Las encuestas son excelentes instrumentos para conocer la opinión pública; sin embargo, “tienen usos muy limitados para la selección de candidatos y no son la mejor herramienta posible para ello,” me decía Michael Traugott en una entrevista que publicó Reforma, en agosto de 1999. El PRI había anunciado una elección primaria a nivel nacional para seleccionar a su candidato presidencial, mientras que el PAN y el PRD estaban considerando una encuesta para definir una candidatura común.
Traugott, quien fungía en esos momentos como presidente de AAPOR (American Association for Public Opinion Research), señaló que la encuesta como método de selección de candidatos tiene muchas complicaciones, incluido el criterio de elegibilidad de los encuestados (¿quiénes se deben tomar en cuenta para participar en una encuesta de selección partidaria?), qué tamaño de muestra es el adecuado, qué preguntas formular, cómo tabular los resultados y cómo lidiar con el hecho de que el margen de error de la encuesta dificulta el ordenamiento de los aspirantes con total certidumbre. La encuesta es un buen instrumento consultivo, pero no necesariamente ejecutivo.
Sin embargo, el principal obstáculo que veía Traugot no era metodológico, sino de acuerdo político. “Si quieres que los resultados sean aceptados por los partidos, se requiere llegar a un entendimiento previo”.
Desde aquellos días, las encuestas se han empleado en varias ocasiones para seleccionar candidatos. López Obrador salió adelante de Marcelo Ebrard en la encuesta perredista para la candidatura presidencial de 2012, y Claudia Sheinbaum superó por un pelo de margen de error a Ricardo Monreal para la candidatura de Morena a la CDMX en 2018. Ese uso responde, en parte, a que las encuestas reducen costos respecto a los procesos de elección interna, y que los actores han respetado los resultados, aunque hubiese elementos para no hacerlo.
La encuesta para seleccionar al liderazgo de Morena hace eco de las afirmaciones de Traugott dos décadas atrás, pero plantea incluso más retos, de los cuales aquí enumero algunos para considerar:
1) El amplio abanico de opciones registradas obligó a plantear una encuesta previa a la encuesta para reducir el alto número aspirantes a seis; con ello, los derechos de la gran mayoría de aspirantes serán limitados por una cuestión metodológica.
2) La encuesta favorece el reconocimiento de nombres por encima de cualidades, méritos o labores partidarias.
3) En la encuesta previa habrá una sobrecarga de nombres que dificultará a los entrevistados una decisión clara y bien informada, no sólo por la ausencia de ejercicios deliberativos para conocer los programas o intenciones de los aspirantes, sino porque resulta muy difícil que los entrevistados elijan confiablemente en un escenario de saturación.
4) Un aspecto metodológico no menor es si la presentación de nombres será aleatorizada o si tendrán qué emplearse mecanismos para detectar efectos de ordenamiento y cuáles son.
5) La población objetivo sufre de vaguedad: la confiabilidad del padrón de militantes ha sido cuestionada, y la identificación de simpatizantes no cuenta con una validación rigurosa como criterio de elegibilidad.
6) El hecho de que sean tres casas encuestadoras puede generar posibles house effects, o efectos de empresa, ante lo cual no se tiene contemplado ningún resolutivo.
7) Si las empresas contratadas cuentan o no con la confianza de los diversos aspirantes es un aspecto crucial para su aceptación de los resultados.
8) Que el INE, en acato a la disposición, se tenga que meter en la vida interna de los partidos políticos, en este caso en la selección del liderazgo de Morena, y que lo haga con una facultad que no es del todo suya: la práctica demoscópica.
La lista de consideraciones se podría alargar, pero debo concluir y lo hago con palabras de Michael Traugott, a quien busqué esta semana para comentarle sobre la encuesta de Morena y ver si mantiene su punto de vista respecto al uso de las encuestas para seleccionar liderazgos políticos. “Este es, por todos los lados que se le vea, un mal uso de la encuesta para llevar a cabo una función partidaria de selección de líderes”, me comentó.
Estaremos pendientes de cómo le va a la encuesta de Morena, cómo le va al INE que la organiza, cómo le va al partido con la operación cicatriz, y cómo queda parada la profesión encuestadora, representada por las empresas que le entraron al asunto.