Escuché en la noche del martes 7 de febrero el mensaje del Estado de la Nación (State of the Union) del Presidente Joseph Biden ante el Congreso de Estados Unidos y me llevé una gran sorpresa. Esperaba, lo confieso, un discurso a la manera en que a Mr. Biden le ha dado por hablar en público recientemente: demasiado pausado, un poco errático, la voz apagada y como si llevara su edad (80 años) sobre la espalda.
Nada de eso, Joseph Biden está de regreso. No dudo en afirmar que su discurso del 7 de febrero ante una asamblea legislativa estadounidense polarizada hasta el ridículo, plena de rostros hostiles y de “negacionistas” (republicanos que apoyan la idea lunática de que fue Trump quien ganó las elecciones, no Biden, pero los demócratas le robaron el triunfo), fue el mejor que le he visto.
En primer lugar, su voz sonó fuerte y clara como en sus años más jóvenes. Ya no recuerdo la última ocasión en que lo escuché hablar como lo hizo en el State of the Union del martes. Con la amplificación del sonido, sus palabras y afirmaciones más enfáticas retumbaban en el recinto, pero pudo muy bien hacerlo a capela si lo hubiera querido, como lo hacían los cantantes de ópera de leyenda (Enrico Caruso, por ejemplo).
En segundo lugar, sus gestos, movimientos de cuerpo y manejo de la oratoria y la sesión, fueron magistrales. Se dio el lujo de salirse del escrito de vez en cuando, bromear con la audiencia y desafiar retóricamente a los republicanos presentes, por ejemplo, al grupo que había pedido la desaparición de programas de salud como Medicare (sí, la eliminación), según consta en documentos enviados a la Casa Blanca.
Furiosos, los republicanos aludidos no por nombre, sino por su extremismo, no supieron más que replicarle a gritos de mal tono. Los exhibió como lo que son: legisladores subordinados a un personaje (Trump), no al servicio de su país.
No voy a entrar al detalle de los temas abordados por el Presidente Biden, lo cual haré en entregas posteriores. Lo que todavía conservo de su mensaje, al momento de escribir a la mañana siguiente, es lo sorpresivo de un regreso tan impresionante que reafirmó sus posibilidades de obtener la candidatura demócrata para la reelección presidencial.
En lo personal, no daba ya nada por su continuación en la Casa Blanca. Lo veía agobiado por la edad y la magnitud de los desafíos económicos, climáticos y políticos que enfrenta, aunque se mostró cordial ante los mexicanos en su reciente visita a nuestro país. Quizá fue lo repetitivo de sus gestos cansados, el volumen inaudible de su voz, la mirada extraviada por momentos, lo que me llevó al mayor escepticismo sobre la pertinencia de que repitiera un segundo mandato.
Se impone un relevo generacional, pensaba yo. Abrir el camino a los líderes jóvenes en el Partido Demócrata que le dieran un perfil distinto a lo que es un candidato presidencial en Estados Unidos. Recordemos que la última elección presidencial en ese país se resolvió entre dos septuagenarios (Biden y Trump) que no necesariamente expresan la diversidad de la sociedad en los Estados Unidos. En términos de futbol, Biden ya no aguantaba jugar un segundo tiempo.
Después de este mensaje sobre el Estado de la Unión, he cambiado de opinión sobre su reelección. Al ver la forma en que se condujo en el Congreso con ese dominio del escenario, hablando y pausando como un conductor de orquesta, y con voz fuerte y clara, cambié mi percepción: Biden no sólo puede jugar un segundo tiempo, sino ¡aguantar al tiempo extra!
Mi lectura del Mensaje sobre el Estado de la Nación es directa: el Presidente Biden está de regreso, recuperó su mejor condición de jugador político y arrancó magistralmente su carrera de reelección hacia el 2024.
Buena suerte, Joe.