A Colmecas 81, mis globalistas favoritos
Desde hace tiempo, observo entre los mexicanos una marcada tendencia a expresar opiniones y tomar posturas con base a quĂ© tanto alcanzan a ver del mundo: los de mirada corta (parroquiales) que se aferran a su terruño, sus fronteras definidas y a la raĂz de sus ancestros; los de mirada larga (globalistas) que ven mucho más allá del suelo donde nacieron y anhelan hacer suyo el mundo entero, sĂ, literalmente el mundo en su totalidad.
Parroquiales
Despiden los parroquiales al hermano aventurero que se lanza al camino para explorar el mundo, ellos son los que guardan la tierra natal, la casa paterna, las fotografĂas y cartas de los antepasados. Ellos son los que se quedan, las raĂces de sus pueblos y comunidades, los amigos a los que el globalista regresa de vez en vez a tocar el terruño nada más para emprender de nuevo el viaje. La solidez de su suelo nativo y de su Patria son como de roca, no las agrieta nada. Recelan del mundo externo, desconfĂan de todo lo que hay más allá de sus fronteras inmediatas. Para ellos, el paisaje conocido, el lenguaje propio, las costumbres y tradiciones, las tortillas y guisos de toda la vida son su baluarte contra todo lo que el resto del mundo tiene de amenazante. Más que oportunidades del exterior, perciben amenazas; se los dice su instinto que nunca falla. Se lamentan de que, desde dentro de sus comunidades, son la pĂ©rdida del sentimiento patriĂłtico, del fervor religioso y de la educaciĂłn cĂvica las que erosionan poco a poco su forma de vida tradicional. Están convencidos de que “CĂłmo MĂ©xico no hay dos” y cantan el Corrido de Monterrey, el Corrido de Chihuahua, Sonora Querida, Tabasco es un EdĂ©n y Caminos de Guanajuato, o el que aplique segĂşn el caso, como sus verdaderos himnos nacionales. Gracias a ellos se mantienen las tradiciones mexicanas: la machaca con huevo, las tortillas de harina, la carne zaraza, los tamales y la cochinita pibil y abundantes libaciones de tequilas y mezcales. Gracias a ellos, nuestros ancestros aĂşn reciben cada domingo flores en sus tumbas y son recordados puntualmente cada DĂa de Muertos. Usan sus iPhones, sĂ, pero para ayudarse a resguardar su mundo local contra las amenazas globales. Son los pilares de nuestras comunidades, sin ellos no habrĂa Patria tal como hoy la conocemos y debemos agradecerles por ello.
Globalistas
¡Ah! Los globalistas, mi tribu preferida. Son los trotamundos, los “pata de chucho” que no se pueden quedar quietos en un mismo lugar por mucho tiempo. NĂłmadas existenciales como son, las tradiciones los ahogan, el patriotismo es una camisa que les queda apretada, la Patria (sĂ, la quieren tanto como sus hermanos parroquiales, pero con amor de caminante) no es la Dama regañona que los sujeta, sino un papel que llevan en el bolsillo mientras recorren en aventĂłn el camino de MĂ©xico hasta Argentina. Son mexicanos, son patriotas, pero juegan en un equipo diferente a los sedentarios: son, quieren ser, sueñan con el mexicano universal. Cuando vuelven a su terruño, traen noticias e historias del mundo externo, fascinan a sus hermanos y amigos sedentarios que casi nunca salen de su pueblo con historias y anĂ©cdotas sin fin con las que les dicen que allá, atravesando las fronteras, hay gente de carne y hueso como uno, samaritanos y villanos como en todos lados, idiomas, tradiciones, cocinas y canciones tan viejas y venerables como las nuestras, y muchas formas de imaginarse a Dios y vivir la vida. Cantan “no soy de aquĂ ni soy de allá”, como Alberto Cortez o “caminante no hay camino, se hace camino al andar”, como Serrat. Disfrutan el privilegio de ser mexicanos mientras se toman un tequila en Roma, Teherán o SeĂşl, en cualquier parte del mundo en donde reciben bien a los mexicanos, lo cual es decir en todo el mundo. Los globalistas aman el camino tanto como a sus parejas de vida (o quizá un poco más), para ellos Jesucristo fue el gran globalista de pelo largo e ideas universales, no temen a lo que hay más allá del territorio conocido, son los Magallanes del siglo 21 y, a la manera del navegante portuguĂ©s, le dan la vuelta al globo terráqueo con un mensaje inconfundible: aquĂ estamos, venimos de MĂ©xico, somos del Mundo, vivamos en paz.
Lo mejor de la existencia de parroquiales y globalistas (tome su bando si usted gusta, estimado lector) es que, contra lo que pudiera pensarse, ambos se necesitan y se atraen para darle sentido a sus existencias: sin los sedentarios no habrĂa hogar ni Patria a donde regresar; sin los nĂłmadas no habrĂa mundo a donde ir ni nadie que disipara los temores y miedos de los sedentarios. Son La Cigarra y La Hormiga, pero en buena onda (“estamos pisteando tranquilos”, como dirĂan los sinaloenses) y sin moraleja incĂłmoda. Como el regreso del hijo prĂłdigo que nos cuenta la Biblia, el retorno del globalista es ansiado por el sedentario, por sus padres cariñosos que echan la casa por la ventana cuando lo reciben, por sus hermanos alborotados que siempre lo esperan. Sin los que se quedan, el que se va no tendrĂa adĂłnde volver; sin el que se va, el que se queda se marchitarĂa de encierro, tristeza y aislamiento. Se romperĂa el orden universal de las cosas sin el Ying y el Yang de los taoĂstas.
El camino llama al viaje; el hogar espera el retorno. Vivir es irse, pero también quedarse. Es mi idea de Dios.