hasta hoy. El gobierno, sea del partido que sea, te quiere ignorante y pobre.
Así que, a quien hoy habita humildemente el palacio, junto con su familia, por favor, no lo llamen aspiracionista.
Tiempo al tiempo.