Llegó la hora: el 3 de noviembre es el dÃa. Esa será la jornada de los ciudadanos estadounidenses, nadie le podrá arrebatar a usted su derecho a votar si lo ejerce a plenitud. Por favor, despabÃlese, vaya a votar.
Votar es nuestro derecho y también nuestra responsabilidad. Con nuestro voto no apoyamos a tal o cual candidato solamente, su trascendencia es mucho mayor: con nuestro voto salvamos a la democracia.
Qué excelente noticia que aproximadamente 70 millones de estadounidenses, desde semanas anteriores al 3 de noviembre, votaron por adelantado, ya sea por el correo o de manera presencial. Si éste era el ánimo antes del dÃa de la elección, esperemos entonces una jornada electoral con muy alta participación.
Si yo pudiera hacerlo, desde temprana hora irÃa a votar en Atlanta, en Dallas, Los Ãngeles o Nueva York, en cualquier parte en donde la comunidad hispana se beneficiara de mi voto.
No puedo hacerlo porque no soy ciudadano americano, pero no importa eso si veo que los hispanos salen masivamente a votar por sus candidatos. En ellos, me sentiré representado.
Quiero imaginar una participación superior entre los votantes hispanos, una afluencia récord en las urnas.
Quiero imaginar que la del 2020 será la elección en la cual, finalmente, el voto hispano marcará la diferencia y que votarán mucho más del 50% de los votantes hispanos elegibles.
Con el aval de una participación latina récord, el nivel de exigencia para el futuro Presidente de Estados Unidos, sea quien sea electo, será el máximo nunca antes visto para que atienda, sin dilación, la agenda hispana y reconozca el valor que como comunidad tiene, pero que no siempre reclama.
Muchos analistas en Estados Unidos y en América Latina han señalado la importancia de la elección presidencial del 2020: se trata de un verdadero referéndum no sólo sobre Donald Trump (cuyo declive fÃsico es evidente), sino sobre el futuro de las instituciones y la democracia en la Unión Americana.
Sin instituciones sólidas, no hay sociedad que permanezca unida. La sociedad estadounidense no ha dejado de rasgarse desde el 2016. No sólo es culpa de Trump, es algo más profundo: ¿se ha agotado acaso la vitalidad del pueblo estadounidense?
¿Ha sido tan largo el camino, desde 1776 hasta 2020, que el espÃritu libertario, el respeto a las instituciones y a la ley, vamos, hasta el mismo amor a la democracia está por extinguirse?
No lo creo, sinceramente, no lo creo. Lo que ha ocurrido desde 2016, pero que ya venÃa dándose desde antes, es decir, la polarización social y la terrible desigualdad económica, todo eso puede ser revertido por un impulso proveniente de la sociedad.
Que Donald Trump vaya a pasar a la historia como un paréntesis absurdo en el desarrollo democrático de Estados Unidos, depende de lo que suceda el 3 de noviembre.
Ese dÃa se dará el primer paso, pero la tarea apenas empezará. No se trata de librarse de una persona nada más, pues el “trumpismo†sobrevivirá por un tiempo a su creador, en tanto las tendencias de fondo que lo alimentan persistan entre los norteamericanos.
El segundo paso, entonces, será exigir a los gobernantes una rigurosa rendición de cuentas, reparar el sistema de “checks and balances†(pesos y contrapesos) severamente dañado por el “trumpismoâ€.
Los siguientes cuatro años, hasta 2024, serán cruciales para Estados Unidos: sin Trump, iniciarÃa el renacimiento americano; con Trump, serÃamos testigos de la decadencia y derrumbe de una nación a un punto irreversible.
Asà que, por favor, vaya a votar, ¡gracias!