“En la manera de agarrar el taco, se conoce al que es tragón”, dice la sabiduría popular.
Pues bien, en la manera de resolver un problema se conoce al que es eficiente o inepto, lo cual se aplica de maravilla al ámbito del gobierno y la administración pública en México: nuestros gobernantes, de todos los signos y colores, son expertos en crear problemas en donde no los había y luego proponer soluciones que no arreglan nada, sino por el contrario complican más las cosas.
Llevo décadas de escuchar problemas políticos, sociales y económicos de México que en lo esencial no ha variado: se necesita una reforma fiscal, aumentar la recaudación, reducir el sector informal de la economía, se dice hoy, pero es algo que he escuchado desde el sexenio de Luis Echeverría en los años 70s.
La burocracia es corrupta y onerosa, se dice con todo candor en la nueva administración morenista (aquello de “empujar al elefante”), es preciso hacer una simplificación administrativa, que no haya tanto trámite, que el ciudadano no tenga que hacer largas filas, etcétera; eso mismo lo he escuchado en cada nueva administración.
El abasto de medicinas será garantizado, los servicios del IMSS se recuperarán a niveles superiores, los mexicanos no pasarán ya un viacrucis cada vez que van a consulta médica o a tratamientos, repiten una y otra vez las autoridades de salud, pero una vez que se apagan las cámaras y micrófonos ante los cuales dan declaraciones, la dura realidad del desabasto y la desatención médica a la población sigue firme, sin retroceder un milímetro. Lo mismo se ha dicho sexenio tras sexenio, igualmente con las mismas palabras, pero nada cambia en concreto.
Los homicidios, robos, secuestros, asaltos y la violencia en general alcanzan niveles históricos, ponen contra la pared al Gobierno federal y no hay -o no es visible- una estrategia de seguridad que por lo menos alivie la emergencia que se vive.
Presidente tras Presidente, se dan estos picos de violencia desbordada, los cuales bajan más por un efecto inercial que por las acciones de gobierno. De la Guerra contra el Narco a los “Abrazos, no Balazos”, hay diferencias de enfoque, pero los resultados son los mismos, es decir, ninguno.
Igualmente, elección tras elección, los ciudadanos acudimos llenos de indignación a votar no a favor de fulanito, sino en contra de menganito, y así nos va. Nuestra indignación se traduce en decisiones emocionales perfectamente manipuladas por candidatos astutos y versados en las artes de prometer sin medida, los cuales una vez instalados en el poder descubren que han llegado a su nivel de incompetencia.
Podría seguir, pero creo que el punto está planteado: no culpo tanto a los políticos por repetir las mismas promesas electorales, sino a los ciudadanos por creer en ellos.
No culpo solamente a los gobernantes ineptos porque no saben ni agarrar el taco, mucho menos comérselo, sino a todos los que simplemente vemos de lejos esa escena, nos reímos, nos lamentamos y nos dedicamos a otra cosa.
No sé si la presente ola de protesta social en México, desde los feminicidios hasta el desabasto de medicinas, alcance para romper el círculo vicioso entre gobernantes y ciudadanos que nos atenaza desde hace décadas, pero sí creo que está llegando a niveles explosivos que se saldrán de control si no son atendidos los reclamos.
No hay de otra: hay que enseñar a nuestros gobernantes a agarrar el taco para que no se les atragante.
Si no, seguiremos cantando aquella canción del inolvidable José Alfredo: “nada me han enseñado los años, siempre caigo en los mismos errores…”