Siempre levanta gran expectación entre los mexicanos el relevo del embajador de Estados Unidos acreditado en México.
Acaba de arribar a la Ciudad de México el señor Christopher Landau, designado por el Presidente Donald Trump para representar a su Gobierno ante el Presidente López Obrador.
Puesto que su nombre es prácticamente desconocido en México y aún no ha presentado sus cartas credenciales al Presidente, la noticia de su arribo pasó casi inadvertida en los medios de comunicación, si acaso una pequeña nota con foto solamente para consignar el dato.
El relevo en la Embajada de Estados Unidos en México se había tardado un año y tres meses a partir de la salida de la anterior titular, Roberta Jacobson, una experimentada diplomática de carrera, en mayo del 2018.
Jacobson, designada por el entonces Presidente Barack Obama, dejó una huella profunda en México, atrajo muchas simpatías e hizo muchos amigos mexicanos desde un puesto, el de Embajadora, difícil de manejar ante los mexicanos por el recelo que causa.
Antes que ella, entre la variedad de personajes que han desfilado por la embajada, hubo casos destacados como Jeffrey Davidow (1998-2002), quien dejara sus memorias en el libro “El Oso y el Puercoespín”; Tony Garza (2002-2009), que se casó con una empresaria mexicana; John Gavin (1981-1986), designado por Ronald Reagan, quien había sido actor de Hollywood; y John D. Negroponte (1989- 1993), de la era de George H. W. Bush, que, aunque tenía experiencia diplomática, provenía del área de inteligencia (la CIA) del Gobierno americano y estuvo a punto de ser declarado persona non grata en México.
El común denominador de todos ellos era que contaban con experiencia diplomática. Christopher Landau no tiene carrera diplomática, de hecho, su misión en México será la primera experiencia de su vida en el Servicio Exterior de su país.
No implica su carencia de oficio diplomático una desventaja insuperable, pero sí le plantea la urgencia de aprender de inmediato en vista del estado actual de la relación bilateral entre Washington y la CDMX, que según los especialistas tiene el nivel más bajo en décadas.
Landau, de 55 años es egresado de Leyes de la Universidad de Harvard, en donde recibió un certificado de Estudios Latinoamericanos. Como abogado, es socio del Despacho Quinn Emanuel Urquhat y Sullivan, un despacho de litigantes de negocios con una plantilla de más de 800 abogados en 23 despachos alrededor del mundo (no incluye a México) dedicados al arbitraje y al litigio de negocios. Ya no aparece enlistado en la página web del bufete.
La experiencia de su firma legal en áreas como arbitraje internacional y disputas en el sector de energía, entre otras, apunta a que quizá la presencia de Landau en México, un Embajador abogado, ayude a destrabar casos como el arbitraje solicitado por la Comisión Federal de Electricidad, por el gasoducto Brownsville- Tuxpan, en contra de una empresa estadounidense y otra canadiense para revisar las cláusulas de un contrato ya negociado y pactado anteriormente con México.
De esta disputa puede derivarse incluso, como lo señaló el Gobernador de Texas, Gregg Abott en una carta al Presidente López Obrador, la posibilidad de una postergación de la ratificación del T-MEC en el Congreso de Estados Unidos.
Ayudará mucho que Landau mantenga un perfil discreto, una actitud negociadora y que sirva de puente, una función muy necesaria, entre ambos gobiernos. Si tiene la confianza del Presidente Trump de su lado, ahora tendrá que ganarse la del Presidente López Obrador.
No habrá “curva de aprendizaje” para el señor Landau. Llega en un momento crítico de la relación bilateral y debe compensar su falta de experiencia diplomática con su sobrada trayectoria como litigante y conocedor de los tribunales y el arbitraje. Sólo así se ganará su lugar en la galería de Embajadores gringos notables en la memoria del pueblo de México.