Rogelio Ríos
Cuidemos lo que tenemos, empezando por las palabras y los conceptos: las crisis son temporales, la estabilidad (precaria o en plenitud, no importa) es lo permanente.
La hazaña olímpica ya se dio para México: es un milagro ver a los atletas aztecas en París compitiendo por medallas, a pesar del desdén por el deporte del gobierno morenista.
Cuando JD era candidato al Senado por Ohio, grabó en 2022 un anuncio de propaganda que empezaba así: “¿Es usted racista? ¿Odia usted a los mexicanos?”
Si nos quedamos en la superficie, perderemos una gran oportunidad de tomar consciencia de hasta dónde llega la polarización política de personajes populistas como Trump y López Obrador.
La lealtad incondicional al gobierno morenista no lleva a otro lugar que a la pérdida de la honestidad profesional y al engaño personal de justificar los malos actos porque se hicieron por razones “buenas”.
Los políticos, aquí y allá, siembran odio en sus sociedades y tratan de dividir lo que es indivisible: el lazo social y cultural entre las dos naciones, independientemente de lo que digan o hagan sus gobernantes.
Desde México e imaginando lo que sería para nuestro país una segunda presidencia de Donald Trump, clamo a la Providencia para que Joe Biden tenga la mirada del estadista y decline su candidatura.
Desde el derrumbe de un tramo de la Línea 12 del Metro en la CDMX, el enfrentamiento personal entre Claudia y Marcelo fue tajante: ¿De quién fue la culpa del trágico derrumbe?
La obsesión con el legado le ha nublado el entendimiento de manera tal que, en realidad, no quiere entregar nada de poder a “la legataria” que lo sucederá en la presidencia de la República.
No es fácil admitir los errores, mucho menos en la política mexicana; Xóchitl lo hace genuínamente.
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