La fórmula de Donald Trump es relativamente fácil de descifrar; negociar con él sería mucho más sencillo si no se tratara del Presidente de una potencia como Estados Unidos, que, para colmo, es nuestro principal socio comercial. Su estrategia consiste, en un primer momento, en desestabilizar a su contraparte para después llevarla, ya debilitada, a su terreno en la mesa de diálogo. Todo ello acompañado de las malas formas y arrogancia que lo caracterizan.
Menuda realidad la que les ha tocado vivir al presidente López Obrador y a su canciller, Marcelo Ebrard. Si bien el nuevo Gobierno recibió un nivel de relación con la Casa Blanca en buenos términos, resultado del trabajo realizado por la dupla Videgaray-Guajardo, con Donald Trump a la cabeza del Gobierno de Estados Unidos, todo puede cambiar súbitamente.
En los últimos días, México ha sido sometido a una fuerte presión por parte de la administración Trump. La razón, con tufo electoral, es la supuesta falta de colaboración del gobierno de López Obrador en la detención del flujo migratorio de Centroamérica hacia Estados Unidos, así como la ausencia de medidas para detener el tráfico de drogas hacia ese mercado. El castigo anunciado es el cierre total de fronteras y la aplicación de un arancel a los autos que se construyen en nuestro país.
No cabe duda que López Obrador tiene en su secretario de Relaciones Exteriores al político más experimentado del gabinete. La estrategia de la no confrontación llevada por Ebrard es congruente con su forma de interpretar la política exterior: más vale el uso de los canales diplomáticos que transitar por la vía de la confrontación para obtener réditos en el terreno interno.
El canciller sabe de la fortaleza que México tiene frente a su vecino del Norte. De manera sutil, sin estridencias, ha jugado sus cartas, generando equilibrios en el plano bilateral y, más difícil aún, entre sus pares.
El peso de México en Estados Unidos no es menor, y eso lo sabe el canciller. El comercio entre ambas naciones genera casi cinco millones de empleos más allá del río Bravo. Los trabajadores de origen mexicano contribuyen con 8% del PIB en el país que gobierna Trump, quien está consciente de que la nación azteca es la que más invierte entre las economías emergentes, con un monto que se acerca a los 50 mil millones de dólares al año.
Ebrard ha mantenido el equilibrio en una situación que se torna cada día más compleja. Aunque, ante los embates de Trump, muchos pidan en la respuesta exceso de estridencia, del canciller habrá de esperarse la necesaria prudencia que él ha sabido convertir en ciencia.
Segundo tercio. A ver cómo reacciona el Presidente. El Banco Mundial recortó ayer su pronóstico de crecimiento para México de 2 a 1.7%. Esto “refleja la preocupación de los mercados por las señales mixtas relacionadas con el futuro de su política económica”, sostuvo el organismo internacional.
Tercer tercio. Se cierran las apuestas en la sede nacional del PRI. El campechano Alejandro Moreno encabeza las expectativas frente al ex secretario de Salud, José Narro, para liderar al tricolor. Narro pareciera estar empecinado en llegar a la dirigencia para salvar su honor tras no haber conseguido la candidatura presidencial. ¿Creerá ahora sí tener los atributos?