Julián J. Hernández
La peste llamada Covid-19, coronavirus o SARS-CoV-2 provoca miedo, angustia y desesperación.
¿Quién puede decir si el negocio “cerrado temporalmente por la pandemia” volverá a abrir un día, o si el amigo o ser querido que se mudó de ciudad “mientras pasa lo peor” se ha ido para siempre?
Rumbo a las elecciones de este año nos han impuesto la idea de que hay diferencias “esenciales” entre mexicanos, diferencias que nos obligarían a ir por caminos separados.
Los niños migrantes centroamericanos detenidos en la estación Clint estaban visiblemente sucios, mocosos y manchados de lodo, y casi todos usaban la misma ropa con la que habían cruzado la frontera.
Cunde el mal ejemplo sobre el uso del cubrebocas, y el mayor de todos pasa por televisión de lunes a viernes, a las 7 de la mañana, desde Palacio Nacional.
Con Alemania en ruinas, lo primero que buscaron los nacionalistas fueron culpables, y los hallaron pronto: los gobiernos anteriores. Una sola idea anidaba en los nazis: atacar públicamente a sus adversarios.
Cuántas veces hemos visto a pueblos enteros empobrecerse y humillarse por un tirano.
Aunque la prensa dedica espacios a historias como las de los hermanos Santiago Margarito, es poco el interés por los indígenas en nuestro país.
López Obrador está en Palacio Nacional gracias a una narrativa bien preparada en libros y documentales que la gente conoce: el defensor del pueblo, el incorruptible, el austero.
Andrés Manuel López Obrador es dado a injuriar a aquellos que lo critican o lo contradicen. Él, situado en la cima del poder, se comporta como un tipo de la calle cuando lo critican.
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