Cada vez que me desespero con México, que me pegan en la cara sus brutales contrastes entre la gente que no tiene ni para comer en el día y quienes se abanican con billetes en las manos.
Cada vez que me hartan sus políticos de pacotilla, convenencieros y oportunistas, prestos a cambiar de color y de ideas si así les conviene.
Cada vez, digo, que casi pierdo la fe en mi nación, me acuerdo de la frase del escritor Agustín Yáñez, “La Tierra Pródiga”, que da nombre a una de sus novelas, y me vuelve el alma al cuerpo.
O como cuando leí “La Sombra del Caudillo” de Martín Luis Guzmán o “Los de Abajo”, de Mariano Azuela, sin olvidar a Juan Rulfo y su “Pedro Páramo”.
Son ellos novelistas no sólo del paisaje nacional, de la Revolución Mexicana o de la vida en los pueblos chicos, sino del hombre y la mujer mexicanos con sus mil caras y formas de ser.
“Estamos hablando con el corázón en la mano, Hilario, no con frases buenas para engañar a la gente. Ni a ti ni a mí nos reclama el país. Nos reclaman (dejando a un lado a tres o cuatro tontos y tres o cuatro ilusos) los grupos de convenencieros que andan a la caza de un gancho de donde colgarse; es decir, tres o cuatro bandas de politiqueros… ¡Deberes para con el país!”
“-Franqueza por franqueza. Yo no creo lo mismo, o no lo creo por completo. Mis andanzas en estas bolas van enseñándome que, después de todo, siempre hay algo de la nación, algo de los intereses del país, por debajo de los egoísmos personales a que parece reducirse la agitación política que nosotros hacemos y que nos hacen” (“La Sombra del Caudillo”).
Todos los mexicanos cabemos en sus novelas, no hay nada nuevo bajo el sol, sino lo que desconocemos porque no lo leímos o lo olvidamos.
“Hay pueblos que saben a desdicha. Se les conoce con sorber un poco de aire viejo y entumido, pobre y flaco como todo lo viejo” (“Pedro Páramo”).
Hoy, en 2020, México sigue plasmado en las páginas de sus novelistas, y sus hombres son como personajes de Agustín Yáñez:
“Le leo el pensamiento. Reconozco que soy un salvaje, una fiera. Y qué. El mundo no está hecho sólo de buenos y santos, de sabios. Eso es lo bonito de la vida: el contraste de las negruras con los colores. Qué chiste si nomás hubiera pájaros cantadores y hormigas trabajadoras, pero no leones ni panteras ni víboras. Aburrido ¿no? Si todo fuera camellar sin darle gusto al cuerpo. Por eso, con todo lo que usted tenga que sentir de mí, y yo, para qué negarlo de usted, a mí me gusta buscarlo, independientemente del asunto que me trae, y a usted, confiéselo, también le gusta de vez en cuando divertirse conmigo. Es que, perdóneme la presunción, creo que nos completamos: usted arriba y yo abajo; usted la inteligencia, yo, la naturaleza en bruto. Usted en mí reconoce una parte necesaria del país; por lo menos algo que existe, aunque lo llame usted problema. Me lo ha dicho así: soy un problema; pero no yo: lo que yo represento” (“La Tierra Pródiga”).
Así que no vale la pena desesperarse por algo que ya ha pasado tantas veces y que volverá a pasar otras tantas más: la tragedia de México, su renacimiento, volver a levantarse de las cenizas a las que una y otra vez lo conducen.
“¡Claro, hombre, usted no tiene la sangre de horchata, usted lleva el alma en el cuerpo, a usted le da coraje, y se levanta y les dice su justo precio! Si entendieron, santo y bueno; a uno lo dejan en paz, y en eso paró todo. Pero hay veces que quieren hablar ronco y golpeado… y uno es lebroncito de por sí… y no le cuadra que nadie le pele los ojos… Y sí señor; sale la daga, sale la pistola… ¡Y luego vamos a correr la sierra hasta que se les olvida el difuntito! (“Los de Abajo”).
México, mi tierra pródiga, no te pierdo la fe.