"A los que corren por un laberinto, su misma velocidad les confunde", Séneca.
Los faunos son personajes de la mitología romana, equivalentes a los sátiros griegos. Son seres en principio alegres y festivos, de vocación campestre, y que se distinguen por su capacidad de seducción hacia las muchachas incautas que caminan por los bosques. Sin embargo, su lascivia es tan excesiva, que los conduce inevitablemente a la insatisfacción, porque, antes o después, las mujeres seducidas se cansan por agotamiento o aburrimiento. Surge aquí la otra cara de su personalidad: necesitan el halago permanente, y ni siquiera teniéndolo son dichosos, lo cual torna su carácter en hosco e incluso violento. Cuánto más si el halago desaparece, a causa de ese cambio, o por el simple descubrimiento por parte de la muchacha seducida de la parte oscura y déspota de su amante.
Esto viene al caso por dos razones. La primera, por la acertada analogía que el Dr. Salvador Borrego hace entre la opinión pública y una muchacha, que sería el objeto de seducción por parte del pretendiente, en este caso el político o candidato. Este último sería el fauno en permanente celo, pero no todos, y he aquí la segunda razón, enseñan el cobre de forma tan grosera como López Obrador. De hecho, en el caso del Presidente no sabemos si la paulatina decepción de la opinión pública se debe a sus cada vez más hoscas maneras (el célebre "modito"), o simplemente, como en el caso de los faunos, o en el de la fábula del escorpión, es su naturaleza. Lo que hay en el fondo es una sorprendente inseguridad en sí mismo, que lo lleva a la pugna permanente. Por eso necesita enemigos, adversarios, culpables, que justifiquen un posible fracaso amatorio, que jamás puede ser culpa suya. Sin embargo, él solo es el creador de ese laberinto por el que transita, como el de aquella famosa película de Guillermo del Toro. El líder con las mayores esperanzas depositadas, con un respaldo de acero, ha malogrado por completo una oportunidad de oro para México, solo por sus miedos e inseguridades. Por su peor enemigo, que es él mismo.
La medición de SABA Consultores correspondiente al día 21, nos habla de lo que puede ser el inicio del ocaso de un ídolo empeñado en luchar contra sus propios demonios, en lugar de en gobernar bajo el prisma de la razón, y sobre todo, para todos los mexicanos. En sus indicadores, tres detalles muestran esa evidencia: roza la advertencia negativa en aprobación, conformando una tendencia clara de caída en tres semanas, que coinciden con su absurdo manejo del asunto de la casa de su hijo, sobre todo si tenemos en cuenta que el dato anterior fue su valor récord. Aquí la decepción de sus seguidores. En ese mismo plazo, dos avisos negativos en desaprobación. Aquí, el encrespamiento y reactivación de sus detractores. Finalmente, una advertencia desfavorable en calificación, propiciada y facilitada por esos mismos dos factores: desánimo de los propios, antipatía de los ajenos. En esta medición, arrastra además a su partido, que tanto depende de él, a sendas advertencias negativas tanto en identificación como en intención de voto. De camino, en los indicadores electorales de los hasta ahora favoritos para ser candidatos a la presidencia por Morena, Sheinbaum y Ebrard, la evolución es la misma: tendencia a la baja durante las últimas tres semanas.
¿Es este el inicio del desplome definitivo de AMLO? Nadie puede saberlo. Lo que sí es claro es que hay una corriente de decepción entre sus seguidores, y que guarda relación con la torpísima actitud del mandatario durante la reciente polémica sobre la casa de Houston. Que, no nos engañemos, no es el único motivo, pero probablemente sí el detonante. También suman la inseguridad galopante, la inflación, los sobreprecios provocados por los monopolios efectivos en la industria, contra los que el gobierno de Morena no ha movido un dedo. AMLO no cree en la libre competencia. Ahí está para demostrarlo la adjudicación directa a Banco Azteca de la gestión de los programas sociales gubernamentales, que son los que lo sostienen en la poltrona, y que proporcionan pingües beneficios al mayor agiotista de México, que es Salinas Pliego. Si esto es pensar primero en los pobres, que ven cómo se dispara la canasta básica y cada vez les sirve de menos la exigua limosna de AMLO, que venga Dios y lo vea.
Pero Andrés Manuel, como decíamos, está atrapado en su propio laberinto. A la investigación de la fiscalía contra JR, se suma ahora otra más sobre las obras insignia de la 4T, que ya de por sí son ruinosas, sin siquiera la necesidad de ser corruptas, lo cual ya se verá. Si no hubiera gobernado desde la confrontación, desde la descalificación del rival, si no hubiera impuesto esos planteamientos maniqueos según los cuales solo hay buenos y malos, aún tendría una salida. Pero ese discurso de división y enfrentamiento impide por su propia naturaleza reconocer errores. Tal vez piense que si la muchacha puede cansarse, y de hecho se cansa, de los permanentes envites del fauno lascivo, más se sorprendería de su incapacidad sexual. Es lo que tiene llamar amor a lo que en realidad es sexo, y más aún si es de pago. Ha propiciado tanto la polarización, que favorecer la razón y el entendimiento entre partes sería un contrasentido. Sobre todo para quien se presentó incólume y libre de todo pecado, pero en realidad no es más que un fauno acomplejado e insatisfecho en un laberinto del que no puede escapar. Nadie le mostrará la puerta de salida. Sus seguidores exhibirán su hastío o su decepción, esperemos que no de un modo violento, pero difícilmente comprensivo. Y lo peor para México es que tanto sus posibles sucesores como sus oponentes, a los que no adornan virtudes mucho mejores, solo esperan en la linde del bosque para saciar sus apetitos con una muchacha en actitud desabrida e inapetente, si no agresiva. Aguardan la carroña que deje el que todo tuvo y nada aprovechó. Quien sembró polarización, recogerá discordia. Malo el cuento.
Andrés Manuel López Obrador está atrapado en su propio laberinto.
23/02/2022