No sé si fue producto de una inspiración literaria, motivacional o de mercadotecnia, ni quién fue su autor, pero la frase “Año Nuevo, Vida Nueva” es una de las que más me gusta escuchar al finalizar cada año, ¡no se diga al finalizar el año 2020!
Sí, vida nueva con el libro de contabilidad de nuestras vidas en ceros, en perfecto balance antes de descuadrarse con nuestras acciones.
Sí, lanzar amores viejos al olvido, buscar un nuevo comienzo, encontrar el corazón que nos comprenda y nos corresponda y echar al bote de la basura el amor tóxico que nos atrapa en sus garras.
Ahora sí, dicen otros más, a emprender el negocio que los llevará a la cumbre y que les permitirá superar las angustias de los apuros económicos, el vivir al día atado a las obligaciones de empleos mal remunerados e insatisfactorios.
En fin, el “sí, ahora sí” lo hago, lo quiero o lo termino, es el tono de cada fin de año.
El plus en este año nuevo 2021 es que, finalmente, tenemos la sensación, aunque sea ilusoria, de que la pandemia de coronavirus que asociamos al 2020 se quedará en su mayor parte, por decirlo así, en el año que termina.
Claro, ya se anuncian las vacunas aprobadas más recientemente, como la de la farmacéutica Pfizer, y en Gran Bretaña han empezado, desde semanas atrás, a vacunar a los británicos.
Por mi parte, me abandono por completo el sentimiento de “año nuevo, vida nueva” y empiezo con entusiasmo este nuevo ciclo anual con planes y proyectos, cuentos y novelas en el escritorio que ¡por fin! saldrán a la luz, proyectos periodísticos que la pandemia puso en pausa, y todos los retazos que llevamos en el cajón de sastre personal.
No faltan, por supuesto, las promesas de tomar por asalto el gimnasio, la caminadora, la escaladora, etc., que duran aproximadamente hasta finales de enero, y que nos dejan torceduras y contracturas musculares por hacer demasiado ejercicio, muy intenso, en tan poco tiempo.
Lo que más quiero decirles, sin embargo, queridos amigos, es que vamos a vivir en el 2021 esa sensación de que regresamos de una guerra y que sufriremos el “estrés postraumático”, como lo nombran los especialistas, de quienes regresan de los campos de batalla.
No podemos quedar indemnes con tanta muerte y sufrimiento a nuestro alredor. No nos deja intacto el corazón observar el sufrimiento alrededor del planeta, tanto en la lejana China como en los cercanos países latinoamericanos, la devastación que el Covid 19 ha dejado a su paso.
No sólo nos ha atacado el virus en nuestras personas y salud, que no es poco: ha trastornado también por completo a la economía y a la sociedad a tal grado que ya nada volverá a ser como antes. Se lo repito: ya nada volverá a ser como antes.
La contundencia de estos cambios volcánicos supera a nuestra capacidad de comprensión. Podemos recibir y procesar la información, claro, pero no la asimilamos ni completa ni rápidamente.
Sabemos lo que se nos viene encima, pero como especie humana vamos a tardar, mucho más que un año nuevo, en adaptarnos completamente a la nueva realidad.
Lo vivo en mi persona: todavía me descubro pensando en términos como “cuando esto pase y regresemos a la normalidad” o “añoro las idas al estadio” o “quiero regresar a mi cantina favorita”, lo cual quiere decir que una parte de mi no capta aún, a pesar de que como periodista vivo en medio de un mar de información, que eso no va a pasar, o que si pasa será en una forma completamente distinta a la acostumbrada.
Como pasar de la niñez a la adolescencia para hacernos hombres, los cambios son irreversibles. Para entenderlos y adaptarnos, necesitamos a los demás, pues solamente la vida en comunidad y en sociedad puede salvarnos del gran efecto colateral de la pandemia de coronavirus: su capacidad de aislarnos como seres humanos, su eficacia en explotar en cada uno de nosotros el individualismo y el egoísmo extremos. Me salvo yo y mi familia, pensamos en la desesperación, y que se hunda el resto.
Mi consejo es plantarle al virus nuestra mejor cara como humanos, la de la solidaridad con los demás. Nuestros antepasados vivieron miles de años transitando por cambios lentos, pero que representaban saltos gigantescos cada vez: la formación del lenguaje, la era del hierro, el nacimiento de la agricultura, la vida de sedentarios que permitió la formación de las sociedades, etcétera.
En el futuro, se marcará a este siglo 21 y a esta pandemia de coronavirus con una marca similar a las anteriores: la era del gran reencuentro, la llamaría yo, en la cual las personas se despojaron de lo frívolo, irrelevante e individualista para volverse de nuevo una sola tribu en torno a una sola fogata: la tribu de los seres humanos.
¡Feliz Año Nuevo!