En aquel México de principio de los 70s, profundamente moralista frente a la juventud y la apertura a la revolución cultural que vivía el mundo desde la década anterior, Isela Vega aceptó la propuesta de la revista Playboy para posar en sus páginas.
En el número de julio de 1974, fotografiada por Eric Weston, la guapísima Isela, “La Diosa Desnuda”, se consagró como sex symbol y escandalizó a una mojigata sociedad mexicana que no soportaba la idea de una mexicana joven tan “inmoral” que se encueraba para una revista.
Era un México muy distinto al de hoy. A los Beatles se les impidió, por ejemplo, tocar en la Ciudad de México en 1965 o 1966, no recuerdo bien, por orden directa del Presidente Díaz Ordaz, temeroso de que el Cuarteto de Liverpool echara a perder, hágame usted favor, a los jóvenes mexicanos.
Unos años antes, a fines de los 50s, las canciones y películas de Elvis Presley habían sido censuradas (una función en el Cine Las Américas fue interrumpida por la policía) cuando empezó su fama por la forma en que bailaba y las letras de sus canciones, hasta que no fue posible eliminarlo de la radio mexicana porque lo pedían los radioescuchas.
La “revolución sexual” que venía de Europa y de Estados Unidos era combatida fieramente en México por las autoridades moralistas, una parte del clero y una buena parte de la sociedad que se apegaba a una supuestas “buenas costumbres” innatas a los mexicanos, una ficción que nos había tenido aislados del mundo externo.
Todo eso, la cerrazón e intolerancia de la esa época, nos ayuda a entender la audacia del gesto de Isela Vega. Decir que ella fue un sex symbol es decir muy poco, pues su talento y creatividad iba más allá de tener un cuerpo agraciado; de hecho, nunca se hizo cirugía plástica durante su vida.
Ganó varios Arieles en México, hizo películas en Estados Unidos, también hizo teatro dirigida por Jodorowski (“Así habló Zaratustra”), cantaba y componía música para películas, y era directa, franca, desinhibida a un grado que rompió la barrera de las inhibiciones para muchas mujeres mexicanas de su época.
Su fallecimiento, a los 81 años, es una triste noticia para este adolescente que, en los 70s, miraba con asombro a Isela Vega en la pantalla grande, y que percibía el alboroto que provocaba en pláticas de café, cenas familiares, etcétera. Nunca pasó desapercibida.
Directa y brutalmente franca al hablar, como buena sonorense, Isela irrumpió en una sociedad que, afortunadamente, no pudo contenerla ni aplastarla, como lo había hecho con otras actrices audaces en su momento.
No, Isela resistió y a lo largo de su vida se mantuvo en lo suyo: hablar con sinceridad, romper barreras absurdas, terminar con prejuicios ancestrales, mostrar el rostro de una mujer mexicana liberada por completo, contenta con su cuerpo, que se siente a gusto con su sensualidad y que mira de frente al deseo.
Vaya legado que deja a las mexicanas: no sólo por llegar a la revista Playboy, sino por lo que eso significaba en su momento: romper la barrera del prejuicio sobre el cuerpo de las mexicanas.