“El déspota siempre busca el medio de destruir las instituciones, para lo cual le basta con someterlas a su voluntad”, Salvador de Madariaga.
El panorama de acontecimientos políticos en la última semana es extremadamente complejo. Especialmente en el plano internacional y geopolítico, siempre complicado de interpretar tanto en causas como en consecuencias. No tenemos datos fehacientes sobre el impacto de estos hechos en la opinión pública, porque seguimos sin las mediciones de SABA Consultores. Así que navegamos ahora no sólo a ojo, sino atravesando una mar agitada que amenaza, si siguiéramos la conocida escala de Douglas, con llegar a gruesa. La velocidad de los sucesos confirma, como siempre, la necesidad de una observación permanente de los mismos. A saber: ya casi queda en la prehistoria el atentado contra Trump, y en la protohistoria la renuncia de Biden. En el ámbito nacional, también queda eclipsado el asesinato de Milton Morales, gravísimo hecho del que ha habido pocos análisis y menos explicaciones. Todo ello porque se produjo, primero, la detención, entrega, o quizá prendimiento por traición del legendario Mayo Zambada. La compañía de un hijo del Chapo arroja más sombras que luces, porque no queda en absoluto claro en calidad de qué llegó a El Paso Joaquín Guzmán junior. De entrada, lo que sí podemos concluir son dos cosas. Primera y muy principal, es que la administración Biden se apunta un tanto en la lucha contra el fentanilo, ese nuevo nombre del terror y la muerte, y probablemente los demócratas obtengan réditos electorales. De camino, deja en evidencia al gobierno mexicano, porque AMLO manifestó su desconocimiento, y después tal vez una clara molestia, que no sabemos exactamente a qué se debe. En el mejor de los casos, por haberlas visto pasar sin catarlas. En el peor, tal vez dando la razón a Trump, que dijo más claro que el agua que los cárteles son quienes gobiernan México y pueden quitar a un presidente en dos minutos. Saque cada cual sus conclusiones.
Pero, casi sin solución de continuidad, este domingo se ha producido en Venezuela un hecho de enorme trascendencia geopolítica: el fraude electoral monumental con el que Maduro pretende perpetuarse en el poder. La autoridad electoral, controlada por el gobierno, otorga la victoria al sátrapa, que ha llegado a este grado de autocracia a través del control de las instituciones, la sobrerrepresentación, la progresiva eliminación de organismos autónomos y el señalamiento inmisericorde de prensa y políticos opositores. ¿Les suena? Lo más inquietante es que una mayoría, sea del signo que sea, primero puede ser real, pero sin contrapesos puede moldear la Constitución a su gusto con consecuencias imprevisibles. Ahora, el dictadorzuelo llama “demonios y demonias” a cuantos no comulgan con sus ruedas de molino, incluyendo la expulsión de observadores internacionales o el gravísimo secuestro del periodista español Cake Minuesa, afortunadamente ya repatriado. El crepúsculo de estos dioses de cartón los hace más peligrosos, y siempre va acompañado de exabruptos y coletazos de represión. Mientras, las imágenes del derribo de las estatuas de Hugo Chávez valen más que mil palabras. Que el pueblo venezolano reaccione así nos proclama una verdad: que sin la existencia de un Chávez jamás hubiera habido un Maduro. Y tampoco sin el respaldo internacional recibido a todos los niveles, a cambio de dinero y prebendas. En el plano teórico, por ejemplo, ahí tenemos a Juan Carlos Monedero, ese gurú español de pacotilla que lleva años pasando por ideólogo de la izquierda bolivariana y no es más que un charlatán y un vividor. O su íntimo cómplice Zapatero, expresidente de España, cuyos inconfesables negocios cargaron las maletas que la ministra Delcy llevó al aeropuerto de Madrid, saltando todo control de seguridad.
Pero los dos personajes mencionados, al fin y al cabo, actúan desde lo privado. Esto no los exime de responsabilidad, pero es más grave la connivencia, durante años, de gobiernos como el de México o España, por acción, omisión o ambas cosas. Dime con quién andas y te diré quién eres: Irán, China, Rusia, Nicaragua, Cuba y el resto de sospechosos habituales se apresuran a felicitar a Maduro. Boric y Petro, en cambio, se han olido la tostada y se han apresurado a desmarcarse. La actitud dubitativa de AMLO y el gobierno de España es ya, a las alturas que estamos, bastante ilustrativa. Las consecuencias geoestratégicas de lo que pase en Venezuela son impredecibles a todos los niveles, y van más allá del ámbito latinoamericano. La reacción de López Obrador raya lo ridículo, anunciando que respaldará a Maduro “si se confirma la tendencia”. No sé si se refiera al derribo de estatuas, a los disturbios callejeros o a las amenazas de los sicarios de Maduro. La cosa, desde luego, y hay que insistir, es que no podemos saber cómo están reaccionando los ciudadanos ante todo esto, que verdaderamente es lo más importante. ¿Impactarán estas actitudes sospechosas de AMLO en el pensamiento de los mexicanos? ¿Cómo evolucionarán las cosas en las próximas semanas y en qué medida afecta a Claudia Sheinbaum el comportamiento de su predecesor? Como diría el Dr. Salvador Borrego, ¡qué ganas de medir!
P.D.: Para otro día dejaremos las penalidades que, por obra y gracia de la Conade de Ana Guevara, están pasando los deportistas mexicanos que han acudido a París. Ya hemos tenido bastante hiel por hoy. Por lo pronto, la primera alegría nos la han dado las arqueras, a pesar de la gestión del gobierno y gracias a su esfuerzo. Quedémonos, por ahora, con esa sensación.
Una mayoría, sea del signo que sea, primero puede ser real, pero sin contrapesos puede moldear la Constitución a su gusto con consecuencias imprevisibles.
30/07/2024