No pude aguantar más la curiosidad, así que el 13 de enero, un miércoles por la tarde, nos subimos a la camioneta mi esposa y yo y nos dirigimos a la Presa de la Boca, en Santiago, Nuevo León. Mi intención era verificar personalmente las preocupantes noticias locales sobre la disminución drástica del nivel del agua en el vaso de la presa.
Ubicada a una treintena de kilómetros de Monterrey, rumbo al sur, la Presa es un paseo de fin de semana que ya está impreso en el ADN regiomontano. El pueblito mágico de Santiago es una delicia de lugar y todo ello nos da un conjunto armónico que, como regiomontano, no quisiera nunca ver alterado por la escasez de agua.
¿Se imagina usted a La Boca casi sin agua? Del paseo del malecón que se construyó para albergar restaurantes y comercios a la orilla del vaso, bajamos con la camioneta a la tierra sin agua, reseca ya de tanta ausencia de humedad, y atravesamos una distancia equivalente a por lo menos dos campos de futbol soccer puestos en línea, hasta arribar a la orilla del agua.
Muchas personas en sus vehículos, familias enteras y sus mascotas, disfrutaban junto con nosotros de una tarde muy agradable de enero. Se escuchaban, por aquí y por allá, comentarios de asombro por la situación y sospecho que los padres llevaban a sus hijos pequeños para que guardaran la memoria de este paisaje inaudito.
El periódico El Norte lanzó la voz de alarma recientemente: La Boca está al 32 por ciento de su capacidad de embalse. Sus 10 compuertas quedaron a la vista por el bajo nivel. Además, no podrá recibir en los días siguientes agua proveniente de la Presa Cerro Prieto (en Linares, N.L.), la cual se encuentra al 10 por ciento de su capacidad (sí, leyó bien, al 10 por ciento y el agua no llega siquiera a las compuertas).
Agrega la nota periodística que los habitantes e la región no recuerdan una tragedia (no hay otra manera de calificar la situación) de esta magnitud nunca antes. Si la Presa no recupera su nivel, tampoco se recuperará la industria turística que sustenta al pueblo de Santiago y los regiomontanos dejarán de venir, sin hablar de la crisis de abasto de agua a la ciudad de Monterrey.
En lo personal, recuerdo haber sido testigo de la baja en los niveles de la Presa en años anteriores, pero jamás como se ve hoy. Nos provocó tristeza a Paty y a mí mientras mirábamos entre el polvo que levantaban los autos y camionetas que circulaban por ahí: un terrenal en lugar de agua, ¿es una señal ominosa de lo que nos espera con el cambio climático? ¿Queda alguna duda de que ya llegó a Nuevo León?
Para aliviar el mal rato, nos dirigimos a la plaza de armas de Santiago, entre sus frondosos árboles iluminados con luces que nos alegraron el alma al dar vueltas a la fuente, ver la gente, la imponente iglesia y los restaurantes y cafés con parroquianos gozando la tarde y las tradicionales calles de su centro histórico.
Ahora, entre mis plegarias, pido a la Providencia no sólo por mi familia y amigos, sino también por que nos envíe la bendita lluvia a Nuevo León.