“Vine a Comala porque me dijeron que aquí vivía mi padre, un tal Pedro Páramo…”, empieza el relato de Juan Rulfo, sobre un personaje que sólo encontró fantasmas en su búsqueda, nadie quedaba vivo.
Saco a colación a Rulfo por lo siguiente: Hay una grave situación política en México que le impide contener la pandemia: las prioridades políticas están invertidas, los gobernantes van por un camino y la sociedad por otro.
Es increíble que el Gobierno de López Obrador y los legisladores morenistas no den prioridad, en los hechos, a la contención del coronavirus y a la obtención y distribución de vacunas, sino únicamente a sus objetivos políticos y electorales.
No bastan más de 170 mil muertos ni casi dos millones de contagios por Covid 19 para cambiar sus objetivos; nada parece ser suficiente para que modifiquen su estrategia, vaya, ni siquiera el contagio de Andrés Manuel López Obrador y su retiro de la escena pública por un par de semanas; apenas volvió, no tardó en anunciar que no cambiaría en nada su estrategia contra el coronavirus.
No se suspenden las obras del Tren Maya, ni la Refinería Dos Bocas ni se detiene la hemorragia de recursos públicos al barril sin fondo de Pemex. Ni un un peso menos al gasto militar. Esos renglones están por encima de todo lo demás que necesiten los mexicanos.
¿Cómo llamarle a la falta de sensibilidad política del Presidente López Obrador o del Senador Ricardo Monreal que no sea como un caso extremo de prioridades torcidas?
Al enviar una iniciativa de ley para modificar la legislación que regula a la industria eléctrica y cortar prácticamente la participación del capital privado y pedir que se dé preferencia a su votación, en medio del desastre sanitario en que vivimos y de la ineficiencia de su gobierno, López Obrador fija sus prioridades en una batalla que no es la más urgente en el momento.
¿Necesita México, en este preciso momento, cambios en la ley que pondrían de cabeza a la industria eléctrica nacional y a la cual el empresariado mexicano ha calificado nada menos que de “expropiación simulada”? No, no es ésa la prioridad.
En los últimos días, el Senador Ricardo Monreal encabeza la lucha contra Facebook y Twitter y cuestiona su “poderío” en las comunicaciones, afirmando que es el Estado mexicano quien debe decidir, no las empresas tecnológicas, a quien cancelar o no sus cuentas.
Es una propuesta que raya en lo absurdo por dos razones: una, la tesis ultraestatista de Monreal corresponde a épocas ya superadas en el debate sobre las redes sociales, es decir, se antoja como obsoleta (internet no puede ser controlado por ningún gobierno); y dos, incurre en lo mismo que López Obrador en la industria eléctrica, y casi podemos aplicarle la misma pregunta; ¿necesita México, ahora, una batalla por la regulación de las redes sociales en el Senado de la República?
¿No tendrán Monreal y los senadores morenistas que lo acompañan otra cosa mejor que hacer, por ejemplo, atender al sufrimiento de los mexicanos por la pandemia, que enarbolarse como Quijotes contra las redes sociales?
Reitero, ¿no bastan más de 166 mil muertos ni casi 2 millones de contagios para que el Gobierno de López Obrador, el Senador Monreal y los senadores y diputados morenistas se enfoquen a salvar un barco que se hunde?
Si no bastan esas cifras, si el dolor y el llanto que cada día derraman los mexicanos que entierran a sus muertos, llevan a hospitales -si tienen suerte de encontrar uno con camas disponibles- a sus familiares o solamente los ven morir en sus casas, no logran distraer su atención de los elevados propósitos de transformar a la Patria que les impiden voltear hacia cosas más terrenales como el coronavirus, ¿cuál será la cifra de muertos y contagiados que los haga reaccionar?
Me preguntó qué les va a quedar para su “transformación”, ¿una Patria en ruinas? ¿Un país casi deshabitado poblado por fantasmas, como el que recorría Pedro Páramo en el cuento de Rulfo? ¿Transformarán a México en una Comala del siglo 21?
Desde hace tiempo lo he dicho: el Congreso y el Senado, instalados desde el 2018, están en una grave deuda con el pueblo de México, le han fallado lamentablemente al poner sus lealtades en caudillos y partidos políticos, no en los mexicanos. Así lo demuestran sus actos legislativos.
Tienen hoy ambas cámaras, sin embargo, la oportunidad de corregir las prioridades torcidas del gobierno y los legisladores: enfóquense a la pandemia, la recesión económica y la inseguridad pública, atiendan la catástrofe en que está convertido México; lo demás, todo lo demás, puede esperar.
“Cada suspiro es como un sorbo de vida del que uno se deshace”, decía Pedro Páramo. México es hoy un suspiro entre la vida y la muerte.