A muy pocos días de la elección del 6 de junio en México, sucedieron dos asesinatos de candidatos que ponen en evidencia la fragilidad de nuestra democracia de votos o balas: van casi 90 candidatos abatidos por ataques desde septiembre del 2020, además de decenas de heridos. Mucho temo que la cuenta aumentará todavía hoy en la jornada electoral.
Abel Murrieta (13 de mayo en Cajeme, Sonora) y Alma Rosa Barragán (25 de mayo en Moroleón, Guanajuato), ambos candidatos a alcaldías por parte de Movimiento Ciudadano, enviaron mensajes fuertes en contra de la corrupción y del crimen y no vivieron para contarlo.
Decirle a usted “80 o 90 candidatos asesinados” dice mucho en números, pero nada en el vacío que dejan ciudadanos como Abel y Alma Rosa, quienes pudiendo dedicarse a una vida privada y exitosa, deciden en cambio entrar al servicio público y buscar por la vía de los votos un camino para hacer cambios benéficos en el gobierno.
Los dos candidatos asesinados dejaron familia. Alma Rosa, de 60 años, era microempresaria en el negocio de la confección de ropa, una actividad común en Moroleón, población famosa en todo México por su ropa de buena calidad y precios accesibles.
De hecho, Alma Rosa donaría su sueldo de alcaldesa a causas de altruismo, como construir una casa hogar en terrenos que ella misma aportaría. A su edad, era madre de dos hijos a quienes había criado por su cuenta, y abuela de tres nietos. Protegía a los animales y visitaba asilos, orfanatos y comunidades rurales llevándolos apoyos.
En fin, ella era una persona dedicada a su familia, a su vida personal y a participar en labores sociales en su comunidad. ¿Por qué entró a la política? No lo sé de cierto, pero me da la impresión de que no se iba a quedar impasible ante las injusticias sociales que veía y en vista de la ineptitud y corrupción de las autoridades de su pueblo.
Subrayo: “no tenía necesidad”, como decimos en México cuando alguien se mete a labores sociales o a la política por el puro afán de servir a su comunidad. No tenía necesidad, es verdad, y no tenía que terminar acribillada a balazos al pie de su camioneta.
Lo mismo con Abel Murrieta (58 años), quien estudió la carrera de Derecho en la Universidad Autónoma de Nuevo León, con sede en Monterrey, y de la cual obtuvo una formación excepcional como abogado. Al regresar a Ciudad Obregón, Sonora, prosperó como litigante y asesor en asuntos legales, se dedicó a dar clases y en un momento de su vida ingresó al servicio público, pero sólo tras construir un patrimonio familiar y una sólida reputación profesional.
Había sido ya Procurador de Sonora con dos gobernadores y en la actualidad asesoraba legalmente a la familia Le Baron con relación a la masacre que la comunidad mormona sufrió en noviembre de 2019 en donde fueron asesinados nueve de sus integrantes entre mujeres y niños.
Con la posición social y económica que ya tenía, ¿por qué decidió Abel contender como candidato por la alcaldía de Cajeme por Movimiento Ciudadano? Veo en él una similitud con Alma Rosa: poseían ambos una profunda vocación de servicio que a la mayoría de nosotros resulta difícil de comprender, un poco inexplicable, como si nos preguntáramos ¿por qué dejar lo más por lo menos?
Bueno, porque para ellos lo más era su comunidad, la misma en donde vivían sus familias, y, lejos de encerrarse en sus burbujas de confort, se decidieron a dar un paso audaz y tan arriesgado que les costó la vida.
Yo les rindo un pequeño homenaje con estas líneas que les dedico, aunque nunca las conocí personalmente. Gracias, Alma Rosa y Abel, por mostrarnos el camino de la dignidad y la valentía a los ciudadanos. Descansen en paz.