“Para impedir una catástrofe, antes hay que creer en su posibilidad,” escribió el sociólogo Zygmunt Bauman citando una idea de Jean-Pierre Dupuy. En su libro Miedo Líquido: La sociedad contemporánea y sus temores, Bauman elabora la idea: “Ningún peligro es tan siniestro y ninguna catástrofe golpea tan fuerte como las que se consideran de una probabilidad ínfima; concebirlas como improbables o ignorarlas por completo es la excusa con la que no se hace nada por evitarlas antes de que alcancen el punto a partir del que lo improbable se convierte en realidad y, de repente, es ya demasiado tarde para atenuar su impacto”.
La reflexión no es sobre la pandemia del coronavirus –el libro se publicó en 2006–, pero ilustra muy bien el carácter de “improbable” con que se le percibió desde un principio. Como argumenta Bauman, “el anuncio de una catástrofe no produce cambio visible alguno en nuestra manera de comportarnos ni en nuestra manera de pensar”. El miedo a algo refleja, en buena medida, la probabilidad que percibimos de que ese “algo” suceda. En la encuesta que publicó ayer El Financiero sobre los miedos de los capitalinos, uno de los mayores miedos es a los temblores de más de 7 grados. Son eventos poco frecuentes, pero la población sabe que suceden y que son dañinos, disruptivos y traumatizantes, por decir lo menos.
Una pandemia como la del coronavirus era difícil imaginarla y algunos aún no la terminan de creer o de asimilar. Las señales y avisos nos llegaron en oleadas informativas desde Wuhan, Italia, Nueva York... El primer caso de contagio en nuestro país se confirmó a finales de febrero y el confinamiento se declaró a finales de marzo. El número acumulado de contagios confirmados rebasa hoy los 300 mil y las defunciones suman más de 37 mil. Esos números podrían ser los límites inferiores de un intervalo de estimación cuyo límite superior es incierto, como señalan algunos expertos. En las encuestas, el 47 por ciento de los mexicanos dice conocer a alguien contagiado, y el 32 por ciento conocía a alguien que falleció a causa de Covid-19, incluido 11 por ciento que perdió a un miembro de su familia.
A pesar de todo, la pandemia sigue viéndose con incredulidad. Y no son sólo dudas razonables; en algunos casos se trata de una franca negación. La encuesta nacional publicada el miércoles en estas páginas indica que el 9 por ciento de los mexicanos no cree que exista el coronavirus y 5 por ciento dijo que “no sabe”. Entre negacionistas y dudosos suman 14 por ciento. “Lo bueno es que son pocos” decía un comentario resignadamente optimista en Twitter. Si el dato lo extrapolamos a 90 millones de adultos en el país, alrededor de 12 millones de mexicanos no creen que existe el coronavirus. Decida usted si son pocos, pero, sobre todo, imagine las potenciales consecuencias del negacionismo.
Según la encuesta, dos tercios de quienes sí creen en el coronavirus están a favor de mantener el confinamiento y un tercio está a favor de reabrir. Quienes no creen en el coronavirus opinan al revés: dos tercios por la reapertura y un tercio por el confinamiento. Algo similar se observa entre quienes conocen casos de Covid-19 y quienes no. Quienes tienen conocidos o familiares que se han contagiado a causa del coronavirus expresan un mayor apoyo a continuar el confinamiento (entre 77 y 71%); quienes no conocen casos de contagio en su círculo cercano están más divididos, pero el apoyo a la reapertura alcanza 50 por ciento.
Apoyar la reapertura refleja ánimos y necesidades justificadas por reactivar la economía y volver a la normalidad, pero, según muestran las encuestas, también persiste una actitud de incredulidad y de querer ver lo improbable de la pandemia, como si ésta no fuera una realidad. Es como ir a ciegas.